De vuelta al Mercosur original, por Alejandro Armas
De vuelta al Mercosur original, por Alejandro Armas

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Ruego a alguien que me corrija si me equivoco, pero esta es la primera vez que Venezuela es suspendida de un organismo internacional. Me refiero, por supuesto, al cese de nuestra membresía en el Mercosur por decisión conjunta de todos los demás miembros.

En verdad esta es una revolución que alterna la prepotencia más escandalosa con un silencio humilde al momento de reaccionar ante sus proezas en materia internacional. El miércoles pasado se atribuyó como hazaña propia el acuerdo de la OPEP para reducir la producción y subir los precios del crudo, al hacer tendencia en Twitter la etiqueta #PetróleoJustoLogroDeMaduro (bots de por medio, claro). Como si Venezuela siguiera siendo el influyente actor en el mercado que alguna vez fue, cuando tenía una cuota decente (en 2000 suministrábamos 4,8% de la oferta mundial, y se estima que en 2017 esa proporción será 1,9%). Pero tres días después, cuando los cancilleres del Mercosur hicieron pública su decisión, un hecho del que no hay dudas de que el Gobierno sea completamente responsable, ¡vaya modestia para reconocerlo!

Si alguien todavía tenía dudas sobre la capacidad de nuestros gobernantes para escurrir el bulto y culpar a terceros, debió ver a la canciller Delcy Rodríguez brindar su argumentación sobre por qué Venezuela fue suspendida. Dijo que no había razones legítimas para la medida y retomó sus descalificaciones contra el resto de los (¿ex?) socios del bloque, a quienes señaló de estar confabulados con la “derecha” nacional para dar un golpe de Estado. Insistió en que hay un nuevo Plan Cóndor contra Venezuela y otros gobiernos de izquierda (omitiendo que el de Uruguay también lo es, y nadie le ha aplicado lo mismo). Nunca me cansaré de repetir que comparar la barbarie del Plan Cóndor con las dificultades diplomáticas del chavismo es una falta de respeto a los familiares de las víctimas de aquella carnicería.

La ministra aprovechó para mencionar algunos actores geopolíticos de peso que han salido en defensa del Gobierno venezolano ante esta situación. Por ejemplo, el Sindicato Único de Conductores de Motos de Argentina. Poco antes había organizado una reunión de negociación del Mercosur. Solo acudió una representación de Bolivia, que ni siquiera es miembro pleno.

Pero tal vez lo más anonadante es que tanto Rodríguez como el presidente Nicolás Maduro han dicho que Venezuela “todavía preside el Mercosur”. O sea, de alguna manera encabezamos a un grupo de cinco países en el que ninguno de los otros cuatro nos reconoce siquiera la membresía. A Edgar Otálvora le escuche en la radio que ese Mercosur que Maduro y Rodríguez presiden es algo así como la ínsula de la que Sancho Panza fue gobernador.

Pero, aunque sea difícil de creer, en algo tiene más o menos razón la canciller. Venezuela fue suspendida de manera irregular del Mercosur. Los demás miembros sostienen que en diciembre venció el plazo de cuatro años para que el país se ponga al día y adopte en su legislación todos los protocolos internacionales para ser un integrante con todos los derechos. El detalle está en que ninguno de los reglamentos del bloque establece cuál es la sanción correspondiente para quienes no cumplen esta disposición a tiempo. Es una especie de vacío legal que, sin duda, debería ser corregido. Por lo tanto, el Estado venezolano tiene derecho a por lo menos cuestionar la dureza de la pena impuesta. Si se quería expulsar a Venezuela con todas las de la ley, la solución era activar la cláusula democrática contenida en el Protocolo de Ushuaia, para casos en los que un miembro atraviesa una ruptura del orden constitucional. Pienso que no lo han hecho por cuestiones de cautela diplomática.

¿Significa esto que el Gobierno autodenominado bolivariano está completamente libre de culpa y que no hay ninguna razón para reprenderlo? Por supuesto que no. Venezuela se ha vuelto un habitante sumamente incómodo en el vecindario a medida que se agrava la crisis política, económica y social, y el oficialismo tiene menos reparos en mostrar su talante autoritario. Aunque no se exprese como muchos venezolanos esperarían, sí hay preocupación por el fin de la eliminación de la democracia y las violaciones de Derechos Humanos. Para varios líderes en la región, mantener una aproximación con Venezuela que implique hacerse del todo la vista gorda sobre lo que pasa aquí es, por decirlo en criollo, una raya.

