Los fantasmas del laberinto (rojo), por Antonio José Monagas
Los fantasmas del laberinto (rojo), por Antonio José Monagas

Laberinto

 

La proximidad de nuevos tiempos, no son garantía de buenos tiempos. Sobre todo, si tan cruda sentencia resulta del desnudo análisis que deriva del hecho de considerar el carácter sombrío que se ha plegado al devenir de los últimos tiempos. Tiempos estos cuya sombras apagaron la luz del día a muchos venezolanos que regaron de optimismo, esfuerzos y esperanzas sus campos de vida. En medio de dicho marasmo, recogieron cosechas amargas.  Otros, obtuvieron cosechas dañadas. O también, infectadas de insolencia, odio y de la represión que en tan corrompido ambiente se respira. Sin embargo, muchos ni se resignaron, ni tampoco se sorprendieron al advertir que los temporales de consternación que afectaban a tantos venezolanos, venían recrudeciéndose sin que pudiera contrarrestarse tal nivel de asedio y coacción.

Fue así como habría escrito el colombiano Porfirio Barba Jacob, en su Canción de la Canción Profunda, que sobre el país cundió una especie de flagelo “como la entraña oscura de oscuro pedernal” que terminó enfilando el país hacia sendas impregnadas de caos en todas sus manifestaciones. Rutas éstas por donde obligaron a Venezuela a transitar. Por ahí, el país volvió a sumirse en la crisis de la cual no pudo salir más desde el mismo momento en que el gobierno decidió arreciar sus controles con la espantosa excusa o pretexto de “radicalizar la revolución”.

Lejos de adoptar medidas conducentes a cerrar la brecha entre una relativa capacidad de gobernar sistemas sociales poco resueltos y las dificultades crecientes para conducirlos hacia objetivos suscritos democráticamente, el alto gobierno se empecinó en actuar con el mayor encono posible a fin de agobiar la resistencia que, fundamentada en numerosos preceptos constitucionales, es propia del Poder Legislativo. Además, cuya autonomía política es asistida por la legitimidad y legalidad de todas sus acciones y decisiones.

De esa manera fue como el Ejecutivo Nacional, valiéndose de un poder manipulado y ejercido con arbitrariedad, y al mismo tiempo apoyado por cúpulas militares y policiales doblegadas por la corrupción y el reparto de jugosas comisiones, se dio a la tarea de descalabrar la democracia y lesionar derechos humanos y libertades políticas, económicas y sociales.

En consecuencia, el país comenzó a anegarse de cuanta inmundicia salpicaba a su alrededor. Particularmente, así sucedió a lo largo de 2016. Por supuesto, esto se hizo bajo un desorden de toda índole. Desde lo administrativo-gubernamental, pasando por todo lo que comprometía la funcionalidad y concepción del Estado democrático y social de Derecho y de Justicia. Por tanto, fue provocada una ruptura histórica que desfiguró no sólo el tramado historiográfico sobre el cual se cimientan los procesos de socialización que hasta ayer apalancaron el desarrollo pretendido. Aunque reconociendo las debilidades y amenazas que minimizaron sus cometidos y proposiciones.

Esa misma ruptura histórica también provocó la desnaturalización de la idiosincrasia del venezolano. Esto llevó al venezolano a perderse en el plano de las características que, desde la segunda mitad del siglo XX, definieron su temperamento y desviaron su cultura ciudadana. En consecuencia, el venezolano asumió un comportamiento que lo hizo un individuo anormalmente “feliz”. Perdió la sensibilidad y la solidaridad virtudes éstas que, históricamente, caracterizaron su talante. Ni siquiera en época de las luchas independentistas, su conducta llegó  a rayar con actitudes retrecheras, indolentes e intolerantes. El populismo demagógico lo transformó en una persona a quien poco le importa los problemas que a su alrededor pueden darse. Hasta el efecto de encogerse de hombros ante algún evento que pusiera en riesgo su confundida “felicidad”, lo acercó a vivir la apatía lo que lo indujo a aceptar cualquier atropello o cometiéndolo con la nimia y ridícula justificación de “no amargarse la vida”.

En la mitad de tan desvergonzada situación, manejada al antojo de politiqueros disfrazados de revolucionarios sin uniforme unos, otros de socialistas trasnochados, el país se polarizó como nunca alguien lo había imaginado. El proyecto ideológico de los gobernantes que protagonizaron al canibalismo político-institucional  que se instaló en Venezuela luego de 1999, lo descuartizó tanto que las explosiones sociales activaron la agenda popular. Aunque ha habido resultados mucho peor.

El gobernante cayó atrapado por la maraña de problemas que su ineptitud provocó. La población de media y baja condición socioeconómica, se vio enredada en medio de un mundo colapsado por la tensa y creativa variedad que trajo la anulación de su práctica cotidiana. Mientras tanto, la política continua enmarañada por causa de vetustas doctrinas que al mejor estilo de fantasmas sin causa, rondan los embrollados espacios de gobierno sin que les resulte útil sus fortalezas espectrales para remediar el entuerto de país que, desde un principio, animó el mentado socialismo del siglo XV. O como alega el discurso revolucionario, del siglo XXI. O para referirlo con un término más exacto, el socialismo del laberinto que la misma indolencia o premeditación construyó. Aunque en el centro de todo ello quedaron desandando y asfixiando todo lo posible, los fantasmas del laberinto (rojo).

@ajmonagas