Verdugos de libertades, por Antonio José Monagas
Verdugos de libertades, por Antonio José Monagas

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Por Antonio José Monagas

Nada es más resistente que la palabra pronunciada desde la ecuanimidad que reviste al periodismo respetuoso y además, democrático. Vale advertir que cuando las realidades pretenden exaltarse a través de la imagen, entonces la palabra adquiere doble compromiso. Primero, el que consagra la verdad como deber omnímodo. Segundo, el que exhorta el ejercicio de derechos que abrigan esperanzas y necesidades. Esto hace que la palabra cuando se convierte en imagen televisada, hiere más profundamente que una espada. Asimismo, motiva más intensamente que el orgullo que provee el conocimiento. Incluso, cuando es manejado con la erudición de un maestro educador.

El problema surge cuando la palabra escrita u oral, funge como vehículo del pensamiento. Sobre todo, del pensamiento democrático pues esa misma palabra tiene la fuerza no sólo para estimular la preeminencia de libertades. También, para encadenar abusos tanto como para acusar agresiones, corrupciones o violaciones. Más, cuando actuando desde la política, no es difícil discernir entre la palabra que ampar, resguarda, escuda y previene, y las palabras que gustan, adulan y ensalzan.

 

Muchos eventos y procesos tienen que recorrer serpenteados y encorvados caminos, antes de conseguir el objetivo anhelado o de alcanzar la meta conclusiva. La universidad, desde su creación como centro de creación, enseñanza y divulgación de cultura científica, humanística, tecnológico y artístico, ha transitado por parajes que, aunque espinosos, no fueron óbice para que pudiera escalar peldaños y vencer dificultades cuyos efectos permitieron su desarrollo cada vez más integrado a planteamientos en conciliación con necesidades de toda índole.

 

La Universidad de Los Andes, así como las restantes universidades autónomas venezolanas, se ha esforzado por lograr siempre mayores escaños ante el horizonte al cual debe su impronta académica. La creación de sus medios de comunicación, constituyó uno de esos propósitos que sólo consiguió a partir de la constancia con que se marcan las victorias en batallas entre la moralidad y la trivialidad. El establecimiento de la Televisora Universitaria, representó uno de estos hitos. Como hecho, aconteció en respuesta a la fundación de la emisora de radio ULA FM lo cual incitó la consecución de recursos en franca relación con una política comunicacional fiel a los principios sobre los cuales se deparaba la consolidación de la universidad en un todo con lo que para entonces significaba el desarrollo nacional e internacional. Sin duda, su puesta al aire representó el triunfo de la  educación académica, apoyada en la comunicación social, sobre las contingencias propias de la consuetudinaria dinámica social.

 

Fue así, que como medio de comunicación universitario, actuando apegada al ejercicio respetuoso de las libertades de expresión, opinión, pensamiento y de prensa, el canal de televisión de la Universidad de Los Andes comenzó a apalancar al esclarecimiento de problemas locales, regionales y nacionales. Tal como lo establece la Ley de Universidades en su segundo precepto. La información fue encaminada a fungir como consejera y orientadora en procura siempre de concienciar universitarios y población en general. Desde un principio, cada mensaje divulgado, se dirigió a avalar la docencia, la investigación, la extensión y la gerencia universitaria y de extramuros.

 

Pero como escribió Madame de Sevigne, escritora epistolar francesa del siglo XVII, “hay palabras que suben como humo y otras que caen como lluvia”. Tan elocuente reflexión, hace ver que la palabra, tiene el poder suficiente para movilizar opiniones o para atravesar hasta el más depurado blindaje “a prueba” de acusaciones, intimidaciones, chantajes y tergiversaciones. Particularmente, cuando la palabra se convierte en imagen televisada. Más aún, desde la conciencia y capacidad de crítica y de búsqueda de la verdad que puede erigirse desde una universidad con autonomía y carácter.

 

Quizás en dicha consideración, y apremiado por criterios revolucionarios los miedos propios de gobernantes sin más aprehensiones que las dictadas por la avidez del poder político equivocadamente entendido, el alto gobierno decidió erigir la hegemonía comunicacional que necesitaría para la consolidación de su obtuso proyecto político-ideológico. Para cimentar su misión como verdugo de verdades y manipulador de realidades, optó por cerrar medios de comunicación libres, críticos y plurales. As, importantes medios, comenzaron a ser silenciados. Algunos, cedieron ante la violencia y la inseguridad promovida por el mismo gobierno lo cual incitó ser vendidas al régimen. Otras más, se vieron constreñidas a reducirse para lo cual la autocensura sirvió de acelerador a las intenciones asomadas de desaparecerlas mediante amenazas directas o encubiertos procedimientos de sistemática y perversa intimidación.

 

No obstante, las pocas que quedaron asumiendo su papel educador y constructor de democracia, se vieron cercadas por inhibiciones más externas que internas. Más aún, tratándose de ULA TV en virtud de ser un canal de televisión de corte universitario, dedicado a la búsqueda de la verdad y a promover los valores trascendentales del hombre. De manera que a decir por los argumentos que adujo la comisión de CONATEL que intervino sus espacios físicos, había que ensayar una forma bastante solapada para retirarla del aire.

 

Fue así como apeló a la excusa más nimia posible. Pero válida a la vista de una justicia pervertida e inicua para callar su palabra pedagógica, informativa, y comunicativa confiscando sus transmisores ubicados sobre uno de los perfiles más representativos de la Sierra Nevada: La Aguada.

 

En consecuencia, el terrorismo de un gobierno forajido y acusado de delitos de grave raigambre, procedió a dejar a Mérida sin la señal universitaria que con el mayor esfuerzo y abnegación, ha sabido brindar desde el momento de su puesta al aire en 1993. No obstante tan prosaica decisión, alejada del debido proceso y de lo  que constituye un “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”, según el segundo artículo del texto constitucional, no será razón para encarcelar las libertades de conciencia y de pensamiento que por antonomasia es propia de una universidad que tiene una ciudad por dentro. De insistir el régimen en acallar el clamor del pueblo venezolano, entonces será la calle una tribuna de oradores, un escenario de acción libertaria y un lugar de encuentro de opiniones. Ninguna tiranía que refiere la historia contemporánea universal, ha podido apagar la flema que ilumina las esperanzas de un pueblo cuando busca reivindicar sus libertades, derechos y esperanzas. Ni siquiera porque esbirros a sueldo, en su condición de representantes de la actual tiranía, actúan como verdugos de libertades.