¿Vendedores de miedo? por Antonio José Monagas
¿Vendedores de miedo?    por Antonio José Monagas

miedo

Dice un antiguo aforismo que “las apariencias engañan”. Y no es literal. Las realidades no son como buscan mostrarse. O como las exhiben quienes las forjan. Las realidades siempre esconden algo que casi siempre no termina por descubrirse. Para los complicados, he ahí el quid del asunto. De ello, depende su subsistencia. Y así sucede para todo lo que configura el mundo bajo el cual el hombre suscribe sus movimientos y objetivos. La vida siempre sabe guardarse algo para sí misma. Y si bien pudiera decirse que por ahí comienzan a enmarañarse las cosas, también es válido reconocer que dicho misterio motiva actitudes que, con el tiempo, son recompensadas.

Hasta este momento de la explicación, pareciera que todo ello es normal. Sin embargo, al hurgar un tanto por debajo de algunas razones, es posible conseguir que en la esencia de tales situaciones hay la naturalidad con que estas realidades, así expuestas, enrarecen la vida. Aunque no del todo. Por ejemplo, en el mundo de la política, estas consideraciones están cargadas de una intencionalidad que sorprende a más de una persona. Y no necesariamente por ingenua o adormecida.

La política, en su afán de poder, incurre en tendencias que sus actores se atreven a desconocer con el propósito de aparentar lo que no es. O si no, ¿cómo se explica que en ese ámbito del devenir humano sigan avivándose las brechas entre el discurso y la praxis? ¿Entre la teoría y las realidades? Una cosa es lo que dicen los politiqueros, y otra es la que hacen. Sobre todo, cuando ocupan escaños o cargos públicos de responsabilidad gubernamental. Nikita Jrushchov, dirigente político ruso, dijo que “los políticos son siempre lo mismo. Prometen construir un puente aunque no haya río”.

Posiblemente, en tal razonamiento se encuentre el sentido de porqué el ejercicio de la política está plagado de malas intenciones. Igual a como dicen que es “el camino al infierno”. Algo así como lo explicó el escritor uruguayo, Mario Benedetti, “cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron las preguntas”. Esto lleva a pensar en las gruesas contradicciones que anima la política a manera de cautivar las preferencias del ciudadano común hacia la causa convertida en bandera ideológica del movimiento proselitista que persigue el poder para alcanzarlo o conservarlo. Sólo que cuando ello sucede en un ambiente político secuestrado por el subdesarrollo o por las pérfidas pasiones de politiqueros corruptos y traicioneros, las realidades se tornan aún más depravadas y desasistidas de decencia, dignidad y de moralidad.

Precisamente, es el caso que representa Venezuela. Ahora convertida en un país asediado por el vandalismo político. Pero también, precedido y presidido por actitudes propias de personajes infectados por el odio, el resentimiento y el revanchismo. Y tan oscuras “virtudes”, no han sido fraguadas solamente por las coyunturas a las que llamaron “revolución”. Las mismas, requirieron del concurso de la publicidad. Y que para estos fines, se denomina “propagandismo”.

A decir por el contenido de la agresiva propaganda en la que el régimen ha incurrido en extraordinarias erogaciones, sus efectos no son convincentes. Por lo contrario. Los mensajes televisados, radiados o anunciados por la prensa escrita e innumerable material editorial, desdicen de las realidades. Es así que esta disertación comenzó refiriendo aquello de que “las apariencias engañan” como en efecto ha sido engañada la sociedad venezolana con la estruendosa emisión de propaganda gubernamental. Sus anuncios difieren profundamente de las verdades que atosigan al país. Contribuyeron a crear falsas expectativas de una Venezuela desaparecida, perdida en el espacio. Por eso, los contenidos propagandísticos utilizaron términos vagos y cualitativos en vez de números, pues resultaba contraproducente hablar de lo inexistente.

Entonces, ¿cuáles han sido las consecuencias de elaborar guiones para contenidos ilusos? Pues lejos de pretender seducir una población desde la propaganda, lo único que la susodicha ola propagandística ha incitado ha sido miedo. Cada mensaje suscita miedo. El sólo hecho de televisar o radiar el sueño frustrado de un país que, luego de 18 años ello cambió por violencia, muerte, hambre, miseria, abandono, humillación, entre otras condiciones que sólo socavaron derechos y libertades, logró que las esperanzas del venezolano fueran allanadas por el miedo que despiertan las presentes realidades. El régimen consiguió en el estilo de su propaganda, el sesgo necesario para fracturar emociones y romper proyectos de vida que habían funcionado en personas y familias venezolanas. Y esto hizo que el ambiente político nacional se tornara profundamente peligroso de cara a decisiones políticas que debieron tomarse y otras que siguen pendientes. La reaccionaria Ley Resorte, sirvió para darle curso a tanta desgracia que el propio régimen ha determinado sin medir las consecuencias que ello ha traído en perjuicio de la propia política nacional. No obstante, en medio de los problemas que por estas razones han emergido, no es óbice entonces actuar con firmeza para así evitar que agentes gubernamentales continúen sirviendo de puntales de la crisis que hoy tiene derruido al país desde esa condición que los lleva a actuar como incitadores del desastre y de esperanzas infundadas. O aún peor, como vulgares ¿vendedores de miedo?