La izquierda radical y Putin: matrimonio por conveniencia por Alejandro Armas
La izquierda radical y Putin: matrimonio por conveniencia

Putin

 

En una de esas revisiones de Twitter que de verdad son por puro ocio y no por trabajo, me llamó la atención  un mensaje de la cuenta oficial de uno de los partidos minoritarios del Gran Polo Patriótico, coalición de partidos que apoyan el Gobierno. Palabras más, palabras menos, decía algo como “¡Estados Unidos pretendía usar el Estado Islámico para controlar Damasco! ¡Intervención de Rusia lo impidió!”.

El trino, como dirían los hermanos colombianos con la acérrima defensa del castellano que los caracteriza, es la más reciente expresión de un curioso fenómeno geopolítico: la afinidad con la Rusia Vladimir Putin de este gobierno identificado con la izquierda radical.

Antes de proceder, debo expresar que soy de los que cree que la vieja distinción de los movimientos políticos entre la izquierda y la derecha está caduca y ya no sirve para análisis de profundidad en la materia. A quienes hoy abusan de esas etiquetas hay que recordarles que se originaron en el contexto muy específico de la Asamblea francesa en tiempos de revolución, hace más de 200 años. Sin embargo, con fines estrictamente didácticos se puede seguir usando este modelo para dar nociones mínimas de lo que puede ser la fauna política en cada país.

Hecha esta aclaratoria, veamos si tiene mayor sentido el apoyo irrestricto de la militancia chavista a Moscú. En primer lugar, puede decirse que ello no tendría nada de extraño si los herederos de Lenin siguieran en el Kremlin. Pero esa época quedó muy atrás, y quien gobierna ese mamotreto de país, a pesar de sus orígenes como oficial de la KGB, de camarada en la lucha contra el capitalismo tiene muy poco.

De hecho, el más simple paneo por el régimen ruso basta para detectar un conjunto de aspectos que más bien se opone a las causas progresistas que el marxismo hoy reclama mezquinamente para sí. Putin no será un nuevo zar, pero para nadie es un secreto que ha buscado el ensanchamiento de las fronteras de su país para reincorporar territorios que alguna vez fueron conquistados por los autócratas de Moscú y San Petersburgo en Europa Oriental y el Cáucaso.

La anexión de Crimea y demás intervencionismo ruso en Ucrania es apenas la muestra más reciente de este expansionismo agresivo. En agosto de 2008, mientras medio mundo estaba hipnotizado por el espectáculo de las Olimpiadas en Beijing, Putin ordenó el envío de fuerzas militares para apoyar movimientos separatistas en dos regiones de la pequeña exrepública soviética de Georgia. En una de esas zonas, Abjasia, la secesión se había logrado década y media antes a punta de uno de los genocidios más sanguinarios y menos recordados de la historia, por el que unos 10.000 georgianos fueron masacrados horriblemente. Eso no le importó a Putin. Tampoco a Chávez, cuyo gobierno al poco tiempo se volvió uno de apenas cuatro que reconocieron la “independencia” de las dos repúblicas. Las comillas se deben a que ambas han sido poco más que satélites de Rusia. Por acciones condenables, pero mucho menos, de Estados Unidos, el comandante y sus seguidores han elevado hasta el cielo gritos de “¡No al imperialismo!”

Pasando a aspectos internos, resulta que la ideología autoproclamada de Rusia Unida, el partido de Putin, es el “conservadurismo ruso”. ¿No es el conservadurismo precisamente lo antagónico a lo revolucionario? En efecto, puede verse cómo, bajo el amparo nacionalista de mantener las tradiciones, en Rusia perduran actitudes francamente retrógradas contra las que el socialismo radical, no sin razón, se empeña en luchar. Por ejemplo, Rusia tiene una de las puntuaciones más bajas entre países desarrollados en cuanto a igualdad de oportunidades para las mujeres. Además, una ley, aprobada en 2013 prohíbe la “propaganda que fomente relaciones sexuales no tradicionales” entre menores. ¿Resultado? Criminalización de prácticamente cualquier acto en defensa de la equidad para personas LGBTI. Más allá de los comentarios machistas y homofóbicos de ciertos personeros del chavismo, este movimiento ha manifestado varias veces su apoyo absoluto al feminismo y la sexodiversidad. Por eso llama la atención que no se haya unido al clamor mundial contra aquellos problemas en Rusia.

