Timoneando la tormenta, por Antonio José Monagas
Timoneando la tormenta, por Antonio José Monagas

vaticano

Antonio José Monagas

 

La historia universal, es fiel testigo de los avatares vividos por el Catolicismo en aras de su lucha por reivindicar derechos exaltados por la doctrina de la Iglesia en el mundo. Aunque a decir verdad, no siempre el Vaticano estuvo apegado a una justicia que exhortara la igualdad como fundamento religioso de solidaridad y libertad. Sin embargo, desde la publicación de la encíclica Rerum Novarum, invocada por el Papa León XIII, en 1891, conmovido por los conflictos político-sociales que surgieron en la segunda mitad del siglo XVIII, particularmente en Europa, es cuando la Iglesia Católica comienza realmente a considerar la inminente necesidad de ocuparse de problemas que respondían al carácter egoísta, revanchista y sectario de sociedades que venían fracturándose cultural, ética y moralmente. Y por supuesto, de gobiernos cuyas maneras de administrar sus procesos económicos, incitaron efectos profundamente desgarradores.

También, la historia política contemporánea ha sido apasionada exponente de todo cuanto ha contrariado los dictámenes del Catolicismo. Así ha podido comprobarse que los conflictos suscitados en cualquier parte de la geografía mundial, lejos de cesar o haberse reducido en cantidad e intensidad, se pronunciaron. Incluso, con más vigorosidad lo cual no significa que se agravaran en términos de sus fuerzas. Pero sí de sus alcances. Y el poder del Catolicismo, se vio minimizado como resultado de las alianzas de intereses que se han organizado para impugnar su representación y consideraciones. Sobre todo, porque se trata de un actor que, como el Vaticano, debe jugársela todo en el campo de la política por cuanto es la expresión de un Estado establecido hace dos mil años. Y eso le ha valido haber adquirido la experiencia necesaria para enfrentar dificultades mediante la disuasión o negociación de problemas que inciden en la paz, el bienestar y calidad de vida de importantes grupos poblacionales situados lo largo y ancho del planeta.

Lo sucedido en Venezuela como parte del presunto proceso de diálogo incitado por la situación de aguda crisis política vivida a consecuencia de la ingobernabilidad que en los últimos años ha venido recrudeciéndose, evidencia con suma exactitud lo arriba expuesto. Es decir, la tensión política causada por la suspensión de los trámites del referendo revocatorio que la oposición democrática, aupada desde el Poder Legislativo, dio cuenta de agudas contradicciones que desdibujaron el perfil de Venezuela como país democrático. Las actitudes y decisiones del presidente de la República, revelaron que sus actos han sido en contrasentido con la Constitución de la República.

Fue entonces como a solicitud de la oposición organizada desde la MUD, el Santo Padre decidió enviar a dos delegados, monseñor Claudio María Celli, y el nuncio apostólico en Caracas, Aldo Giordani, quienes actuando en su nombre, intentarían facilitar la comunicación necesaria entre los factores en pugna. O sea, oposición democrática y alto gobierno. De manera tal que atendiendo como principio rector el bien común de los venezolanos, procedieron a llevarse a efecto los susodichos encuentros. Aunque con mucha dilación y desazón por parte del actor gubernamental, Y como siempre, el Ejecutivo Nacional incumpliendo los acuerdos alcanzados con abierta desfachatez y absoluta desvergüenza.

El hecho de quebrantar los puntos centrales de entendimiento que habrían de allanar los caminos de solución al difícil momento por el que, incluso, sigue atravesando el país, llevó a la Iglesia Católica venezolana, avalada por el Vaticano, a pedir a sus feligreses que se rebelen “pacífica y democráticamente” contra el régimen. El cardenal Jorge Urosa Savino, Arzobispo de Caracas, exhortó a los sacerdotes a leer en todas las misas una homilía de su autoría a fin de animar a los venezolanos a “no dejarse intimidar”. Ahí podría estar el camino expedito para “erradicar la dictadura” por la vía “pacífica y democrática” aducida por la misma Constitución Nacional.

La homilía del cardenal Urosa elaborada para primer ser divulgada el primer domingo de Enero del nuevo año, fue contundente en el sentido de acusar al gobierno de una “situación real de dictadura en Venezuela”. El texto del Arzobispo de Caracas, leído en las iglesias del país, delató el “sufrimiento de millones de venezolanos que reclaman al Gobierno de Maduro la necesidad de resolver la gravísima crisis alimentaria y de medicamentos”. La causa de tan atroz situación, según la interesante y acertada homilía, se encuentra en la “aplicación de un sistema económico errado”. Por eso, culpa al “totalitarismo socialista que adscribe al Estado el control total de la economía”.

Es indudable de que el fallido diálogo entre el Gobierno y la oposición, fue motivo de esperanza para vastos sectores del país. Ante tan controvertido hecho, la Iglesia Católica venezolana, con la indulgencia del Vaticano, elevó su protesta pues tristemente “¡nunca antes tantos venezolanos habían tenido que buscar comida en la basura!”. Sin embargo, quedan múltiples preguntas en el tintero de la confundida política nacional. Sobre todo, ante lo que debió haberse dado y que no pudo lograrse en términos de los problemas que atentan contra la paz, la seguridad personal, la convivencia social, y muchas condiciones que garanticen trabajo y una vida en orden.

¿Pero luego de tan abortado propósito, qué respuesta puede dársele al país político-democrático?. No se alcanzaron las exigencias de la oposición. O sea, la liberación de todos los presos políticos. Tampoco, el regreso de los exilados políticos. No se tiene todavía un canal humanitario para el ingreso de medicamentos y alimentos. Mucho menos logró concretarse la idea de fijar una fecha para el Revocatorio Presidencial. Quizás, la Iglesia fue utilizada con la malicia de quienes se aprovechan de las circunstancias para manipular alevosamente condiciones que favorecieran intereses parciales. Y aunque el alto gobierno busque reivindicarse con prácticas que lucen improcedentes e ilegítimas o sea, inconstitucionales e ilegales, apoyándose en el totalitarismo del cual se ufana ejercer, no ha advertido la fuerza que sabe desplegar la Iglesia Católica cuando se ve atacada por manobras de insolencia, chantaje y falsedad.

El régimen debe entender que a quien por estupidez, ignorancia o soberbia pueda creerse Dios, se les destruye de una sola forma. Demostrándosele que no hace milagros. Sobre todo, en tiempos en que la Iglesia Católica venezolana vuelve a sentirse comprometida con su innumerable feligresía y así verse timoneando la tormenta.