Padre Ugalde, de lo celestial a lo terrenal, por Armando Martini Pietri
Padre Ugalde, de lo celestial a lo terrenal, por Armando Martini Pietri

Luis Ugalde

 

 

Salir de una dictadura para recuperar la democracia es un dilema en el que esta imbuido el ciudadano. No es problema nuevo, muchos países, Venezuela incluida, han tenido que organizarse para estas situaciones siempre complejas y riesgosas.

Lo primero es aclarar si estamos en dictadura. Hay quienes insisten en el madurismo como ignominiosa dictadura, otros difieren o, al menos, estiman que es una dictadura que puede ser detenida, cambiada por caminos y medios democráticos, e insisten en una salida con votos. Hay también demócratas convencidos que Maduro, El Aisami, Padrino y Cabello son los jefes de un férreo régimen dictatorial al cual hay que enfrentar como lo que es.

Ponerse de acuerdo en el diagnóstico urge, para prescribir el remedio apropiado. La enrevesada y trágica Venezuela actual no es de brujerías ni profecías, sino de estrategia calculada y diseñada. La democracia se enfrenta con votos, la dictadura con resistencia. ¿Cuál es el camino correcto y oportuno? ¿Una inteligente combinación, quizás? 

Y están las preguntas: ¿se debe invocar el respaldo militar? ¿Qué piensan los ejércitos de la situación actual? ¿Cuál es la realidad para los castrenses?

Tema prohibido, tabú, presentarlo produce aversión y temor. ¿La razón?  Pudieran –los afectados- interpretarlo como un llamamiento, instigación a rebelión militar o vaticinio de un golpe de Estado. Ése es el gran pendón fantasmagórico que siempre ha perseguido al gobierno -y a la oposición- como un espanto de fábula llanera de la Venezuela profunda.

Considerar el tema es pertinente, forma parte de las conversaciones diarias y está en boca de todos; sólo que se comenta en voz baja, susurrando para evitar cualquier represalia.

Sin embargo, nació público de un hombre nada sospechoso de conspiraciones, respetado, el Padre Luis Ugalde. Jesuita influyente, de solvencia académica, estudioso de los problemas actuales que define con profundidad y honradez. Hizo una precisión que tiene sabor y sonido de alerta trascendental: “sin apoyo militar no salimos de esta dictadura ni recuperamos la democracia”.

No existe duda en la mayoría que la ruptura iniciada en 1999 no ha sido muy democrática, a pesar de los esfuerzos propagandísticos para demostrar lo contrario tanto en arrojos fallidos, como en empeños socioeconómicos comunistoides de los últimos dos gobiernos. La palabra “democracia” es utilizada hasta la saciedad sólo cuando beneficia a la parte oficialista, si no se adecua a su interés revolucionario, asume cualquier exégesis. La presidencia obrera se ha empeñado en subrayar su disposición poco democrática y totalitaria, algo a lo cual Hugo Chávez no osó atreverse ni en sus momentos de más poder y popularidad. 

Sin retornar una y otra vez al tema MUD, múltiples errores, indiferencia evidente combinada con alguna complacencia interesada, han permitido -más allá de los discursos adjetivados- la profundización e imposición oficialista. Recuerdo oportuno para evitar reiterarlos.

Asombro e impotencia de un país, mal e inadecuadamente representado, lleno de terror, devastado en sus principios éticos, morales y buenas costumbres ciudadanas, con escasez de medicinas y alimentos a nivel de hambruna, la desesperación por el escaso poder adquisitivo, la amenaza constante contra la vida por la inseguridad, la especulación y tantos males que padecen los que en esta hermosa tierra conviven un calvario común, es obligatorio aunque no se quiera, nos guste o no, referirnos al tema militar, ellos sufren y sobrellevan. ¡Son ciudadanos! La pregunta sería si todos ellos, desde los multi-soleados hasta los soldados, se sienten así.

