Nada es para siempre, por Antonio José Monagas
Nada es para siempre, por Antonio José Monagas

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Definitivamente, la vida tiende a dificultarse cuando no se tiene un camino preciso por el cual ha de transitarse. No sólo esto constituye un problema para el devenir del hombre en su diario trajinar. También, para la política pues sus tiempos son la manifestación de todo cuanto ocurre alrededor de lo que el hombre decide en su beneficio o en su perjuicio. Por eso, decir o reconocer que todo tiene su tiempo, es tan cierto que nada fuera de su espacio tiene más utilidad que la que el hombre puede permitirse en aras de su evolución o de su involución. Todo, absolutamente todo, es registrado por el tiempo.

La historia por ejemplo, al igual que la política, depende de lo que el tiempo determine en su intrínseco desarrollo. Sin embargo, algunos capítulos de la vida humana pueden verse cercenados por los efectos de tiempos que no sincronizan lo que bien sus interioridades pueden revelar. Justamente, son esos hechos, que al quedar desasistidos, desvirtuados o alterados por la acción del tiempo, suelen pasar por desapercibidos sin que sus efectos alcancen a atenderse tal como se desarrollaron.

Es así como la historia y la política se imbrican hasta el punto en que luce algo fácil confundir o manipular sus propósitos. Por eso, hay eventos que en poco o nada trascienden como acontecimientos capaces de marcar verdaderos hitos. Aún así, la vida brinda ocasiones fortuitas para quienes tienen la capacidad o el potencial innato de otear el fondo de esos acontecimientos, muchas veces disfrazados de una emergente cotidianidad que sabe disimular el valor implícito que los mismo esconden.

Precisamente, desde la esencia de estos hechos de sencilla apariencia, puede abordarse la complejidad de procesos sociales creativos o procesos políticos reformadores que buscan apoyar no pocas acciones llevadas por el hombre en función de su bienestar y progreso.

Esta explicación intenta considerar el significado que para la democracia venezolana, tuvo el triunfo logrado por la Unidad Democrática el pasado 6-D. Lo que antes era la pétrea confusión entre esperanzas y motivaciones, capacidades y necesidades, inducida por la perversión de un régimen preparado para oscurecer la senda del desarrollo económico y social con la ayuda de un populismo demagógico ataviado de “Plan de la Patria”, ahora es luz cuyo brillo ilumina los más recónditos pasadizos que estructuran esa enorme y complicada madeja llamada “gobierno”.

Aunque siempre las dificultades serán parte estructural de los procesos políticos y administrativos que deberán afrontarse desde la labor legislativa, los tiempos por venir habrán de ser distintos. Es decir, diferentes por cuanto estarán un tanto despejados de algunos inconvenientes a fin de asegurar cada paso a dar. Sólo que ahora, la tarea parlamentaria estará afianzada y afincada en el análisis de realidades abiertas en franca conjugación con los tiempos actuales. Ahora, tratará de manejarse los problemas mediante procedimientos cuya profundidad de análisis comprenda lo general que es común a todos los dominios pertinentes. Así podrá volverse a un ámbito de especialidad con nuevas luces que detecten la profundidad real de cada situación en revisión.

De manera que ante lo que significa posibilitar la realización de un proyecto de transformación social, deberán procurarse cambios situacionales que se compadezcan de la inminente necesidad de ganar gobernabilidad a través de procesos institucionales que estimulen la necesidad de reducir la brecha entre objetivos de gobierno, y capacidades para enfrentar la incertidumbre propia de condiciones inciertas aunque inmensamente productivas.

Deberá entenderse que nada es más dañino para la democracia, que suponer que el tiempo lo resiste todo. Desde los engaños que sirven de aliciente a una baja capacidad de gobierno provocada por proyectos de gobierno decadentes, hasta la represión inculcada por ínfulas de hegemonía que se arroga todo poder despótico. Debe tenerse claro que el tiempo no transforma los problemas en datos de la realidad. Ni tampoco los convierte en norma convencional. El tiempo sabe jugárselas todas a la política. Sobre todo, cuando su ejercicio desconoce las verdades que avivan protestas de cualquier dimensión. Por eso, ningún gobierno debe pretender enquistarse pues en política, nada es para siempre.