La caída de un tabú por Isaac Nahón Serfaty
La caída de un tabú por Isaac Nahón Serfaty

CuadroHugoChávez

(Foto AP/Fernando Llano)

 

Al flamante presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, le ha tocado la delicada tarea de romper un tabú. Mandó a sacar del edificio del capitolio todas las imágenes de Hugo Chávez y de la recreación digital del rostro de Simón Bolívar. Ramos Allup asumió un riesgo importante, pues el chavismo, por medio de una apabullante maquinaria de propaganda, ha instaurado un culto a la personalidad alrededor de la figura del fallecido presidente y ha pretendido reconfigurar la iconografía del Libertador para que correspondiera a sus parámetros étnico-ideológicos. Con su gesto, adobado con un lenguaje desafiante, el presidente de la Asamblea Nacional ha enviado un mensaje: la república es por definición “agnóstica” y no puede admitir cultos cuasi religiosos en el marco de sus instituciones. Es cierto que permanece el culto a Bolívar, un rasgo de la historia republicana de Venezuela estudiado por eminentes historiadores y pensadores como Carrera Damas, Pino Iturrieta y Castro Leiva. Pero Ramos Allup ha querido poner ciertos límites desde el poder civil y lo ha hecho con su estilo directo, lo que le ha valido incluso la crítica de comentaristas que se identifican con la oposición.

¿Había forma de evitar herir las susceptibilidades de los chavistas que adoran a su Comandante ante el desmontaje de los altares del “líder eterno” en el Palacio Legislativo? Probablemente no, pues en el tabú, como bien lo dijera Freud, hay una ambivalencia: es al mismo tiempo sagrado, es decir “puro”, “único”, “separado” y “distinto”, pero también contiene el germen de lo profano, es decir potencialmente degradado o degradable. Los ofendidos chavistas, y el gobierno que apalanca este sentimiento en su estrategia propagandística, denuncian la “profanación” cometida por el presidente de la Asamblea Nacional. Ramos Allup ha entrado en el sanctum sanctorum del templo chavista y se ha atrevido a rasgar el velo del altar que han construido alrededor de la imagen de Chávez. Esta doble dinámica de sacralización y profanación la conocen bien los chavistas, pues fue su fallecido líder quien manipuló y degradó la imagen de Simón Bolívar al mostrar su esqueleto inerme en televisión, en lo que muchos calificaron como la profanación de la tumba del Libertador.

La ruptura de este tabú tiene implicaciones simbólicas y prácticas. Es un acto de reafirmación del poder legislativo, autónomo, que representa la voluntad del soberano y que decide reapropiarse de un espacio y marca una nueva pauta en la forma de comunicarse con la sociedad. En la república democrática todos somos ciudadanos y hablamos desde la simetría del  “tu a tu”, y no desde la asimétrica postura de un súbdito o creyente arrodillado ante un ídolo intocable. Es también un paso importante para salir de la cultura del miedo que ha cultivado el chavismo desde que emergió en la esfera pública en 1992. Ramos Allup, con su desenfado habitual, le mostró a la gente que es posible desmontar el mito. Hizo el trabajo del iconoclasta a la luz pública, con la franqueza de quien dice “ya basta”.

No hay, sin embargo, que abrigar falsas expectativas. El mito de Hugo Chávez prevalecerá, como han prevalecido tantos otros en la política latinoamericana y mundial. Ese mito será probablemente el salvavidas que le quede al chavismo para sobrevivir políticamente, y por eso lo seguirán alimentando. La reconstrucción de la república civil requerirá la crítica sistemática y permanente del mito para romper con los taras del pasado más reciente y las de la época pre-chavista. Será un proceso lento, con tensiones y probablemente conflictivo. La caída del tabú de la ubicua imagen de Chávez en la sede del parlamento venezolano representa un pequeño avance.

*Profesor en la Universidad de Ottawa (Canadá)