Entonces, ¿qué es lo que al oficialismo venezolano le atrae tanto del régimen de Putin? Dentro del viejo espectro político, si uno se proclama de “izquierda radical”, el otro necesariamente está más bien bastante a la “derecha”. La verdad es que no debe imaginarse ese espectro como una línea horizontal recta. En realidad, es una especie de “U” en la que los extremos están bastante pegados. Eso significa que los sistemas políticos que pueden clasificarse de derecha o de izquierda, cuando llevan las propiedades que los hacen tales hacia la radicalización, terminan teniendo mucho en común. Lo que comparten es sobre todo la vocación autoritaria, la intolerancia a la crítica y la oposición. Dicen que los extremistas de un bando profesan un odio mayor hacia los moderados con posiciones cercanas a las propias, que el que sienten por los extremistas del bando contrario. A aquellos los perciben como débiles, indecisos, potenciales traidores.

Aplicada esta regla al esquema legado por los galos, queda claro que lo que une a radicales de derecha e izquierda es el desprecio por quienes están hacia el centro. Concretamente, los movimientos políticos que hasta ahora han predominado en el juego de las democracias civiles más sólidas: la socialdemocracia, la democracia cristiana (y los partidos conservadores inspirados en otras religiones, pero laicos) el liberalismo, etc.

Una vez más la historia da luces en terreno tan sombrío. En la Europa de los años 30, todos temían una inminente confrontación devastadora entre la Alemania nazi y la Unión Soviética estalinista. Gran Bretaña y Francia, las potencias democráticas europeas de entonces, se limitaron por años a apaciguar al monstruo nacionalsocialista para evitar una nueva tragedia bélica en el Viejo Continente. Por eso, debió ser muy grande la sorpresa cuando, en agosto de 1939, apareció Ribbentrop, el canciller alemán, retratado sonriente junto con su par soviético, Molotov, y el propio Stalin.

¿Qué pasó? Pues que las tiranías ideológicamente antagónicas acordaron repartirse Europa sin dejar vestigios de democracia en ella. Decidieron acabar primero con los “patéticos” Estados liberales. Claro, seguramente cada uno por su lado pensaba destruir al otro luego de que se cumpliera ese objetivo. Pero eso es precisamente lo que llama la atención. Es como si dos matones se hubieran puesto de acuerdo para aniquilar a un tercero no muy interesado en la camorra, pero que representa algo que ninguno de los dos soporta, con la tácita promesa de realizar más tarde el encontronazo final que dejará a uno solo de pie, amo de todo el barrio.

Hitler fue el primero en soltar puñaladas contra su “socio temporal”, luego de que se sintió señor de Europa Occidental. Pero metió la pata. Atacó la Unión Soviética sin consolidar las conquistas anteriores, abriendo así una guerra de dos frentes que finalmente contribuyó a su perdición. Stalin, que no era ningún tonto, rápidamente se pasó a la alianza contra el fascismo. Es por eso que en los libros vemos al Ejército Rojo del lado de los buenos y los comunistas alrededor del mundo siguen celebrando su “nobleza”. Olvidan que antes de eso vino el pacto con Hitler, mediante el cual los soviéticos se apoderaron de buena parte de Europa Oriental, sin importarles un comino la soberanía de los habitantes de esas zonas en Estados constituidos.

En conclusión, la curiosa alianza entre Putin y la izquierda radical se fundamenta en la aplicación al juego geopolítico de su rechazo común a las democracias liberales. Este es un fenómeno global. El caso de nuestro Gobierno es solo una expresión. Por eso aquel tuit con el que abre este texto, por eso los artículos en foros digitales chavistas adulando a Rusia, por eso Maduro condena el financiamiento norteamericano de grupos opositores armados en Siria pero alaba como “acto de valentía” los bombardeos sobre ese país ordenados por Putin, como si no causaran bajas civiles ni el gigante eurasiático tuviera intereses en el Medio Oriente.

No conforme con eso, luego de tantos alaridos sobre Estados Unidos conspirando para apoderarse de nuestro petróleo, resulta que la estatal rusa del crudo Rosneft es dueña de 40% de las acciones de Petromonagas, filial de Pdvsa. “¡Yankee, go home! ¡Bienvenidos, camaradas!”

Como nota final, ya que Putin disfruta tanto de exhibirse en actos peligrosos (sedar osos y tigres, conducir un carro de Fórmula 1, pilotar un avión de combate, etc.), propongo que Maduro celebre nuestro “cambio de socios” con un chiste que involucre el apodo “Mr. Danger” en ruso.

 

@AAAD25