Yo soy un pobre esqueleto, por Eduardo Semtei
Yo soy un pobre esqueleto, por Eduardo Semtei

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Recuerdo y añoro aquellos años donde nuestras madres, esposas e hijas estaban atentas a los trajes y emperifollamientos de sus amigas y competidoras.  Se olían mutuamente para saber origen y destino de sus aromas y perfumes. Son tus “perjúmenes” mujer.  Los precios eran altos, pero para todo alcanzaba. En todas las clases sociales, era indiferente, se veían unas a otras con admiración y a veces con envidia.  Escudriñaban las marcas y etiquetas de pantalones, vestidos, blusas, zapatos, carteras y bisutería de las costosas  y de las baratas. Era normal tener un anillo, unos zarcillos o una cadena de oro.  Normalito. Ahora es imposible por el costo y por el peligro.  Solo el BCV tiene del metal amarillo. En los centros comerciales que se multiplicaban por todo el país se abrían tiendas y más tiendas que siempre estaban llenas. Ay. Hasta la inauguración frustrada del  Sambil de San Bernardino donde la Jaqueline Farías se dio el festín de los cierres y clausuras. Allí yace como un cadáver  de cemento. Bueno, se entiende lo de la dama de la cola feliz, ella venia de un baño de “crema marrón” de las cristalinas aguas de El Guaire.   Tiene tiempo embarrada. Todo era  como la fiesta de Blas. Las masas  salían con unas cuantas bolsas de más. Ahora no. Hombres y mujeres por igual prestan mucha atención a las bolsas de comida o medicinas que sostienen orgullosos y complacidos muchos vecinos.  Estamos pendientes de  que productos consiguió el  prójimo. Y sentimos una especie de lástima o pena, según sea el caso, por no tener en nuestras bolsas de mercado los mismos productos que los otros cristianos exhiben. Supiste. (dice uno) a Pedro le llegaron 20 kilos de pasta casi regalados. A frase maldita y engañosa.  Nos estamos hundiendo en el estiércol del conformismo. Nos estamos acostumbrando a la miseria cubanófila. Estamos peligrosamente aceptando la despreciable realidad.  Estando en la calle me dio una risa nerviosa que a mí mismo me da horror.  ¡Dios! Tengo que confesar que sentí una alegría tísica, una sensación de triunfo y victoria cuando un bachaquero  me ofreció una paca de harina de maíz para mí solo. Para mi familia. 20 kilos a un precio excepcional. Un verdadero contrabando. Una ganga. Experimenté  brevemente que las cosas no estaban tan mal. El típico y clásico Síndrome de Estocolmo. Ummh. Peor,  masoquismo del barato. Estoy enfermo. Estamos enfermando. La putrefacción gubernamental va minando nuestras voluntades y patrones de comparación y niveles de satisfacción.  Conseguir azúcar, o café, o harina de maíz lo consideramos como algo positivo.  Lo que en cualquier lugar del mundo: Biafra, Siria, Sudan es normal y cotidiano, como conseguir pan y leche; en Venezuela es anormal  y extraordinario.  Los supermercados de las zonas de clase media en toda Venezuela se ven abarrotados con miles de ciudadanos provenientes de las zonas más humildes  que simplemente no encuentran nada en sus tradicionales mercados, bazares,  boticas, bodegas y  expendios de alimentos.  No son pocos los vecinos de las zonas medias que ven con recelo que gentes fuera de sus zonas hagan mercados en sus predios.  Se sienten invadidos. Repito. Estamos enfermos. Nos estamos enfermando.  Carajo Maduro devuélveme mi Venezuela de parrillas y sancochos y llévate tu Venezuela de bolsas de CLAP.  Conseguir una batería sin hacer una cola endemoniada o comprar cauchos lo sentimos como pequeñas victorias contra la crisis, cuando en realidad son  pruebas contundentes de la miseria en que vivimos. Hago un acápite. Entre las demagogias más despreciables  de la historia universal de la infamia  está aquella, repetida por el difunto en forma maniática,  según la cual, la gente antes comía perrarina en lugar de arepas. Que embuste. Hoy como ayer, la perrarina o la gatarina es 2 veces superior en costos a la carne de res y 10 veces a la harina de maíz.  