¡El tiempo es ya! por Antonio José Monagas - Runrun

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Cuando se apela a la indolencia o a la apatía en medio de situaciones de conmoción social, política y económica, los resultados garantizan trastornos que afectan no sólo instituciones. También, perturban actitudes tanto de quienes gobiernan, como de gobernados. En el plano de estas realidades, surgen problemas que devienen en graves y descomunales convulsiones. Se suscitan entonces, reacciones que terminan convirtiéndose en atentados contra el elemento más atesorado por el hombre: el tiempo. Fundamentalmente, en virtud de ser el tiempo lo único que, por justicia natural, le pertenece al ser humano dada su condición psico-bio-social, cultural y sociopolítica.

Quienes de esa manera proceden, aferrados indignamente al poder, se arrogan una desmedida autoridad para disponer de lo que, con resentimiento, determinan sus necedades. Así actúan. Sin atender ni entender que sus decisiones no puedan corregir lo que sus consecuencias alcanzan a desmoronar. Incluso, sin consideración de lo que el tiempo concibe en términos de las esperanzas y ansiedades que sus efectos incitan. O ante los vestigios que el tiempo deja a su paso.

Vale este preámbulo para contextualizar el problema que ha agobiado a Venezuela por causa de la descabellada desidia que ha precedido y presidido la gestión de gobierno en el decurso de estos años que van de siglo XXI. Ello, a riesgo de que con el discurrir de los hechos, se condene al olvido la historia reciente, bien sea por la frágil memoria del venezolano o por efecto de la intemperancia propia de la hegemonía comunicacional en manos del Ejecutivo Nacional.

Esta situación obliga hoy a reconocer el grado de crisis a la que el impudor, la inmoralidad y la ineptitud de los actuales gobernantes, ha llevado. A pesar del discurso verboso que, sin dejar de ser fanfarrón, hizo que el país viniera retrocediendo casi en razón exponencial. Ni siquiera la demagogia que acostumbra el populismo para manipular planteamientos emocionales de los cuales se vale para incitar las movilizaciones sociales que requiere su ambición de ocupar el poder político, sirvió para disimular la implantación de un socialismo cuya obstinada visual de la economía y de la política, terminó tronchando al denominado Polo Patriótico. Tanto, que se desmembró justamente cuando el gobierno central “más lo necesitaba” para así seguir violentando preceptos constitucionales y desfalcando al Tesoro Nacional. Esto ocurrió, desde el pasado 6-D.

La imperiosa necesidad de encubrir o disimular la corrupción tiene tan absorbidos a estos gobernantes revolucionarios y bolivarianos, que no han advertido que el país está al límite de lo razonable y posible. Que ha caído en un estado de abandono, de tal forma que Venezuela ha sido catalogada como “el riesgo-país más elevado del mundo”. De hecho, las instituciones bancarias y empresas venezolanas, están impedidas de acceder al crédito internacional. Situación ésta que apunta al descalabro financiero nacional. Y en consecuencia, todo lo que implica la funcionalidad orgánica del país.

Luego del apoteósico triunfo legislativo de la Unidad Democrática, el régimen pretende, en el plazo más perentorio, soluciones que corrijan los desarreglos que su incompetencia y displicencia motivaron en todo su tiempo de gobierno. Ni siquiera cuando el barril de petróleo se situaba en 100 o más dólares US, mostró preocupación por ensamblar medidas concluyentes que garantizaran el arribo a condiciones de desarrollo económico y social solicitadas por las exigencias de entonces. Ahora, ha pasado el tiempo en que pudo lograrlo. El gobierno tuvo el tiempo, la oportunidad, el espacio geopolítico y los recursos. Sin embargo, todo lo perdió por vivir a contratiempo. Por creer que su popularidad le perdonaría cuanta imbecilidad y estupidez se permitiera en nombre de la revolución y del ideario de Bolívar, incorrectamente interpretado.

Universidades, personalidades, gremios, empresas de consultoría, academias nacionales y sectores de la oposición democrática, elevaron sus voces para indicarle al alto gobierno las rutas que debían allanarse a los fines de evitar que el país se viera arrastrado por crisis que ya venían manifestándose y amenazando realidades improductivas y timoratas. Sin embargo, hizo caso omiso al respectivo llamado.  Continuó sobreponiendo la politiquería por encima de toda realidad, como si el desarrollo del país dependiera de estridencias, conjuros y vocinglerías de conceptos vacíos. El derroche no tuvo límites. Aunque ahora el gobierno, al comenzar a comprender lo que ha dejado de hacer, inculpa al resto del país del desastre que su holgazanería derivó y acució.

Estos gobernantes deberían reflexionar que si tanto le apetece la gloria, como refirió Friedrich Nieztsche, filósofo y filólogo alemán, “(…) deben despedirse a tiempo del honor y dominar el arte difícil de irse en el momento oportuno”. Pues aun cuando haya que admitir que mucho se ha perdido, pudiera decirse que no fue tanto si acaso tienen el valor y entereza de reconocer el problema aceptando retirarse del poder para que otros puedan comenzar a reconstruir lo devastado. Casi que desde el principio. Sin mayores dilaciones, ni tampoco apoyados en excusas de infundada razón o de tediosa e incomprensible explicación que sigan dándole largas a la imperiosa necesidad de rehacer y recomponer a Venezuela. Porque ¡el tiempo es ya!