Diplomacia de insultos, por Antonio José Monagas - Runrun
Diplomacia de insultos, por Antonio José Monagas

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Nadie se habría imaginado en diciembre de 1999, una vez sancionada la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, que buena parte de los correspondientes preceptos serían desconocidos o desvirtuados en su interpretación por quienes para entonces arribaron al gobierno nacional. Todo justificado en nombre de la manoseada revolución socialista cuya intención apuntó siempre a preservar los espacios políticos de los cuales comenzaron a sentir como propios.

En el fondo, buscaban aprovecharse del carácter retrechero que incitó acercarse el poder para saciar oscuros cometidos. Aunque carecían de conocimientos sobre el grado de detalle que envuelve el acto de gobernar complejos procesos sociales y políticos de cara al compromiso de consolidar la democracia que escasamente logró alcanzarse hasta finales del siglo XX. Pero el desconocimiento a este respecto, adulteró el ejercicio de la gestión gubernamental. Asimismo, a la práctica de derechos fundamentales y libertades inherentes a lo que compete al funcionamiento del Estado de Derecho y de Justicia al que refería la reciente aprobada Constitución Nacional.

La ineptitud ante el juego político en el cual participaban, justificó forzosamente las excusas que el alto gobierno requirió para omitir la separación de poderes que fue abonándose con la ayuda de la represión, el abuso y la impunidad. Estos funcionarios vieron que al desatender el concepto de independencia de poderes públicos, les facilitaría aislarse de los principios que configuraban el ordenamiento jurídico a partir de cuyos valores buscaba asentirse el sistema político afincado en torno al concepto de democracia política.

Sin embargo, las realidades lucieron transgredidas. La situación a la cual comenzó a plegarse la funcionalidad del país, devino en crisis. En una crisis que no sólo reveló el derrumbamiento de una estructura que vino soportándose sobre una institucionalidad fracturada en su pedestal, desde el principio. Sino también, se puso al descubierto la un primitivismo político en cuyo centro se dio una rebatiña miserable de todo cuanto estuviese a la vista. Así, logró acabarse con lo mejor de lo encontrado.

Arrancaron del plano de tierra, sin contemplación alguna, conceptos y proyectos, tanto como términos e identidades. Esto determinó vaciar a Venezuela de cuantos ideales habían configurado su idiosincrasia política-democrática, su talante social y su vitalidad económica. Pero de tan grosero arrase, no se salvó ni siquiera la forma de hacer política. Tampoco, la manera de profesar la diplomacia. De aquella diplomacia que, otrora, fue bastión de cancilleres con virtudes de estadistas y venezolanos con alto sentido de la geopolítica. Así que de personajes como Juan Germán Roscio, Diego Bautista Urbaneja, Vicente Lecuna, Fermín Toro, en el siglo XIX, o Andrés Eloy Blanco, Arístides Calvani, Simón Alberto Consalvi, Enrique Tejera París, Miguel Angel Burelli Rivas, en el siglo XX, entre otros, no quedó nada.

Deberá decirse que la diplomacia en ejercicio del actual gobierno militarista, se ha constituido en la vía mediante la cual busca arrinconarse la posición de la contraparte. Para lograrlo, utiliza el insulto a manera de compelida amenaza. Para estos diplomáticos “revolucionarios”, el lenguaje dejó de ser el medio del cual se vale la gran política para exhortar y exaltar actitudes alineadas con el pensamiento en discusión. Pero esta diplomacia “socialista”, excede los límites de compostura y vergüenza para caer en la tosquedad y la ordinariez más chabacana. En tan oscuras fosas donde cabe la inmoralidad, se erige la cobardía necesaria para que, diplomáticos sin principios ni exacto manejo de relaciones internacionales, puedan deslizarse entre los más ásperos improperios dirigidos a descalificar, humillar y horadar toda circunstancia que pretenda obstaculizar la obstinación, ineptitud e indecencia de estos funcionarios para quienes la política se convirtió en mero recurso de grosera intimidación.

Los pronunciamientos de cuantos cancilleres han actuado en representación del régimen venezolano, lejos de aducir planteamientos entretejidos en el equilibrio necesario a la conveniencia de las partes y entre los escenarios que mejor establezcan variables asequibles al manejo de la situación en pugna, adoptan posturas injuriosas y difamatorias que sólo evidencian un discurso rabioso y sin un contenido demostrativo del sentido constructivo que puede depararse.

La tonalidad emocional que cada exposición de la Cancillería venezolana asoma en respuesta a los seguidos llamados por parte de la Organización de Estado Americanos, OEA, ante la coyuntura provocada por la vulneración de valores de democracia en Venezuela, contradice lo que los postulados de la teoría política exigen para su praxis. Particularmente al referirse a la importancia de las relaciones internacionales. Aunque al mismo tiempo, da cuenta del barullo que vive el gobierno a su interioridad lo cual es razón para inferir que en medio de tan tanta estolidez o carencia de fundamento, el país político, social y económico viene hundiéndose en el pantano sobre el cual se ha trazado su tránsito.

Y no tanto por el hecho de ser increpado a su paso por agentes del infortunio político y la tribulación social. Sino además, porque en ello no hay posibilidades de ciertas de recuperarse en el mediano plazo. Mucho menos, en el corto plazo, como engañosamente ha sido anunciado a través de ilusas campañas mediáticas valiéndose de la hegemonía comunicacional en manos gubernamentales, con la socarrona asesoría cubana.

Es inaceptable que entrado el siglo XXI, cuando los procesos de gobiernos deberían valorarse por encima de  niveles alcanzados decenios o centurias atrás, hallan algunos que contradictoriamente se empeñen en copiar modelos apuntalados en una especie de canibalismo político. O basados en criterios antihistóricos que sólo incitan el dispendio, el atraso y la impudicia, sin atreverse a contrarrestar los efectos que derivan de tan degradadas actitudes. De esa manera, ganan los ilusos que necesitan sus ritos y cultos a la vagancia, la adulancia, la intolerancia y la ignorancia. En consecuencia, las actuaciones de la diplomacia correspondiente vive apegada a vulgares y groseras expresiones que solamente es posible en un país arrastrado por los cabellos y diezmado por la inmadurez a la que se ha llegado a través de una tragedia llamada gobierno venezolano. Y desde donde, apesadumbradamente, ante la impotencia del alcance de la comprensión de política y gobierno, se pone en práctica una diplomacia de insultos.