“¿Por qué me pegas…?”, por Antonio José Monagas
“¿Por qué me pegas…?”, por Antonio José Monagas

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La verdad es lo que acontece de cara a las realidades. Sólo que las circunstancias la encubren frente a las situaciones donde las mismas acontecen. Pero siempre, la verdad sabe erguirse ante la mirada de quien persiste en descubrirla. Para lograrlo, hay que dar con las razones que solapan su carácter. Debe reconocerse que la verdad existe, pues es la vida misma. Mientras que la mentira, se construye a instancia de intereses insistentes y necesidades sórdidas. Pero también, de condiciones pérfidas.

La verdad en el ámbito político, tiene otra connotación. La manera de indagarse, se supedita a la forme de cómo es y puede administrarse el poder. Aunque no puede perderse de vista que si bien los hombres coexisten bajo el mismo cielo que provee la naturaleza, ninguno otea el horizonte de igual forma, o con el mismo sentido y enfoque. Y en política, nada es tan simple que no pueda puede embrollar cualquier situación.

Este preámbulo, vale a manera de exhorto a las homilías brindadas al inicio y al término de la apoteósica peregrinación de la Sagrada Imagen de la Divina Pastora, tal como exige la hermosa tradición católica cada 14 de Enero. Tanto  la celebración de la Santa Eucaristía, presidida por Monseñor Antonio López Castillo, Obispo de la Arquidiócesis de Barquisimeto, a la salida de la Divina Pastora del pueblo de Santa Rosa hacia Barquisimeto en su visita 162, como la de Monseñor Víctor Hugo Basabe, obispo de la Diócesis de San Felipe, constituyeron profundas panegíricos a la verdad que vive Venezuela en el plano político, económico y social.

Ambas elucidaciones fueron una apología a la verdad. Por eso estuvieron dirigidas a exaltar las fuerzas del alma para mirar a Venezuela desde el presente y atendiendo lo que le depara el futuro de continuar asediada por la afrenta de la capciosa revolución socialista. Juzgar la vida según las realidades que padece Venezuela, fue la intención que marcó ambas homilías expuestas por quienes han rastreado en cada rincón oportunidades para que el país pueda reflotar ante la tormenta que azota sus campos luego casi dos décadas de perjurios de toda forma, magnitud y sufrimiento.

Fue oportunidad para que Monseñor Antonio López Castillo, palpando en el sentimiento herido del venezolano, expresara “Divina Pastora líbranos del hambre, líbranos de la corrupción (…) No creemos en la miseria. Basta ya de hambre”.

Por su parte, el Obispo Víctor Hugo Basabe, “ante la verdad del hambre y desolación en la que cientos de miles de nuestros hermanos están sumidos en la hora actual” infirió que “la realidad nos desafía a optar por el camino de la bendición o de la maldición eterna”. Por tanto manifestó que “no escojamos el camino de la maldición en el que se han empeñado quienes niegan que en Venezuela hay hambre y desnutrición” No obstante, la palabra del sacerdote prosiguió refutando la gestión de estos gobernantes “quienes están empeñados en no entender que la causa fundamental de los males de Venezuela, está en la persistencia en un modelo político económico y social, negador de Dios y por ende de la dignidad humana”. Todavía añadió que “si alguien tiene que irse de Venezuela, debe ser quien se empeña en pisotear la dignidad de los venezolanos al pretender convertirlos en mendigos y pordioseros dependientes sólo de las dádivas que ocasional y clientelarmente, ofrecen”.

Referir tan apesadumbradas y verídicas críticas denotando la gran tarea nacional a emprender “cuando esta peste que hoy nos azota sea parte del pasado”, incitó al alto gobierno a ordenar una investigación que de cuenta del sentido de las homilías. Si es que son objeto de penalidad, de acuerdo a lo establecido por la denominada Ley contra el odio.

Pero a decir por lo que fueron ambas homilías, debe reconocerse que las mismas se apegaron a la Doctrina Social de la Iglesia contenida en la primera Encíclica social de la Iglesia: la Rerum Novarum considerada como expresión del ideario teológico mediante el cual el Catolicismo induce esperanzas al anunciar que el mundo comenzaba a comprender que la armonía entre las clases no requería la implantación de sistemas utópicos y abusivos. Sino un verdadero pacto social, fundamentado en la justicia que surge de la SANTA PALABRA.

Entonces, ¿de qué vale el eco avivado por el precepto constitucional que exalta la libertad de expresión, como derecho humano y fudamental, si al momento de que alguna reflexión logre acuciar actitudes, el régimen criminaliza al emisor? O sea, ¿por qué callarse cuando las circunstancias apuntan a doblegar la dignidad del venezolano y a humillar su condición humana? O como dijo el prelado Basabe, “hay que hablar en función de las correcciones y de rectificar las políticas erradas derivadas del modelo económico y político”.

Todo esto evoca al Apóstol Juan (18: 20-23) refiriendo un tramo de la vida de Jesucristo, cuando antes de su crucifixión, es arrestado y llevado preso. Escribe Juan: “el jefe de los sacerdotes preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de sus enseñanzas. Jesús contestó: -Yo he hablado abiertamente al mundo (…) No he hablado nada en secreto, ¿Por qué me pregunta a mí? Pregúntales a lo que me han escuchado: ellos saben lo que yo he enseñado-. Al oír esto uno de los policías que estaba allí, dio a Jesús una bofetada en la cara diciéndole: -¿Es esa la manera de contestar al Jefe de los Sacerdotes?- Jesús contestó: -Si he hablado mal, muéstrame en qué, pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?

Igual, pudiera decirse de la tosca reacción del régimen opresor. Luego de acusar a los ilustres prelados de proferir presuntos “delitos de odio”, plantea su averiguación con el único propósito de privarlos de libertad tal como lo establece la aberrante Ley contra el Odio. Es como si después de escuchar la verdad que ha marcado el discurrir de la imputada tiranía, con la venia de una Asamblea Nacional Constituyente, venga cualquier esbirro de presumido jerarquía a lesionar la moral de los Pastores de la Iglesia Católica venezolana con el empleo de artimañas leguleyas. Además, ilegítimas, inconstitucionales e ilegales. A lo cual, los obispos preguntarán igual a lo que Jesús preguntó ante las injusticias propendidas por un gobernante opresor: ¿»Por qué me pegas…»?