Liberar al secuestrado, por Alejandro Armas
Alejandro Armas Jun 16, 2017 | Actualizado hace 2 semanas
Liberar al secuestrado

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Otra vez Venezuela tuvo que vestirse de luto el miércoles pasado, cuando se supo de la muerte del joven Neomar Lander en medio de otra protesta más contra la escalada autoritaria en el país. El chamo ni siquiera había tocado el suelo cuando ya había un intercambio de acusaciones sobre quién era el responsable.

¿Por qué, en efecto, murió Neomar Lander? No tengo la respuesta. Por un lado, testigos del incidente aseguran que fue impactado por una bomba lacrimógena. Por el otro, el Gobierno y sus seguidores, cumpliendo funciones que por cierto no les corresponden, divulgan los resultados de una autopsia según los cuales el muchacho cayó como producto de la manipulación equivocada de un explosivo artesanal con el que atacaba a efectivos de la policía. En otras palabras, fue un accidente. Pero en una de esas exposiciones que desafían totalmente el sentido común, el vicepresidente de la República manifestó que el suceso fue planificado. ¿Cómo se planifica un accidente?

En fin, desde entonces el oficialismo ha insistido en imponer la tesis de que Lander murió por sus propias acciones y además la dirigencia opositora es responsable de ello. Todo sería parte de un plan malvado para producir una guerra civil que justifique la intervención militar del imperio norteamericano, lo que supondría el fin de la gloriosa revolución bolivariana y la reducción de Venezuela a una colonia explotada por el capitalismo yankee. El Pentágono y la CIA, desde luego, estarían al frente de la operación. No deja de ser curioso que la mayor potencia militar del planeta arme a sus agentes con piedras, escudos de cartón y morteros rudimentarios.

El diputado Miguel Pizarro se ha llevado la mayoría de los señalamientos. El oficialismo lo acusa de financiar a los jóvenes que en las protestas confrontan a los represores, y  de darles drogas y explosivos como el que mató a Lander. Aunque la evidencia es paupérrima, el mastodonte propagandístico chavista ha concentrado sus esfuerzos en demostrarles al país y al mundo que la «derecha» usa niños y adolescentes para la peor parte de sus actividades contra el Gobierno.

Nicolás Maduro ha sido enfático en condenar que, por culpa de sus adversarios, haya menores de edad protagonizando hechos de violencia política, cuando deberían estar en un aula de clases o una cancha deportiva. El descaro de este planteamiento tiene varias aristas. Para empezar, a Maduro no parece inquietarle el hecho de que, durante su gobierno y el de su metafísico predecesor, se hayan multiplicado como langostas los adolescentes reclutados por bandas criminales para ser azotes de barrio, esos que han matado y a menudo terminan muertos antes de los 25 años. Tampoco se le nota al Presidente alguna preocupación por la alarmante cantidad de jóvenes que faltan a clase, porque tienen que hacer cola para adquirir productos de primera necesidad escasos.

Pero además, la crítica de Maduro se hunde en la falta de moral cuando se revisa el pasado del mandatario. Él siempre se jacta de su introducción precoz en la política, desde la adolescencia en la década de 1970, siempre reprimido y perseguido por su agitación de izquierda castrista en los barrios de Caracas. Claro, no era un lobo solitario. Tenía militancia, específicamente en una de esas organizaciones ñángaras, cuya evocación hoy nada en las amargas aguas del olvido, llamada la Liga Socialista.

Este partido fue formado por disidentes del MIR que se negaron a dejar las armas y renunciar a la insurrección como forma de luchar por la toma del poder, y su líder era Jorge Rodríguez padre. A pesar de lo referido en el párrafo anterior, muy probablemente los lectores de cierta edad en adelante sí recordarán el secuestro del empresario estadounidense William Niehous en 1976. Los responsables del delito fueron dirigentes de la Liga Socialista, a quienes se les metió en la cabeza que el representante de la Owens-Illinois era un agente de la CIA en Latinoamérica, involucrado incluso en el golpe militar contra Allende en Chile.

Poco después de que las investigaciones dieran con la identidad de los captores, comenzaron los arrestos, incluyendo el de Rodríguez. Al hombre lo torturaron salvajemente hasta matarlo, crimen horrible por el cual fueron castigados sus verdugos. Así Rodríguez se integró al panteón de mártires de la extrema izquierda venezolana, tan invocado por el chavismo.

Pero hay que ver la otra cara de la moneda. A Niehous se lo llevaron de su casa en Prados del Este, en frente de su familia. Pasó ni más ni menos que tres años en cautiverio, hasta que lo encontraron en una zona rural cerca de Ciudad Bolívar. Las imágenes del estadounidense, visiblemente desorientado y con el pelo hasta los hombros, siguen en la mente de muchos casi cuatro décadas después. Arrebatarle a un hombre un trienio de su vida no es un crimen menor. Es una atrocidad, por usar una palabra ahora de moda.

No sé si para el momento exacto en que inició el plagio, Maduro ya había sido reclutado por la liga. Para ese entonces tenía 13 o 14 años, así que cuesta creer que estuviera implicado. Sin embargo, cuando se refiere a esa etapa de su vida, lo hace con marcada satisfacción, orgulloso de haber pertenecido a esa banda. A diferencia de muchas otras personas del cosmos marxista-leninista criollo, no da señales de lamento por los métodos de lucha política empleados por aquella época. La lógica revolucionaria se adhiere a la idea de que solo en sus manos es justa la violencia. No hay nada de malo en que un adolescente sea parte de una organización política capaz de hacer lo que hizo la Liga Socialista porque, valga la redundancia, fue por el socialismo.

Esto nos devuelve a la muerte de Neomar Lander y a los comentarios de Maduro al respecto. En algo tiene razón el Presidente. Ese joven tendría que haber estado en la escuela o en una cancha en ese momento. Eso es lo que deberían estar haciendo todos los muchachos de su edad, si este fuera un país normal. Pero resulta que Venezuela no es un país normal.

Esos jóvenes, naturalmente, piensan en su futuro, y lo ven en extremo sombrío, debido al presente. A su alrededor hay un hampa sanguinaria desatada, hay hambre, hay una situación económica en la que los salarios de ninguna profesión alcanzan para una vida justamente decente. Ello indigna, y se sabe quiénes son los responsables. Podría esperarse hasta las elecciones, cuando se saldrá de ellos con el voto. Ah, pero ese derecho es suspendido. Eso indigna más. Se sale entonces a la calle a protestar en paz. Pero quienes lo hacen son víctimas de una represión que anonada por lo salvaje. Eso indigna todavía más. Luego se asoma una «constituyente», con los mismos autores  de la catástrofe como protagonistas, que no disimulan su intención de usarla como instrumento para eternizarse en el poder. La indignación acumulada es tal, que para muchos es imposible seguir como si nada, en la normalidad. Porque nadie quiere que la miseria sea la regla.

Considerando todo esto, vuelva a preguntarse qué hacía Neomar Lander ahí, donde murió. Un muchacho que ni a mayor de edad llegó, que nunca tuvo siquiera la oportunidad de votar para intentar de esa forma tener un mejor país. En cambio Maduro, que cuando fue adolescente decidió insurgir contra un gobierno democráticamente electo y un statu quo por mucho mejor que este, sí pudo ser parte de una elección para cambiarlo todo en la dirección que el creyó conveniente. Por si alguien lo olvidó, de eso se trata la protesta: de rescatar de un secuestro, como el de Niehous, el derecho a elegir un mejor futuro.

@AAAD25