Al límite de la historia, por Antonio José Monagas
Al límite de la historia, por Antonio José Monagas

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Entender el discurso de la historia, no es fácil. Su dificultad estriba en articular momentos, nombres y hechos desde la conciencia del presente. Sin embargo, más que eso, entenderla se convierte en presunción de quienes se empeñan en contemplarla desde una única ideología. O también, desde la displicencia, la sinrazón, la torpeza o la ineptitud para discernir entre consideraciones y objeciones que pululan a su alrededor. Incluso entre empujones, resentimientos y enconos.

Muchos problemas y enfoques se han suscitado alrededor del hecho histórico o del evento historiográfico, que algunos estudiosos han justificado la dificultad que su comprensión y análisis genera. No obstante, otros han hablado de la historia sin la ecuanimidad necesaria. No sólo porque argumentan que cada historiador busca elaborar y confesar su propia historia. Sino porque además arguyen que sus variadas aprehensiones, propenden a desubicar el análisis histórico del contexto que caracterizó el tiempo y el espacio que signó el desarrollo del acontecimiento en estudio.

De ahí que Georg Wilhem Friedrich Hegel, filósofo alemán, expresaba que “lo único que nos enseña la historia, es que ella no nos ha enseñado nada”. Según esta opinión, habría que admitir forzosamente lo que refería Charles Wright Mills, sociólogo norteamericano cuando insistía que “debemos estudiar historia para librarnos de ella”.

A decir por lo que refleja el accionamiento gubernamental en Venezuela, no ha habido forma de que quienes conducen al país, hubiesen aprovechado las clases de historia que en algún momento recibieron. No aprendieron las lecciones de historia dadas. Por eso es que la historia se repite. Ese es uno de los mayores errores que comete el hombre, paradójicamente, en nombre de la historia. Esto, sin duda, deja ver que la vida política es un espejo que sólo refleja el pasado. Y no siempre, pues otras veces se estanca en contemplar el mero presente. Dicho de otra manera, en medios de tales contradicciones constriñen la visión de la historia. Por tan posible razón, el país no avanza. Quedó suspendido o estacionado en un tiempo culminado. Se varó y no se evidencia el menor esfuerzo por despegarlo o desprenderlo del terreno cuestionado.

Da la impresión de que la historia política contemporánea venezolana fuera mecanismo de obsoleta relojería. Y que por algún problema de movilidad o velocidad, hubiese arrojado como resultado datos falseados. O dicho en términos politológicos, conciencias oprimidas toda vez que en sus hombres no se arraigó el concepto de libertad. Tan grave condición, ha generado que los venezolanos carezcan de un sentimiento de libertad estructurado y manejado desde el pensamiento crítico. Aunque si bien cabe considerar que la historia puede ser lo que su escritura o redacción asienta en el intelecto colectivo e individual, hay que otorgarle el derecho a la duda de si realmente la historia refiere exactamente lo sucedido.

No obstante, nadie escarmienta ante la historia. Mucho menos, los gobernantes autoritarios pues la soberbia que le provee el poder, lleva a que sus decisiones supongan convertirse en referencia cuasi-universal. Esa es la tendencia que caracteriza un régimen tiránico. No hay modo de disimular que los errores que un gobernante engreído comete, responden irremediablemente al desconocimiento de la historia.

El caso Venezuela, resulta un particular problema de estudio. Más, si la ingobernabilidad acumulada, razón de sus innumerables reveses y causa inmediata de la crisis estructural de Estado que padece, se le imputa en su mayoría al hecho de soslayar la historia como canal referencial de las decisiones sobre las cuales se afinca el desarrollo económico, social y político del país. Tan cierto suelen depararse tales realidades, que hasta la misma historia es testigo fehaciente de desagradables experiencias. Fundamentalmente, porque no son atendidas en su significado con la diligencia que dichos problemas demandan de cara a su urgente y necesaria solución.

Tal como refería Helmut Kohl, político alemán, “un pueblo que no conoce su historia, no puede comprender el presente ni construir su porvenir”. Y que de continuar el gobierno nacional venezolano ensayando fórmulas probadamente equivocadas en su responsabilidad de conducir al país entre los avatares y exigencias propias del desarrollo, indudablemente, la fatalidad se convertirá en el terreno próximo a pisar. Particularmente, si el régimen sigue conspirando desde el poder. Y peor aún, al límite de la historia.