Todos somos presos y exiliados políticos, por Armando Martini Pietri
Todos somos presos y exiliados políticos, por Armando Martini Pietri

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Ser preso o exiliado político en Venezuela, Cuba y otras tiranías, es, para comenzar, una violación drástica al derecho fundamental de los seres humanos.

Encarcelados, reclusos, confinados, detenidos, siempre tragedias inhumanas y crueles. Los presos políticos llevan a cuestas no sólo su libertad ciudadana y constitucional pateada, oprimida, sino, en países como el nuestro, la angustia y el comprensible miedo a los maltratos, interrogatorios, torturas, abandonos y separación, con golpes, cadenas e imprecaciones y humillaciones a la familia.

Sin considerar que hay reclusos por cuestiones políticas que ni siquiera tuvieron actuaciones de protesta; sin contar excesos dolorosos y sangrientos del régimen cuyos uniformados atacan a perdigonazos y gases lacrimógenos, convencidos de que todo el que se oponga, salga a la calle a pedir algo, levante la voz, no sólo es hostil al Gobierno -condición para la cual no hay autorización legal en Venezuela- sino, mucho más, un peligrosísimo agente activo del mismo imperio armado, enemigo poderoso y tramposo que nos mantiene victimizados con una guerra económica que está obligando a la Venezuela revolucionaria y sus obedientes fanáticos a quedarse con las panaderías, entre otras victorias socialistas en beneficio del pueblo ahora mejor y más justamente alimentado que nunca, según la flagrante, persistente, distorsionadora y constante propaganda de manipulación oficial.

No obstante, el peor problema, aparte de la aberrante injusticia, pérdida de libertad y derechos, es que se encuentran como péndulos mortificados e involuntarios entre quienes los olvidan por completo -excepto Leopoldo López, a quien han convertido entre tirios y troyanos (oficialistas y opositores, derechistas y camaradas, fascistas y comunistas o como quiera usted calificarlos y clasificarlos) en una especie de símbolo mayor y santo patrono de los encarcelados políticos. Su martirio ha terminado convirtiéndose en emblema de unos y otros.

Mientras el mundo habla del líder de Voluntad Popular, pide su liberación, proclama su sacrificio, el régimen se concentra en negar sus bondades, considerarlo asesino, violento y mala gente. En esa pelea que nos llena de ruido, demasiados olvidan a los demás oprimidos y atormentados cautivos políticos, no se mencionan, no se enumeran como cantata de la conciencia, la justicia se hace cómplice y no dispuesta a ese perdón denigrante e injusto que es el olvido. Y a pesar de los esfuerzos, hagan la prueba, a ver quiénes y de qué manera recuerdan que hay más de un centenar de presos políticos, y cuáles son sus nombres. Los más, recordarán 6 ó 7, ése es el problema.

Y están los exiliados, desterrados, proscritos, emigrados, la creciente masa que constituye a estas alturas una auténtica diáspora venezolana. La inmensa mayoría son en el fondo presos políticos de las ferocidades de su país, su régimen político y económico que los lleva a irse, a huir. Hasta hace apenas 20 años habíamos acumulado varias décadas de brazos abiertos, de vengan que aquí les damos oportunidades y protección. Ahora es al revés, hoy los venezolanos preguntan quién quiere recibirlos, y muchos ni siquiera esperan la respuesta.

Otro de los milagros de la revolución bolivariana es haber forzado a -dicen, inseguros del número pero sí de que es un caudaloso río- aproximadamente dos millones de venezolanos, profesionales, técnicos, tirapiedras, pico y palas, raspa pa’lante, universitarios, hombres y mujeres, maduros y adolescentes, enfermeras, médicos, abogados, ingenieros, nombre usted la edad, sexo, religión, nivel socioeconómico, especialidad, y encontrará cada día más en una prisión política diferente, la del exilio, la de ser extranjeros a la fuerza y en los más variados lugares del mundo. Mirados con indiferencia en algunas partes, con cierto respeto y afecto en cada vez menos países, con desconfianza en otros, en alguno con desprecio e incluso odio.

Pero también están recibiendo una enseñanza, y de ellos la recibimos nosotros. Venezolanos jóvenes de hoy, ciudadanos entre la cuarentena y casi la niñez, están aprendiendo dos nuevas y duras verdades.

La primera, no es verdad que tienen patria socialista, es una tierra donde nacieron y crecieron, pero no una patria que los necesite, les brinde oportunidades de servirla y, a través de ella, servirse a sí mismos y a sus familias. Lo que hay es un problema, desesperanza y ansiedad entre las manos, los tres con bandera tricolor y ocho estrellas.

La segunda triste realidad, no es cierto que los venezolanos somos simpáticos, cordiales y caemos bien, siempre y a todos. La verdad, aunque duela, es que, para algunos países somos malhechores, contrabandistas, pícaros, desvergonzados, maleducados y, aún peor, estamos en todas partes. Afortunadamente, son la minoría, la gran mayoría es apreciada y considerada.

Es injusto que los que seguimos aquí aguantando -y, seguro, luchando, resistiendo-, nos sintamos heroicos y en cambio, los exiliados -excepto alegres viajeros opositores y, por supuesto, los aún más entusiastas del turismo revolucionario- sean señalados porque “no se quedaron a dar la pelea”. Majaderos, mentecatos y estúpidos quienes se atrevan a criticados.

Estemos claros. Los exiliados, salvo muy contadas excepciones, no están descansando en lujosos lobbies de hoteles elegantes, ni en playas de ensueño. La gran mayoría está, “echándole bolas”, y encima pendientes de cómo van las cosas por estos rojos y hambreados predios, manifestando en las ciudades de su domicilio, en las cuales sueñan, trabajan en lo que sea para ganarse la vida.

No son ellos alegres venezolanos irresponsables que abandonaron la pelea para ir a pasarlo bien. Por el contrario, en las muy diversas ciudades donde trabajan duro para nada representan la imagen aquella del venezolano chistoso, informal y poco trabajador. Laboran en lo que les pongan siempre pendientes de su país, a base de esfuerzo, adaptación a ambientes que no conocen, van descubriendo y demostrando capacidad, confiabilidad y voluntad a fuerza de cumplir y de aprender a usar su propia inteligencia.

Solos ante una vida dura, que no es solidaria ni perdona, se están entrenando en ser mejores personas, mucho más preparados, solidificando posiciones, creando y asentando familias para después, buena parte de ellos volver, dispuestos y deseosos de regresar a reconstruir este país en la era que vendrá, la post-socialista, la de recoger los pedazos que dejó en el piso ese elefante torpe y ciego en la cristalería tropical que ha sido la tal revolución, cuyos dirigentes de todos los niveles irán siendo atrapados en diversos países del mundo, porque tampoco son eficientes en el ocultamiento de lo que han robado.

No los rechacemos, no los critiquemos, vamos a convencerlos de que los esperamos con afán, deseosos de que regresen y todos juntos, hombro con hombro, desarrollemos la enorme, larga y noble tarea de reconstruir a Venezuela.

 

@ArmandoMartini