¡Qué triste! Es Navidad, por José Domingo Blanco
¡Qué triste! Es Navidad, por José Domingo Blanco

caminando

 

Este será mi último artículo de 2016. Quisiera escribir solo palabras cargadas de optimismo, esperanza y fe porque esta época, por tradición, así lo exige. Además, esas son las cosas que deseamos y merecemos leer: qué todo, a pesar de las circunstancias, saldrá bien. Y que doblegaremos esta crisis y saldremos de ella fortalecidos como personas y como ciudadanos de un gran país. Un país que sigue allí, que lucha por mantener intacta su esencia: con su gente –que, quizá, ya no sonríe- pero que se aferra a sus cosas buenas y bellas a pesar de los esfuerzos de esta nefasta revolución por transformarlas. Retornar a los días en los que las navidades desbordaban de alegría, hallacas, pan de jamón, Ponche Crema, gaitas, aguinaldos, bonitos pesebres, niños bien alimentados estrenando juguetes… donde todo, aunque cueste creerlo, desde que arrancaba diciembre, era celebración.

Pero, si tuviésemos un indicador de entusiasmo decembrino, los números no serían muy buenos. Y, les puedo asegurar que yo no tengo la exclusividad de esta sensación de tristeza. No es fácil sentir eso que llaman el espíritu de la Navidad cuando, al circular por las calles, es cada vez más común ver gente hurgando en la basura, buscando un poco de comida a medio descomponer para saciar el hambre. No son dos o tres personas: son familias completas revisando en los vertederos de desperdicios para encontrar algo que engañe a la necesidad imperativa y fisiológica de comer. No se puede disfrutar la Navidad cuando en el país lo anormal se volvió cotidiano; y la maldad, una virtud que derrocha riqueza y poder.

Cuesta poner el nacimiento o intentar hacer los platos navideños cuando, a diario, chocamos de frente con enormes filas que rodean panaderías, farmacias, automercados y bancos –en estos días aún más por el canje de los billetes de cien y, antes, por la falta de efectivo en los cajeros automáticos o fallas en los puntos de ventas- de las que no están exentos ni ancianos, ni embarazadas, ni enfermos. Venezuela ahora es Cuba, y los regímenes neocomunistas no creen ni en el Niño Jesús, ni en San Nicolás.

Llegamos al mes 12, al último del año, con inmenso desgaste emocional, físico y espiritual. El régimen juega con nuestras psiquis buscando enloquecernos o doblegar nuestro temple. Dictan medidas que, lejos de resolver problemas, los agrava a niveles escandalosos para hundirnos aún más en una miseria que sí ha sido muy socialista a la hora de distribuirse. Porque la perversidad del desgobierno queda en evidencia con cada anuncio de Nicolás y su gabinete. La sevicia de sus actuaciones se refleja en las caritas preocupadas de los niños de mi país, que sacaron los juguetes de las cartas al Niño Jesús y escriben pidiendo comida. La indolencia e ineptitud de este régimen queda demostrada con cada diabético o hipertenso sentenciados a muerte porque no encuentran sus medicinas. Porque, vivir en Venezuela se ha vuelto en una eterna prueba de resistencia, con retos que limitan con lo sórdido y que pueden costarnos la vida.

No me atrevo a hacer un recuento del 2016, ni mucho menos pronosticar qué pudiera depararnos el año venidero. Porque sabemos que tanto el recuento como el pronóstico son desgarradores. A quienes nos duele Venezuela, hemos sentido en carne viva sus heridas, sus llantos, sus destrozos, sus violaciones y sus muertes injustas. Hemos enfurecido ante el descaro de un Estado que se oxigena con cada decisión que toma y que alguna de las oposiciones secunda. Porque solo nosotros, a quienes nos duele el país, lo sufrimos con cada negociación turbia o con los nuevos –y cada vez más numerosos- hechos de corrupción. Estamos malviviendo y a esta categoría se suman cada vez más venezolanos. Nuestro futuro se resume a apenas unas horas, en las que cualquier cosa puede intervenir para cambiarlo de forma radical. Nos hemos transformado en una sociedad empobrecida, temerosa, enferma y hambrienta. Nos han convertido en ciudadanos de cuarta y, saben qué es lo más triste: ¡lo hemos aceptado! Hoy los venezolanos somos los antípodas de los venezolanos que alguna vez fuimos.

Por los momentos, solo me atrevo a abogar por un futuro capaz de sumar años a nuestros planes a largo plazo. Un mañana limpio de perversidad y ambiciones. A rogarle al Niño Jesús que nos traiga la resiliencia suficiente para superar estas adversidades y las agallas necesarias para combatirlas. Y para nuestros dirigentes, los de ambos bandos, la erradicación de sus ambiciones personales, en aras del bienestar de todos los que hacemos vida en esta enorme, grandiosa, hermosa; pero, destruida nación.

Nos vemos en 2017…

 

@mingo_1