Sin embargo, hay otras razones que explican el proceder del Mercosur. Tienen que ver con el propósito original del organismo: ser un bloque de libre comercio. Sí, libre comercio, esas palabrejas que tanto le chocan al chavismo y otros movimientos de inspiración marxista. Porque es necesario recordar que el ente multilateral vio luz a principios de la década de los 90, mediante el Tratado de Asunción (esta semana, por cierto, un autoproclamado opositor consumado me escribió vía digital que era irónico que el Mercosur le diera la espalda a Venezuela, al ser una creación de Chávez, hecho que me resultó alarmante por el desconocimiento de la historia reciente más elemental).

El pacto adoptado por Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay en la capital de este último establecía un programa de liberalización comercial, destinado principalmente a desmantelar las tarifas a la importación de bienes de un socio a otro. Principios básicos del liberalismo económico internacional. Tiene sentido. En ese entonces buena parte de Latinoamérica estaba regida por gobiernos llamados “neoliberales” (excusen tanto uso de la partícula latina “líber”). En lo particular, no creo que haya una escuela neoliberal, sino liberal a secas.

En fin, según el relato revolucionario, los señores Fernando Collor, Carlos Menem, Luis Alberto Lacalle y Andrés Rodríguez, mandatarios de los países fundadores de entonces, eran parte de una cábala perversa de oligarcas locales consagrada, cual parásitos de la imagen galeaniana, a succionar la sangre de sus pueblos empobrecidos mediante operaciones capitalistas malvadas. Ese Mercosur original fue uno de ellos.

Por suerte, en la década siguiente Sudamérica vio la luz, con Venezuela a la vanguardia (no podía ser de otra forma, diría la patriotería chavista) al elegir al comandante supremo y eterno. Chávez rápidamente mostró un gran interés porque Venezuela ingresara al Mercosur. Pero él, desde luego, nunca vio el bloque como lo que era en realidad. Más bien lo concebía como un trampolín ideológico, una plataforma de lanzamiento para la expansión de las tesis del Foro de Sao Paulo.

Para eso contó con la ayuda de sus amigotes Lula da Silva, en Brasil; matrimonio Kirchner, en Argentina; y el Frente Amplio, en Uruguay. Pero al mismo tiempo los empresarios cariocas y rioplatenses, que viven en países donde el sector público no ha asfixiado la economía, vieron que el libre mercado sigue ahí y lo han aprovechado. Las quejas de los productores venezolanos de alimentos, incapaces de competir con los precios de los rubros importados por el Estado desde los países asociados, nunca fueron escuchadas. ¡Cuánto patriotismo! Y ahora que tampoco hay dólares para importar mientras el agro yace en ruinas, Maduro despotrica contra el rentismo petrolero y exige que todo lo que comamos salga de nuestro suelo (excepto por el trigo que nos manda el amigo Putin).

Pero a partir de 2015 el equilibrio geopolítico de Sudamérica cambió de forma aceleradísima. Los gobiernos de Brasil y Argentina, los gigantes del subcontinente, pasaron a manos de líderes nada amistosos con el chavismo y de signo ideológico bastante opuesto. En ese sentido quieren acercar Mercosur a la Alianza del Pacífico y establecer acuerdos de libre comercio con la Unión Europea. El oficialismo venezolano rechaza ambas cosas. Resulta que el libre comercio con los panas del sur es estupendo, pero no con las malvadas potencias capitalistas del Viejo Continente. Eso es a lo que Delcy Rodríguez se refiere con la “restauración de las elites de derecha”. A sabiendas de que Venezuela podía usar la presidencia del bloque, que le correspondía durante estos meses, para sabotear las negociaciones de libre mercado, sacarla se volvió muy tentador.

El Gobierno ahora evalúa cuál es su margen de maniobra. Maduro apeló directamente al eslabón más débil de la cadena: Uruguay (debilidad en el sentido de mayor probabilidad de ceder por proximidad ideológica, no debilidad como país). Casi rodillas y olvidando sus proclamas de que él no se doblega ante nadie, pidió a su par uruguayo, Tabaré Vázquez, una reunión para persuadirlo de que retire su visto bueno a la suspensión. Vázquez le ha abierto la puerta, pero sin prometer nada. ¿Tendrá éxito Maduro? Es difícil de saber. De todas formas si el resto, y sobre todo Brasil y Argentina, no quieren a Venezuela de vuelta, es prácticamente imposible regresar. Aunque como esto comenzó de forma irregular, pudiera terminar igual.

 

@AAAD25