Los soviets del siglo XXI contra la Asamblea Nacional, por Alejandro Armas
Los soviets del siglo XXI contra la Asamblea Nacional

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Parece que, desde un punto de vista estrictamente intelectual, el Partido Comunista de Venezuela, por decirlo en términos coloquiales, botó los reales cuando en 1986 becó a un joven activista de la Liga Socialista para un año de formación marxista-leninista en La Habana. Solo así se explica que tres décadas después, ese individuo, que hoy aparece con la banda tricolor terciada sobre una adiposidad cuyo crecimiento le parece motivo de orgullo mientras se ve por doquier a sus compatriotas comer de la basura, sea incapaz de recordar correctamente siquiera las citas más célebres del propio Marx. El susodicho quiso convertir una frase del barbudo de Tréveris en uno de sus chistes al decir la semana pasada que la Asamblea Nacional ha repetido sus acciones, “el año pasado como tragedia y este año como comedia”. En realidad Marx planteó que “Hegel decía que la historia se repite dos veces; le faltó añadir que la primera es como tragedia y la segunda como farsa”.

No obstante, si se obvia el papel de hombre culto que Maduro se atribuye a sí mismo y se limita la consideración a su posición presidencial, aquella inversión sí fue acertada para todos quienes, dentro y fuera de Venezuela, han apostado por la implantación de un régimen de izquierda autoritaria en el país. Evocado como una de las figuras del chavismo más conciliadoras y abiertas a dialogar con el contrario hace más de una década, algunos vieron en él tras la muerte de Chávez al posible conductor de una transición negociada con los dirigentes disidentes hacia un régimen verdaderamente republicano, alejado de la intolerancia militarista de su antecesor. Nada que ver. Maduro ha demostrado como pocos su desprecio por la democracia siempre que esta no le convenga.

Nadie puede asegurar cuándo serán las próximas elecciones. Pero, ¿qué hay del daño al proyecto revolucionario que ya infligió irreversiblemente esa piedra en el zapato que es el sufragio? Me refiero a la Asamblea Nacional conquistada en una abrumadora victoria comicial por la oposición. El chavismo debió subestimar su propia impopularidad hasta que fue demasiado tarde. Si le ha sido tan fácil no medirse por las gobernaciones y consejos legislativos, pudo haber hecho lo mismo con el Parlamento y evitar el trauma de exponerse reducido a minoría sin discusión ante todo el mundo. La solución ha sido convertir la Asamblea en un jarrón chino, sin poderes.

Por desgracia, las piezas de cerámica oriental, aunque delicadas, tienden a llamar mucho la atención, y el Parlamento venezolano también. Así que la sola existencia de este es como un insulto al inflado ego de los jerarcas rojos. Es el recuerdo indeleble de que el 6 de diciembre de 2015 una mayoría aplastante de los ciudadanos les dio la espalda. Les repugna. Por eso, incluso si sus sesiones no tienen efectos legales, tratan de que ni siquiera las haya mediante su inasistencia en bloque. Por eso se regocijan con el acoso a los diputados de la MUD por hordas violentas en cualquier rincón del país. Por eso Maduro no para de amenazar con inventar una manera de disolver la AN.

En este espacio consagrado a tratar de interpretar lo que pasa en la actualidad y lo que podría pasar en el futuro sobre la base de la historia, muchas veces se ha comentado la poca originalidad del chavismo detrás de sus atuendos coloridos y su terminología de pretendida novedad, como “socialismo del siglo XXI”. En realidad, la mayoría de sus movimientos se basa en experiencias anteriores que de alguna retorcida manera le parecen admirables. La hipotética disolución definitiva de la Asamblea Nacional no sería la excepción.

De seguro en su año habanero, Maduro fue expuesto a las ideas de Vladimir Lenin y al impacto que las mismas tuvieron en el desarrollo de la Revolución Rusa, proceso histórico a punto de cumplir un siglo. Como se sabe, de hecho fueron dos revoluciones, que pasaron a ser conocidas por el nombre de los meses en los que estallaron. Primero vino la Revolución de Febrero (según el Calendario Juliano, vigente en Rusia entonces; según Calendario Gregoriano occidental, comenzó en marzo). Una serie de huelgas motivadas por la pobreza y la guerra se salió de control y sorprendentemente terminó con la abdicación del zar, sin que nadie quisiera tomar su lugar. En vez de eso se formó un gobierno provisional en el que participaron varios de los partidos opuestos a la monarquía absoluta anterior, desde liberales hasta varias corrientes socialistas.