Transición sin concurso militar, es desconocer la realidad venezolana y latinoamericana. No será posible una transformación sin la presencia castrense. Esto no significa traición a la patria, mucho menos, golpe de Estado, lo que implica es afrontar el escenario incontrovertible de un gobierno que se impone a trocha y mocha, ante cierta oposición que no se opone más allá de la demagogia y parece actuar por debajo de cuerda negociando a espaldas del mandato ciudadano -una cosa es la apariencia de diálogo que tiene harta a la Iglesia y otra lo que dialoguen agazapados en voz baja.

Me disculpo con el Padre Ugalde por el abuso de interpretarlo, pudo referirse a esa situación y si no fue su propósito, quien suscribe -con respeto- resalta esa línea de análisis. La desmoralización, apatía, pérdida de fe y esperanza, es lo que guía la dirección del comentario.

El gobierno considera que vivimos en democracia y ejercemos a plenitud nuestros derechos. Algunos opositores con sus bemoles parecen pensar de manera similar. La mayoría de los ciudadanos, en cambio, no lo perciben así. Allí se resume el auténtico conflicto. Unos son los intereses del pueblo y otros los de los políticos. Gravísimo el corto circuito que existe entre la política y la necesidad ciudadana. 

Situación compleja, difícil, colmada de vericuetos, lo que hace pensar en la intermediación de un árbitro, ése que juró defender la Constitución, aún siendo más o menos obediente y no deliberante, aunque expresiones pueden ser interpretadas como testimonios de que son participantes y deliberantes. No pueden ni deben serlo, porque son portadores de las armas que prometieron no empuñar contra el pueblo sino por el contrario, usarlas en su defensa y protección, juramento que a veces algunos parecen olvidar y realidades como que una orden superior no es justificación en casos de Derechos Humanos. 

Indica el refrán que “el miedo es libre” y lo es. Pero el ejemplo histórico que esgrimió el Padre Ugalde, estemos o no de acuerdo, señala un camino. No parece recomendarlo. En democracia plena tenemos derecho a expresar nuestras opiniones y ejerzo ese derecho que me otorgan las leyes y la Constitución, igual que hace el intelectual jesuita. Menester recordar Uruguay, Argentina y Chile, cuyas dictaduras terminaron tras acuerdos con las fuerzas civiles, para regresar a la democracia. Incluso en nuestro país en 1945 y 1958. 

Las proposiciones, medidas que enumera y describe el Padre Ugalde de un posible Gobierno pactado, son de perogrullo y sostenidas con exitosas experiencias, representan una vía manejable para un país estancado en el lodo hediondo de una dictadura que afirma no serlo, y una oposición que se ufana de triunfadora pero que siempre está contra la pared y perdiendo, igual que su adversario oficialista, popularidad, respeto y prestigio. Por cierto, grave y preocupante el hecho revelado en los estudios de opinión, en los cuales se aprecia que más del 50% de los venezolanos, no se sienten representados ni por la MUD ni por el gobierno-PSUV.

La Mesa de Diálogo no cuajó, no resultó, y la explicación de su fracaso fue señalado por la Conferencia Episcopal Venezolana: «No hubo sincera voluntad de dialogar». La directiva eclesiástica metió el dedo en la llaga al indicar que el gobierno y la oposición asumieron el diálogo como una “estrategia política”. No se sentaron para negociar, acudieron para decir que habían concurrido. Concluyó en nada, sólo generó decepción, frustración y resquebrajamiento de la ilusión. A tal dimensión, que obliga, al menos, a explorar otras opciones constitucionales.

Inmortalizar aquéllos hermosos conceptos de “reconciliación nacional”, “acuerdo”, o “solos no podemos, juntos sí salimos adelante”. Para recoger las piezas e hilachas de un país hecho pedazos, se necesitan sumar diversas habilidades para un objetivo común.

@ArmandoMartini