George Orwell y la Constituyente, por José Toro Hardy
George Orwell y la Constituyente, por José Toro Hardy

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El 30 de julio tuvo lugar la votación convocada por el oficialismo para elegir una Asamblea Nacional Constituyente. Sorprendentemente y con inusual efectividad, esa misma noche el CNE anunciaba los resultados. No tiene nada de extraño. No era sino el anuncio de una cifra previamente convenida para engatusar a los venezolanos.

Escuchando los resultados de Tibisay Lucena no pude evitar que me viniera a la mente la famosa novela “1984” (Big Brother) de George Orwell. Las cifras del CNE parecían guardar tan poca relación con la realidad como las que solía citar el Ministerio de la Verdad en la novela de Orwell.

Los centros de votación habían estado vacíos todo el día. Anticipándose a esa situación y para evitar que los ciudadanos fuesen testigos de tanta soledad, Tibisay Lucena había ordenado abandonar los centros donde usualmente se votaba en Caracas y los había concentrado en el Poliedro. “Nucleación” fue el nombre rimbombante que le dieron a esa estrategia.  Nucleados tantos centros en  uno solo, cabía esperar inmensas colas en ese lugar. Claro, era difícil que se vieran porque el Plan República había prohibido a los medios acercarse más de 500 metros. No obstante, gracias a un instrumento demoníaco contra el cual nada pueden los dictadores, los ciudadanos se transformaron en periodistas y tomaron infinidad de fotos y videos con sus celulares: el Poliedro estaba casi vacío.

El régimen había amenazado a empleados públicos y a quienes se ven en la necesidad de comprar los CLAP con que si no votaban serían despedidos y no recibirían más alimentos subsidiados. Nuevamente me vino a la mente la novela de Orwell:  El “GRAN HERMANO TE VIGILA”. Para hacerlo más explícito, por toda la ciudad se exhiben grandes carteles con los ojos vigilantes del “Hermano Mayor”. Los pobres ciudadanos viven en una suerte de paranoia. Por todas partes se sienten espiados. Incluso en los  televisores de sus casas no están seguros de no ser vigilados a través de las “telepantallas”. De hecho ya hace algunos años el diputado Pedro Carreño había explicado que los televisores eran bidireccionales para ver y escuchar a la gente en la intimidad de sus hogares. Además, en una extensa campaña de culto a la personalidad, por todas partes hay inmensas vallas y cartelones que muestran “un rostro de bigote negro”. Ese “rostro de bigote negro te observa desde todas las esquinas”.

Para colmo, el día de la votación un helicóptero pasaba entre los tejados, se quedaba un instante colgado en el aire y luego se lanzaba otra vez en vuelo curvo. Orwell lo describía así: “Era la patrulla de la policía encargada de vigilar a la gente por las ventanas”. Sin embargo, las patrullas eran los de menos. “El verdadero problema era la Policía del Pensamiento”. Esa era la encargada de impedir que los medios informasen acerca de la soledad que imperaba en el Poliedro, en los otros centros de votación o en relación con la rebelión civil que se desarrollaba. Cada uno de los medios recibió la visita de Conatel para advertirles que serían cerrados si suministraban informaciones que no fuesen del agrado el régimen.

Mientras tanto, a pesar de los esfuerzos del Ministerio de la Verdad y de la Policía del Pensamiento, la gente se volcó a las calles, pero no a votar, sino a protestar. La Guardia Nacional, la Policía Bolivariana, el CONAS y los colectivos no se daban abasto para reprimir.  Recurrieron a una profusión de bombas lacrimógenas, fusiles de perdigones y metras, tanquetas, ballenas y también armas de fuego. Violaron casas y edificios. Golpearon despiadadamente y violaron DDHH.  El resultado según los medios fue una grosera cantidad de heridos y muertos en ese día, en particular en Ejido, Estado Mérida. Presos incontables.

Y mientras tanto el Ministerio de la Verdad, que en “neolengua” (lengua del régimen que transforma la mentira en verdad oficial), no cesaba de explicar que el objeto de la Constituyente no era otro que el de alcanzar la paz y la reconciliación.

George Orwell, en su referida novela , explicaba los tres lemas del partido de gobierno: “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza”. Tales lemas parecen cuadrar perfectamente con los del PSUV.

Pues bien, concluido el acto electoral, Tibisay Lucena se presentó en las “telepantallas”  para informar en “neolengua” que más de ocho millones de personas habían ido a votar, que el proceso electoral había reafirmado la fortaleza de la revolución y que la nueva Asamblea Constituyente había contado con la votación masiva de la mayoría de los inscritos en el padrón electoral. A su vez, el Ministerio de la Felicidad anunciaba que había triunfado la paz.

Eso sí, el régimen tiene un problema: nadie le cree. Torino Capital, empresa dirigida por Francisco Rodríguez, realizó ese día una extensa encuesta en boca de urna en todo el país y los resultados difieren un poco de los oficiales. Y es que esa encuesta, además de la adelantada por la MUD que desplegó sus técnicos en todos los centros, coincide en afirmar que el número de votantes apenas superó los 3 millones. Las probabilidades de que las cifras oficiales sean ciertas “son estadísticamente de un 0,1%” aseveró Francisco Rodríguez.

El propio Luis Emilio Rondón, Rector del CNE y que conoce al monstruo desde adentro, explica las razones por las cuales esa Constituyente es inconstitucional y por qué los resultados del CNE  no son veraces ni confiables. Más aún, hasta Smartmatic denuncia el fraude. También lo hacen figuras peculiares como Eva Golinger y Andrés Izarra.

La falta de credibilidad del gobierno es tal que el número de países que se niegan a reconocer la Constituyente crece a minutos como una bola de nieve que, de la mano con la legitimidad y la popularidad del régimen, desciende aceleradamente cuesta abajo en su rodada hacia el abismo de la ingobernabilidad y el aislamiento.

La Constituyente nació con plomo en el ala y el régimen está más débil que nunca.

 

@josetorohardy