Razones para la esperanza, por Pedro Méndez Dager
Razones para la esperanza, por Pedro Méndez Dager

ProtestasJunioVzla2017

FOTO: Carlos García Rawlins / REUTERS

 

Se acercaba la noche y dábamos por terminada la jornada de protesta, caminando por el campo de batalla en que se había transformado el Distribuidor de Altamira, bajo la presión de los pelotones oficiales de la represión totalitaria o de los bandidos paramilitares con licencia para disparar. Necesitábamos un almuerzo urgente que serviría de cena, y acompañados todavía por un grupo de jóvenes manifestantes de la vanguardia que se unieron a nosotros, buscamos un lugar más seguro para sentarnos y comer. La pollera estaba funcionando y había espacio para todos. Pedimos suficiente para que el grupo se mantuviera en pie.

Cerca de nosotros uno de los jóvenes combatientes, sacó un papel y envolvió su ración, luego la metió en su morral destartalado. Andrés “Chola” Schloeter, concejal de Sucre, que estaba allí le preguntó por qué hacía eso y el chamo respondió que se la llevaba a su abuela, que debía tener unos dos meses sin probar una presa de pollo. Pero observamos que otro de los improvisados acompañantes tenía una bolsa y estaba guardando también su parte en aquel almuerzo cena. Anticipando la pregunta nos dijo sin la menor afectación: “es para mamá”.

El hambre no es una fábula. Acosa todos los días de esta Venezuela colonizada -regresada doscientos siete años en la historia de sus instituciones- a capas de la población cada vez más numerosas y menos acostumbradas a pasar los días sin el alimento esencial para vivir. Puede afirmarse, sin mucha probabilidad de alejarse de la realidad nacional, que cada día crecen las dimensiones de la población desnutrida y que ha llegado el tiempo en que la competencia no es ya por un empleo, por un salario, o por un contrato, sino por acceder primero a las bolsas de basura de los restaurantes, mientras queden restaurantes, y de las casas de los poderosos del régimen colonial que hacen la guerra para permanecer allí, por los siglos de los siglos. Este hambre como táctica de dominación y como confesión del más colosal fracaso de nuestra historia, destruye a pasos acelerados el potencial cerebral de centenares de miles de niños, esos chamos pilas, creativos y brillantes con los que comenzaba a equiparse la Venezuela que perdimos.

Pero ahí están los chamos. Andan en rebelión y salen a luchar por una patria mejor que, de ñapa, es perfectamente posible. Unos jóvenes de cuyo corazón no han podido arrancar esas maravillosas virtudes que harán la Venezuela que viene, cuando salgamos de la tragedia: Amor filial, generosidad, solidaridad. Está llegando la hora de empezar a resembrar también el amor el trabajo, la disciplina, la honradez, la puntualidad, el sentido crítico y autocrítico, el auténtico amor a Venezuela.  Ni siquiera veinte años de prédica constante del odio hacia los demás o hacia los que han logrado avanzar un poco más en la ruta del progreso o en el camino de la civilización, han podido arrancar del corazón de la mayoría determinante de los entrañables venezolanos el amor a la familia y la generosidad. Esos que hace tiempo están pensando y preparándose para la difícil pero seductora posibilidad de hacer a Venezuela grande otra vez: en la nueva economía, en la nueva educación, en las instituciones rescatadas puestas al día, en la salud y la seguridad social replanteadas, en la agricultura renovada, en la nueva infraestructura, en las nuevas fuerzas armadas. Hay terreno dónde sembrar, y habrá más todavía. También hay jóvenes llevando las estrellas, soñando con la libertad de su Patria, a la que han jurado y jurarán defender y mantener libre, independiente y soberana, aun a costa de la vida. Porque ahora es cuando va a pelear Rondón.

@pedro_mendez_d