La historia arreglada de una revolución retorcida, por Antonio José Monagas - Runrun
La historia arreglada de una revolución retorcida, por Antonio José Monagas

ZamorayMaduro_

Cuando la historia se conoce por compendios o resúmenes, su interpretación no pasa de ser una fábula de desencajado movimiento. Es cuando su observación resulta tan fustigante como decepcionante. Se convierte en una brutal deuda de cultura, moralidad y ética que sólo puede pagarse exaltando impúdicamente la ignorancia, la infamia y la violencia. Por eso, cada sistema político ajusta sus tensiones e intenciones a lo que la significación del pasado llega a permitirle en aras del maniqueísmo al cual un gobierno supedita sus criterios de gestión. Y en eso, el populismo demagógico es un referente de primera línea. Aunque también, en orden de “méritos”. Pero más aún, el totalitarismo cuya asociación con el despotismo, incita las más oscuras, incongruentes y descarriadas formas de escribir la historia. Desde luego, siempre a juicio del autócrata a cargo del régimen en ejercicio.

Es ahí donde la arrogancia de un gobernante déspota, da paso a la petulancia ya que desde ella, se arroga la capacidad de subordinar el tiempo al presente. Así  presume que el régimen bajo su dirección, puede (a su antojo) elaborar la historia. Y en efecto, así lo realiza pero abusando de la mediocridad. O sea, no más allá de la altura que alcanza un gusano sobre el suelo mientras se arrastra en busca de la próxima migaja que conseguirá en pos de su efímera subsistencia.

Por eso muchos críticos aciertan cuando afirman que “la historia se repite”. Y aunque no explayan sus argumentos para remarcar la susodicha hipótesis, no es difícil inferir que la razón del susodicho desliz se halla tanto en la carencia de fundamentos que avalan pretensiones gubernamentales de ridícula calaña, como en la necesidad circunstancial de arrinconar situaciones y condiciones en el pretérito más reaccionario. Aunque en ese mismo remoto pasado, se encuentra el lugar más retrógrado donde se enquistan objetivos políticos que sostienen proyectos ideológicos tan recalcitrantes, que se justifican ante realidades de retorcido desarrollo.

En medio del desaforo que tal cuadro de contradicciones genera, es posible que la memoria histórica con la que cuenta una nación para comprender su presente y construir su porvenir, pueda perderse entre las desvergüenzas que se acumulan como resultado del hostigamiento a la dignidad de un pueblo. Más cuando esa memoria se procesa en el olvido de los hechos y finaliza en la indiferencia ante los mismos. O como explicaba Tucídides, historiador y militar ateniense: “la historia es un incesante volver a empezar”. Entonces no cabe duda de que la historia se verá repetida tantas veces como infructuosos reparos en la consciencia republicana y democrática pueda tener o haber en tan humillada población.

He ahí la respuesta mediante la cual puede inferirse que los problemas que abruman una sociedad y por tanto a un país entero, tienen su razón en la desmemoria histórica a partir de la cual no sólo cabe toda confusión, olvido y apatía como parte de la conducta colectiva nacional. También, la patraña, el soborno y el chantaje aplicados como recursos de un gobierno intolerante que adopta actitudes intransigentes ante las exigencias que le son demandadas por necesidad y derecho.

El caso Venezuela, bien explica lo anterior toda vez que las irreverencias de un gobierno inmodesto se han asociado a la idea de acomodar la historia de Venezuela para entonces justificar el descalabro que la ineptitud, la soberbia y la ignorancia de sus gobernantes han causado al país. Así se tiene que después de las recriminaciones que el finado presidente militar hizo contra el prócer de la Independencia y quien fuera en tres oportunidades presidente de la República, José Antonio Páez, acusándolo injusta y alevosamente, hizo lo mismo contra Francisco de Miranda. A éste eximio venezolano, internacionalmente reconocido, lo inculpó de exabruptos que sólo un mezquino aficionado a la historia es capaz de infundir.

Ahora, el actual gobernante, además de repetir la lección instruida por su maestro y predecesor político, la exageró al sumar nuevas determinaciones. Ello, lejos de hacer ver algo comedido, terminó ridiculizando lo poco de historia que expuso en los argumentos anunciados y utilizados a manera de justificación. Así exaltó irrealmente, la figura de Ezequiel Zamora, toda vez que pretendió indultarlo (post mortem) de cuanta arbitrariedad cometió en nombre de un “liberalismo” el cual adaptó en función de reivindicaciones que fustigaba en medio de viscerales conflictos demostrativos de los agudos choques políticos que caracterizaron la situación de “guerra federal” que, para mediados del siglo XIX, vivía Venezuela.

En el fragor de tan cuestionados hechos, sólo queda apegarse a lo que una historia escrita desde la ecuanimidad, o desde su lado correcto, puede ofrecer. Más, si quienes pretenden arrogarse ínfulas de moralidad, son capaces de interpretarla en toda su extensión, forma y sentido. O como expresó el dramaturgo francés, Jean-Baptiste Poquelin, o mejor conocido como Molière, “nosotros no participamos de la gloria de nuestros antepasados, sino cuando nos esforzamos en parecérnosles”.

Y como en verdad no resulta fácil resolver una inecuación de alta complejidad sin la capacidad matemática, entonces tampoco será sencillo parecerse a lo que en esencia no se es ni por condición, estructura, figuración o emulación. Y en política, equivocaciones de esta naturaleza devienen en ilusas presunciones basadas en el engreimiento que insufla el poder. Sobre todo, cuando el ejercicio del poder tiene por base intelectual y emocional, un cerebro vacío, lleno de roña o convertido en ruinas. Tanto que muchas veces, por exhibir lo que no se pudo construir, o no se ha podido erigir, se acude a historias que resultan de la invención interesada. Es el caso de la historia arreglada de una revolución retorcida.