Esperanza difícil de robar, por Alejandro Armas
Alejandro Armas Jun 09, 2017 | Actualizado hace 2 semanas
Esperanza difícil de robar

GNB_2

 

¿Son las protestas que ha llevado a cabo la oposición durante más de dos meses suficiente para frenar las intenciones autoritarias del chavismo? Desconozco la respuesta a esa pregunta, pero es válido presumir a estas alturas que, si bien son necesarias, no bastan. Sin embargo, es muy obvio que el Gobierno las quiere sacar de las calles. Por eso las han venido reprimiendo de forma cada vez más salvaje. El miedo por la integridad personal, y la de los seres queridos, debía ser el mecanismo para que todo el mundo se quedara en su casa.

En los primeros días de manifestaciones, que ya parecen remotos, lo visto era una imagen conocida: uso indiscriminado de gas lacrimógeno y perdigones. Pero la gente no se fue del asfalto. Luego vinieron los reportes de bombas disparadas para impactar a las personas, una práctica cuyas consecuencias pueden ser fatales, como evidencian las investigaciones del Ministerio Público sobre el caso de Juan Pernalete. Ah, pero la gente siguió en el pavimento. El siguiente peldaño en la escalera de la brutalidad fue la escopeta de perdigones “aliñada” con metras, tuercas y otros objetos. Hay una montaña de evidencias sobre las heridas que producen estas peculiares municiones, olímpicamente ignoradas por las autoridades del Ejecutivo. Pero la gente no dejó el asfalto. Entonces se multiplicaron las denuncias de tiros con armas de fuego, varias de ellas con el resultado de imputaciones hechas por la Fiscalía General. Y, sin embargo, la calle no se enfría.

Todo ese horror no cumplió su objetivo. Pero el lunes de esta semana la gente fue testigo de algo más. Robos. Guardias nacionales que arrinconaban a manifestantes y a otras personas que casualmente pasaban por allí, y que les quitaban sus pertenencias a sus víctimas. Se llevaron los zapatos de un joven. A varias mujeres les arrancaron sus carteras. Motorizados perdieron sus vehículos a manos de los uniformados. Varios colegas periodistas fueron desprovistos de sus equipos de trabajo, desde cámaras hasta celulares.

Varios de estos atracos quedaron registrados en video. Los testimonios de los agredidos son espeluznantes. La gente, que solo quería protestar en paz, se refugió en un centro comercial y vivió un verdadero asedio, con tiros disparados por efectivos militares y todo, sin poder salir por temor a ser asaltada.

La práctica criminal no solo engorda el expediente de violaciones de Derechos Humanos con el que cargan los organismos de seguridad, sino que además evidencia una degradación impresionante de los servidores públicos. Los agentes del Estado, que según Hobbes tiene como razón de ser prevenir que la humanidad degenere en una ley del más fuerte, imponen dicha ley. Advertía esta semana el periodista Javier Ignacio Mayorca en una entrevista radiofónica sobre un lavado de cerebro aplicado a efectivos castrenses y policiales para convencerlos de que todo quien protesta contra el Gobierno es un enemigo y debe ser tratado como tal. Sin embargo, aún con esta enferma visión, cabe acotar que hoy hasta el proceder bélico está regulado por nociones de Derecho. Si los militares de un país robaran en masa a los civiles de un territorio que ocupan, no pudieran escudarse detrás de razonamientos de guerra.

El robo como parte de los conflictos es cosa propia del pasado primitivo. Ha existido desde la Edad Antigua. Cuando la República tenía poco más de un siglo establecida, Roma fue saqueada por Breno y sus galos. Ya sumergida en la decadencia, a la urbe le hicieron lo mismo los visigodos en el año 410 d.C.  Hubo un tercer saqueo en el año 1527, en pleno Renacimiento, a manos de las tropas del emperador Carlos V. Iglesias, monasterios y palacios obispales fueron asaltados. Abusos de este tipo fueron comunes a lo largo de las guerras que sacudieron Europa incluso durante la Edad Moderna.

Pero no hay necesidad de irse al otro lado del Atlántico para explorar casos de esta barrabasada. En nuestra guerra de independencia, probablemente la segunda más sanguinaria de todo el continente americano (solo superada por la haitiana), hubo múltiples incidentes de este tipo. Particularmente en la etapa más sanguinaria, durante el ascenso y caída de la Segunda República. Las huestes de Boves, compuestas mayormente por los estratos más bajos de la sociedad de castas colonial y responsables de algunos de los peores horrores de ese tiempo, practicaban el saqueo de pueblos y haciendas.

Medio siglo después pasó algo parecido con la Guerra Federal. Las tropas de Ezequiel Zamora ejercieron algunas de las peores aberraciones vistas en esta tierra, que durante casi todo el siglo XIX estuvo manchada de sangre. La promesa de un botín siempre fue uno de los estimulantes para que peones de hacienda se alzaran y siguieran en armas al caudillo. La justificación moral era que se estaba saqueando al explotador. Había un resentimiento por una situación social terriblemente injusta, cómo no, pero ese resentimiento fue explotado para convertirlo en una ira ciega y capaz de cometer monstruosidades. Después de todo, estamos hablando de la misma fuerza militar que pasó a la historia, entre otras cosas, por el grito de muerte a todo el que supiera leer y escribir, proferido por Martín Espinosa, uno de los lugartenientes de Zamora. Lo burdo de estas acciones y proclamas muestra que no se trataba de un prototipo de revolución marxista. La guerra era sencillamente vista por los pobres como una oportunidad para el ascenso social. Si su bando salía victorioso, era posible un reparto de las tierras de los perdedores que permitiría a los más destacados en combate quedarse con algo. Incluso si no era así, había la oportunidad de no volver con las manos vacías gracias al pillaje en los territorios capturados.

Ello no impidió que Chávez asumiera a Zamora como una de las “raíces” de su proyecto político. Ahora, cuando se cumplen 200 años del nacimiento del caudillo, al Gobierno le dio por ponerle su nombre a un montón de cosas, incluyendo el plan de orden público para suprimir las protestas en su contra, cuyas consecuencias han sido palpables. Guardias nacionales roban mientras defienden los intereses de un gobierno que se autoproclama zamorano.

Y ahora volvemos a los “peros” del principio. Porque ni siquiera después de los espantos con que comenzó esta semana la gente ha salido de las calles. Robar la esperanza es mucho más difícil que un celular. Si se tiene la fortaleza suficiente, ella termina siendo imposible de arrebatar.

@AAAD25