Y el pendejo de Bernal diciendo que coman conejos. Igual pudiera haber recomendado comer avestruz. Piazo de necio. Pienso, luego estoy agobiado, en mi temor y postrado en el mercado. ¡Epa  compadre! ¿Dónde conseguiste aceite y mayonesa? Pregunto vanamente. Allí veo por VTV a  Freddy Bernal con 300 bolsas CLAP.  Las veo tan atractivas y tan lejanas. Dos kilos de caraotas, dos kilos de arroz, dos litros de aceite, un kilo de café, dos paquetes de harina de maíz, 4 latas de sardinas, 2 latas de atún, dos kilos de azúcar, dos kilos de pasta y un pote de salsa de tomate por 15.000 bolívares es una envidia para nuestra disminuida clase media.  Que coño importa que el General del Cipote se haya embolsillado 100 dolarcitos por cada bolsita. Nos matan el hambre con la esperanza de matarnos el espíritu de lucha y la rabia del descontento. Todo es perverso. 55 años de experiencia cubana manipulando y engañando a la población no es cualquier cosa. Es una obra de arte, de magia, de prestidigitación. Anótame en el CLAP Sr. Bernal. Y anota a mi mamá, a mi papá, a mis 3 hermanos, a mis dos tías y a mis 5 hijos. Son 13 bolsas de CLAP. Resumo. 26 kilos de caraotas. 26 kilos de arroz. 26 litros de aceite. 13 kilos de café. 26 kilos de azúcar. 26 kilos de pasta. 52 latas de sardinas. 26 latas de atún. 26 kilos de azúcar. 26 kilos de pasta y 13 potes de salsa de tomate. Qué más  quieres. Quieres más. Y el General del Cipote repite “Chivo que salta el tranquero, fuerte que cae al sombrero”  Bueno no son fuertes, una moneda metálica de 5 bolívares que existió en años republicanos, ahora es, chivo que salta el tranquero, dólar que cae al sombrero, mejor dicho, a la cachucha militar. Freddy anótame desgraciado. Somos 13 personas y votaremos por Diosdado, Jorge, Tarek, Cilia, Delcy, De la Cava, Aristóbulo. Ponga los nombres que la tribu del CLAP pone los votos. La  “metodología clapiana” no alcanza ni para el 20% de la población. Hago un acopio de voluntad y apelo a la resistencia de mi integridad y le grito a Bernal que se meta su CLAP por el mismísimo bolsillo de su pantalón. Lo grito frente a una cola gigantesca de Plan Suarez y la gente me mira como quien mira llover.   Una que otra mirada de débil interés.  En su sala situacional de Miraflores hay un inmenso cartel con un frase demoledora “CLAP MATA CONCIENCIA” Ojalá que no sea cierta. Lo sabremos el día que sucede a la agonía electoral del 15 de octubre.  Hay unas pobres gentes, llenas de venganza y de odio, presos de brutalidad y desespero, sedientos de oro y poder, que propagan desesperanza y derrota, que llaman a la abstención, que propagan fracasos. Y se dicen opositores. Y se dicen radicales. Son aguas turbias y pobres para el molino del poder. Instrumentos ciegos de su propia miseria y destrucción.  No merecen ni un voto. Son aquellos que calculan que mientras más muertos más cerca del poder. Una victoria en todas las 23 gobernaciones es un acercamiento acelerado hacia el cambio. Es la muerte política del chavismo. Es el penúltimo clavo del sarcófago del Socialismo del Siglo XXI. La oposición clavó un clavito. He renunciado al CLAP como renuncia Dios al delincuente y el perro que apaga sus amorosos bríos cuando hay un perro grande que le enseña los dientes. He renunciado a  la tentación de ver las bolsas  del vecino. He renunciado a las ganas de irme a otros lares. He renunciado al facilongo clima de criticar desde Miami. He renunciado a buscar culpables en la MUD. He renunciado a ser pasto de la venganza y la retaliación. Ahora soy mi propio dueño. ¡Y ni de vaina que me abstengo el 15 de octubre!  ¡Primero muerto que bañado en sangre! Perro viejo late echado. Concluyo.