¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo?, por Antonio José Monagas
¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo?, por Antonio José Monagas

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La economía si bien no lo explica todo lo que en el mundo de las finanzas y de los negocios acontece, tampoco lo que dice puede tildarse de terminal o conocimiento consumado. Como toda ciencia fáctica, es perfectible habida cuenta que se establece en la observación del hecho económico, la recolección de datos, la formulación de la hipótesis, la experimentación, el análisis de resultados y la divulgación. Más, porque su investigación actúa sobre las realidades.

Sin embargo la economía es la ciencia que permite al hombre convivir y coexistir entre los problemas derivados de las necesidades por colocar los recursos naturales, los medios de producción el capital, el trabajo las relaciones humanas en función de la vida de la sociedad. Al fin, la economía es una ciencia social que, aún cuando combina la lógica con la matemática, se plantea regular el intercambio de intereses que surgen de la interacción social. De ahí que cuando se ocupa de variables relacionadas con la renta nacional, el gasto público, la inflación, el desempleo, la producción nacional y el comportamiento monetario, incurre en insuficiencias toda vez que su análisis lo lleva a cabo afincada en la ideología política que más cercana se sitúa del horizonte estimado desde la perspectiva de la economía.

Es ahí cuando la política económica elaborada a instancia del proyecto político con el cual se estima la conducción de la realidad de un ámbito geográfico-político o geopolítico, incurre en criterios cuyo alcance deja por fuera aspectos de gobierno. Aspectos éstos que, por excepcionales o reñidos con los ideales políticos, se constituyen en razones para que la economía se vea inoperante, ineficiente o ineficaz. Justamente, es cuando se habla de una economía fallida o de engaño macroeconómico.

Aunque también debe entenderse que la economía se ciñe al patrón político que rige la coyuntura o la estructura. Por eso la praxis económica sabe ajustarse a los intereses del sistema socialista, cuando el Estado es dueño de la práctica totalidad de los medios de producción. Al igual que cuando se suscribe a los intereses del sistema capitalista, caracterizado por la presencia de bienes económicos, tanto de producción como de consumo, en manos particulares o de empresas privadas.

No obstante, dicha caracterización no desdice de la economía como puede inferirse del manejo de la política cuando subordina la economía al situarla subsidiaria de la ideología política dominante. Es ahí cuando la economía peca por omisión y genera problemas que afectan el desempeño de una nación. Es decir, la movilidad de una sociedad.

Es el problema que afronta la economía cuando, por intercesión de políticas públicas dadivosas, corruptas o imprecisas, deviene en jugar a la farsa. Todo en perjuicio de las partes que suman la organización social. Es exactamente el problema que se suscita de una economía equivocadamente diseñada, o insuficientemente conducida. Es el problema que, por desgracia, toca a Venezuela toda vez que su gobierno no supo determinar los tiempos necesarios para configurar el modelo que presumió adelantar en nombre de lo que con petulancia llamó: socialismo del siglo XXI. ¿O acaso su manipulación fue a ex profeso bajo la orientación de una agresiva “revolución” política deliberadamente elaborada y proyectada?

Sin embargo, a decir de algunas opiniones, la razón por la cual sucumbió la economía venezolana no fue precisamente la inflación. Pues como refiere la teoría económica, la inflación es un regulador del equilibrio del sistema social, del equilibrio institucionalizado entre factores antagónicos. O fuerzas enfrentadas por intereses discordantes, pero que en esencia, son necesarios para la movilidad económica de la sociedad. Esta inflación que bien podría denominarse “inflación sistemática” por cuanto constituye una inflación de adaptación del sistema socioeconómico, actúa como razón de prevención del desequilibrio natural que adolece toda sociedad.

La calamidad hace furor cuando la economía se desbarata ante la agresividad de imposiciones gubernamentales que provocan abruptas contracciones financieras sin que las mismas hayan podido evitarse por causa de la vorágine bajo la cual surgen tan violentos intereses. No obstante, y a pesar de las perversiones que recrea y de los fatídicos males que genera distribuidos a nivel global, sin mediar consecuencias ni efectos, el problema económico es extremadamente cruel y traicionero. Arrasa sus propios principios y estructuras sobre las cuales se deparó como problema crítico. Y eso, desdichadamente, está viviéndolo Venezuela sin que nadie se compadezca de los resultados creados.

Encima de todo, el alto gobierno insiste en apuntalar medidas que lejos de evitar dicha crisis, la estimula. Así, por ejemplo, mantiene contra toda racionalidad y todo razonamiento, un equipo económico inepto, controles de precio, controles de cambio, la encubridora devaluación del bolívar, la grosera liquidez permitida, entre otras.

Mientras la inflación supere rabiosamente los niveles de contención que traza la economía en su afán por equilibrar la dinámica social, tornándose abiertamente violenta para llegar al grado de “hiperinflación”, tal como despunta en Venezuela, la crisis política seguirá acentuándose hasta un punto donde los soportes no podrán contener más su impacto. Entonces, cualquier subterfugio podría proceder lo cual significa desestabilización o desplome del ejercicio político en curso. De ahí que, ante tal amenaza, y en aras de la capacidad de aguante del venezolano, cabe preguntarse: ¿Hasta dónde? Hasta cuándo?