La transición hacia una república democrática y con cabida de la pluralidad de pensamientos estaba en la mente de muchos … Hasta que estalló la Revolución de Octubre (noviembre, en el Calendario Gregoriano). Una de las facciones más radicales del socialismo ruso, los bolcheviques, liderada por Lenin, había venido aumentando su influencia entre los soldados y los trabajadores desde hacía meses, y un día se sintió con fuerza suficiente como para dar un golpe de Estado que derribara al gobierno provisional y la estableciera en el poder. Lo consiguió.

Los bolcheviques, sin embargo, se consiguieron rápidamente con un escollo a su sed insaciable de hegemonía. Como sus predecesores eran de índole temporal, ya se había convocado a una Asamblea Constituyente que dotara a Rusia de una nueva ley suprema. Los bolcheviques estaban entre quienes apoyaron la iniciativa. Pero cuando se realizaron las elecciones para su conformación, se llevaron un chasco al quedar en un distante segundo lugar, tras otra organización de izquierda: los Socialistas Revolucionarios. Los bolcheviques pensaban que su base de apoyo en las grandes ciudades industriales como Petrogrado (hoy San Petersburgo) era algo común en el resto del país, sin darse cuenta de que en el campo sus rivales eran mucho más fuertes. Rusia seguía siendo para ese tiempo una sociedad mayoritariamente rural.

Lenin no estaba dispuesto a permitir que otros dominaran un ente tan importante. Entre el día de los comicios y el de la instalación se desató una gran campaña propagandística desde el gobierno contra la constituyente, cuestionando su validez. Hubo el arresto de diputados y retrasos en la apertura de la institución. Finalmente, el 18 de enero de 1918, en medio de amenazas, la asamblea se instaló. Al día siguiente, los parlamentarios que iban rumbo a celebrar la segunda sesión encontraron las instalaciones cerradas por orden gubernamental. En el contexto de la Guerra Civil rusa y la resistencia a los bolcheviques hubo intentos de los diputados por mantener aunque sea de forma clandestina la asamblea, pero sin éxito. El oficialismo poco a poco consolidó su poder y transformó Rusia en un régimen de partido único, el cual, con la adhesión o incorporación por la fuerza de otras zonas del viejo imperio zarista, se convirtió poco antes de la muerte de Lenin en la URSS. Ni siquiera otros grupos de izquierda fueron tolerados.

Los bolcheviques esgrimieron varias razones para disolver la constituyente. En primer lugar, protestaron que en la votación no se consideró una división entre los Socialistas Revolucionarios, algunos de los cuales se habían vuelto sus aliados. Aunque esto sea cierto, el efecto pudo corregirse dentro de la propia asamblea con la actuación conjunta de los dos grupos. No hacía falta borrar del mapa el organismo colegiado.

Pero, más allá de lo ad hoc, el argumento predilecto del gobierno era que la asamblea tenía una falla inherente a su naturaleza. La satanizaron como una expresión de la “democracia burguesa”, contrarrevolucionaria y opuesta a los intereses de la clase trabajadora. Para los bolcheviques, los soviets eran la única representación verdadera del pueblo. ¿Por qué? Pues por la misma razón por la que el chavismo hoy enfila sus cañones contra la Asamblea Nacional. A saber, que en su dogmatismo antidemocrático, los bolcheviques solo veían lo “correcto” en entidades férreamente bajo su control, como lo eran los soviets.

La ortodoxia marxista-leninista es producto de las secuelas de la Revolución Rusa y ha sido adoptada por la mayoría si no es que por la totalidad de los partidos comunistas del mundo, incluyendo el cubano, referencia primordial para el chavismo. La democracia burguesa fue reemplazada en la isla por asociaciones locales que seleccionan a los organismos legislativos regionales y al nacional. Eso sí: todos estos obedecen sin discusión los lineamientos del oficialismo, del gobierno. El chavismo no ha ocultado sus deseos de hacer lo propio con los consejos comunales y el llamado Parlamento Comunal, mientras la AN de la oposición queda pintada en la pared, aunque por ahora, en un giro más autocrático, ha optado por entregar los poderes del Legislativo a Maduro y al TSJ.

Es una lástima que el Presidente, que ha dicho haber estudiado tanto a Rosa Luxemburg, no se haya detenido sobre las duras críticas de la socialista alemana al naciente autoritarismo leninista por, entre otras cosas, disolver la Asamblea Constituyente. Cierro con una cita del propio Lenin recordada por la periodista y Premio Nobel Svetlana Alexeyevich y que creo que también ha encontrado réplica entre los gobernantes de Venezuela: “No me importa vivir en una pocilga, mientras la gobiernen los soviets”.

 

 @AAAD25