Decisión indigna, por Alejandro Armas
Alejandro Armas Abr 28, 2017 | Actualizado hace 3 semanas
Decisión indigna

OEAA

 

El chavismo se ha vuelto un caso severo, no de fotofobia, sino de “votofobia”. No solamente suprime las elecciones en el país que, por desgracia, gobierna, espantado por la certeza de que en ese caso su precioso poder se le esfumará de las manos. Ahora también rehúye a votaciones en foros internacionales que perjudiquen gravemente sus intereses. Viendo imposible que se haga su voluntad en la Organización de Estados Americanos, ordena que Venezuela se retire de un ente del que fue miembro fundador y en el que lleva casi setenta años.

Nueve votos de 34 son actualmente el legado de Chávez, capítulo petrodiplomacia. Todos esos recursos de la República invertidos durante años en comprar el sufragio de las naciones caribeñas al final no sirvieron de nada en el momento más crítico. ¿Y qué decir de nuestra canciller? A ella hubiera correspondido “defendernos de la arremetida imperial” en la reunión de la OEA que sirvió como pretexto para iniciar el proceso de salida. Se supone que ella tiene de su lado unos argumentos incuestionables, de una solidez mayor a la del diamante, así como un coraje extraordinario que (Maduro dixit) hace que al secretario general Almagro le tiemblen las piernitas ante su grandiosa presencia. Pero, no, en vez de emplear semejantes dotes, la ministra opta por no presentarse. Ello no implica que el Gobierno proclame una nueva victoria que añadir a su lista interminable. Porque el chavismo es como esos niños que se sienten triunfadores e incapaces de saborear la derrota, pero solamente porque siempre se niegan a competir.

En fin, nos están imponiendo una nueva vergüenza nacional: ser el primer país que voluntariamente abandona la OEA. Por más que se busque el paralelismo con Cuba, hay límites, ya que la isla no se fue porque así lo decidiera, sino porque la echaron (casi medio siglo después la invitaron a volver, pero los Castro no quisieron). Lo que sí es igualito es el discurso patriotero con el que pretenden justificar ante nosotros y el mundo tal decisión. A saber, que es mejor estar fuera de la OEA para mantener la dignidad nacional.

En este mundo globalizado, en el que la interdependencia de países hace irracional la apuesta por la plena autarquía (Corea del Norte es la que más ha insistido en intentarlo, con resultados catastróficos), prácticamente ninguno va a buscar aislarse de los demás renunciando a su membresía en organismos multilaterales. Desde que los mismos existen, son muy pocos los casos de tales retiros. Todos han sido con la excusa de que la permanencia se ha vuelto indigna. Sin embargo, una revisión rápida de esos episodios permite verificar que, con el pasar de los años, ninguno de ellos es recordado como una decisión digna, ni siquiera por los propios ciudadanos de las naciones en cuestión. Más bien son vistos como páginas penosas en sus respectivos cursos históricos. ¿Por qué? Justamente porque la salida fue una reacción a la denuncia de comportamientos negativos por parte de esos Estados. Veamos unos ejemplos, todos ellos vinculados con el que tal vez haya sido el primer gran organismo multilateral del mundo.

Una de las primeras acciones importantes de la Alemania nazi fue dejar la Sociedad de Naciones. Lo hizo en 1933, meses después de que Hitler tomara el poder. Los germanos se quejaban de que las limitaciones al armamento ordenadas por la sociedad eran excesivas para su país. El argumento a primera vista pudo parecer justo, pero luego de rearmarse Alemania demostró que no lo hizo con fines únicamente defensivos, sino para crear su Lebensraum, o “espacio vital”. En otras palabras, para conquistar militarmente todos los territorios que los nazis consideraban que les correspondía gobernar, sin importar cuántos pueblos y Estados se tragaban en el proceso.

Ese mismo año, Japón también se salió. El país del sol naciente estaba en pleno auge del imperialismo militarista y determinado a extender su hegemonía por toda Asia oriental. La Sociedad de Naciones condenó su expansionismo (sobre todo en China, donde los nipones se imponían a sangre y fuego). Casi de inmediato se produjo el retiro.

Un tercer caso: la Italia de Mussolini. Esta nación había llegado tarde al reparto colonial de África entre los europeos, así que dirigió su atención hacia Etiopía, el único pedazo de ese continente (además de Liberia) que no había sido engullido por el imperialismo. De hecho Italia ya había tratado de apoderarse del ancestral reino a finales del siglo XIX, pero los etíopes se defendieron con éxito. Esta vez, sin embargo, la invasión logró su cometido y los italianos se anexionaron Etiopía. La Sociedad de Naciones denunció esta conquista. ¿La reacción? Italia se retira en 1937.

No hay que ser un erudito para adivinar qué tienen en común estos tres países que en los años 30 abandonaron la sociedad. Fueron los que al poco tiempo formaron el Eje Berlín-Roma-Tokio que combatió a los Aliados en la Segunda Guerra Mundial. Hitler y Mussolini son hasta el sol de hoy las caras más reconocidas del fascismo, así como ilustraciones de las peores dictaduras que han plagado a la humanidad.

Como Venezuela en el presente, las tres potencias del Eje se ampararon en un discurso híper nacionalista para justificar su salida de la Sociedad de Naciones. Esta analogía de paso pone en evidencia que el pasticho ideológico chavista es en dicho aspecto más cercano al fascismo que al comunismo (Marx y Lenin defendían a ultranza la noción de que el proletariado no tiene patria).

Cierto, la conducta que esas potencias buscaban preservar con el retiro era la expansión de sus fronteras en vez de la opresión de sus ciudadanos (la noción de Derechos Humanos se desarrolló después de la Segunda Guerra Mundial). Pero, a fin de cuentas, se trata de fechorías tapadas con patriotería chapucera.

Como el oficialismo venezolano, los gobiernos de aquellos tres países proclamaban soberbiamente que durarían cientos, miles de años, y que dejar la Sociedad de Naciones era solo un paso más para garantizar ese futuro “glorioso”. Tampoco hay que tener conocimientos enciclopédicos para saber que no fue así, que sus imperios se desmoronaron y que los responsables de tanto horror rindieron cuentas ante la justicia.

Algo que sí diferencia a Venezuela de Alemania, Italia y Japón en los años 30 es que, aunque autoritarios, los regímenes de esas naciones eran bastante populares, capaces de movilizar a su favor a millones de personas. En cambio, el chavismo se encuentra en su hora aciaga en cuanto a apoyo. Recordemos que todo este drama comenzó con la eliminación de elecciones y sus efectos. A propósito, en la “democracia participativa y protagónica” algo tan relevante como salir de la OEA ameritaría un referéndum consultivo. Ah, pero la votofabia también ahí hace de las suyas.

La presión internacional obviamente no basta para que a Venezuela llegue el cambio que la mayoría desea. Hace falta mucho más esfuerzo por parte de sus propios habitantes, pero ya es esperanzador lo que está ocurriendo. Dignidad no habrá entre nuestros gobernantes, pero entre los ciudadanos sí, y hoy lo están demostrando.

 

@AAAD25