Ahora una analogía con las elecciones regionales. Por supuesto que es preferible tener 23 gobernadores democráticos antes que rojos. Sin embargo, hoy, puede ser el mal menor que, a su sombra, acepta el Mal Mayor: la permanencia del régimen. Seguramente la mayoría de los dirigentes quisiera la salida de Maduro, pero esta elección regional se da en medio de las renuncias al mandato del 16 de julio y a la decisión de todos –¡todos!– los partidos opositores que no solo aprobaron la destitución de Maduro y el 350, sino que, en la voz de Julio Borges y desde la Asamblea Nacional, proclamaron la rebelión.
Es obvio que tener 23 gobernadores opositores sería excelente, si no fuera porque la contrapartida aceptada por los promotores de estas elecciones es la permanencia del régimen por ahora y es también el abandono de la línea que hasta julio mantuvo a la oposición unida. La declinación del objetivo de cambio acepta el Mal Mayor: renunciar a salir del régimen lo más pronto y banalizar incluso el objetivo electoral.
La elección real es entre la salida del régimen y la aceptación de su permanencia por, al menos, año y medio más. De allí dependerá el juicio del elector, sea que vote por un candidato (muchos lo harán), vote en blanco, nulo o se abstenga. No ver este dilema es lo que coloca a dirigentes y opinadores en el aprieto de haber dicho hace un par de meses que no era aceptable el caramelo de las regionales, para hoy batirse, furiosos, por ellas.
Con el inmenso fraude en marcha, ni se tendrán los 23 gobernadores prometidos ni se tendrá la rebelión ofrecida. Solo será un carnaval de acusaciones para descargar la responsabilidad en los demás. Todos dirán: ¡Ganamos! Y lo que no sea óptimo será culpa de … ¡María Corina y Ledezma! ¡Ah! Y también de la ausencia de diálogo con Rodríguez Zapatero.