Entre sueños y pesadillas: Encuentro en el Purgatorio por Armando Martini Pietri
Entre sueños y pesadillas: Encuentro en el Purgatorio por Armando Martini Pietri

Purgatorio

 

El comandante supremo se siente cansado.

Ha tenido una serie de encuentros que lo han dejado extenuado. No por el esfuerzo físico, que en su condición no tiene importancia, sino por la angustia y frustración que las entrevistas le han provocado. Las almas fluctúan en un nivel diferente de tiempo, entre la expectativa del estado superior, cuando se integrarán a la Luz, y las relaciones que dejaron activas cuando eran un alma dentro de un cuerpo.

Es imposible saber cuándo se llegará a la tan ansiada Luz, pero se sabe a plenitud que está allí y es el destino definitivo. Pero mientras los espíritus están en ese ¿espacio, camino?, anhelantes de Luz, sus vivos siguen actuando, y él o ella los ve, los oye, los siente, de hecho los padece. No es bajo toneladas de piedra de un monumento rectangular donde está Chávez, donde algunos quieren que esté. Está ahí, en ese lugar indescriptible, donde ve, piensa, recuerda, medita; donde se purga por años o por siglos, eso nadie lo sabe.

En el Purgatorio.

Allí hay de todo, porque es donde las almas se van limpiando de los siete pecados capitales, nos explicó Dante en La Divina Comedia. Por eso las almas de la mayoría de los políticos están allí, porque habitualmente ésos son sus pecados –soberbia, envidia, ira, pereza, avaricia, gula, lujuria-. Unos más, otros menos. ¿Qué es la crueldad, por ejemplo, sino una mezcla de pecados? Claro, a algunos se les ha ido la mano y han convertido ciertos pecados en imperdonables, como les ha pasado a los grandes asesinos de la historia, diga usted Calígula, Hitler, Stalin, Gengis Khan y hasta algún bandidillo de por estos lados.

Pero los jefes de estado, mandatarios y políticos en general, cuando mueren sus cuerpos, sus almas van allí, a esa montaña que es el Purgatorio, por la cual esos espíritus van subiendo, paso a paso, es decir, purificándose. Hay quien diga que el fundador del imperio romano, Augusto, lleva veintipico de siglos y aún le falta.

El espíritu del comandante en jefe se sentía cansado aquella tarde; no hay tiempo como tal en el Purgatorio, pero se mide. Lo que agota es el proceso. Se llenó los pulmones de aquél aire pesado, intensamente rojo que le recordaba, por su colorido, los delirios de sus años en el poder. Pero el rojo en el Purgatorio no tiene aroma político, es intenso como las faltas que llevan a las almas allí, y se va aclarando poco a poco, muy poco a poco, a medida que las ánimas van escalando mientras se van clarificando, desprendiéndose de sus pecados.

El cáncer es cosa de vivos, en el Purgatorio no hay enfermedades. Tampoco gusto, olores ni sensaciones. Puede tomarse un café criollo, pero es sólo instinto. La dolencia del comandante supremo se quedó enterrada en el Cuartel de la Montaña, el Presidente en el primer nivel del Purgatorio, el del comienzo, es el hombre fuerte de siempre. Suspira de nuevo, recuerda lo que le dijeron las personas a las cuales visitó.

 

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Y entonces una voz fuerte con profundo acento andino lo sobresalta.

“¿Cómo está, Chávez?”

Sorprendido, reconoce la voz pero no da crédito a lo que oye.

“¡Usted, Presidente!”

“¡El mismo que viste y calza!”, responde con su gestualidad habitual Carlos Andrés Pérez.

“De modo que aquí lo mandaron, ¿verdad?”, responde Chávez, y cambia a cierto humor: “¡y yo que pensé que estaba en el infierno!”

Pérez responde rápido: “Pecado a pecado habría que ver quién tiene más culpas, vea”

Chávez, que siempre se ha inclinado más a la cordialidad llanera que al rigor andino, abre vías para cambiar el tema: “Mire, Carlos Andrés, no caigamos en esas cuentas que los dos tenemos nuestras cargas”

“Bueno, Chávez, tiene razón, pero recuerde que fue usted el que me atacó a mí, no yo a usted, lo que hice fue defenderme”

“Y bien mal que lo hizo, Presidente”

Incómodo, Pérez sonríe forzadamente: “Eso habría que discutirlo; pero bueno, vea, lo encuentro tenso, contrariado, ¿qué le pasa? Si lo perturba el Purgatorio, ¡ni se imagina lo mal que se sentiría en el Infierno, dele gracias a Dios!”

“Eso lo he hecho siempre, aunque, claro, no tiene por qué gustarme el Purgatorio”, aclara Chávez.

“A nadie le gusta, pero es una esperanza… Oiga, ¿pero qué es lo que le pasa, está molesto con el Purgatorio?”

Chávez baja un poco la cabeza, casi susurra: “No es eso, Pérez, es que incluso aquí estoy preocupado, ¡muy preocupado por nuestro país!; las noticias que recibo, lo que veo, lo que oigo, es deprimente”.

“¿Quién lo manda de toche a hacerle caso a esos bandidos hermanos Castro y nombrar sucesor a Nicolás Maduro?”

“Fueron buenos amigos”, responde Chávez, “y con experiencia”

“¿Es que usted no se acuerda de Fidel en Caracas cuando mi esplendoroso acto de asunción a la Presidencia? ¿Y cuando el mismo Fidel me llamó para expresarme su solidaridad cuando usted ejecutó su mal diseñado pero sangriento golpe de estado? Mire lo que recuerdo me escribió: “…cuando conocimos del pronunciamiento militar nos ha embargado una profunda preocupación…” (…) “en este momento amargo y crítico recordamos con gratitud…” (…) “confío en que las dificultades sean superadas… (…) y se preserve el orden constitucional”. No parecía tan amigo suyo en ese momento, ¿no le parece?

Molesto, Chávez reacciona: “no fue un golpe fue una insurrección” y añade: “Fidel cambió de opinión después, fue mi mejor maestro y casi un padre” como decía aquel de “estamos mal pero vamos bien”; “solo los estúpidos no cambian de opinión”

“Claro”, se pone irónico Pérez, “le enseñó lo que él mejor sabe, arruinar un país. Y hablando de estupideces, ni usted ni su muchachón Maduro parece que han cambiado de opinión, ¿o tu como que si estás empezando?”

Chávez no se deja arrinconar: “¿Y a usted quién lo ilustró, la CIA, el Fondo Monetario Internacional, la Secretaria de Estado Norte Americana o todos juntos?”

Pérez se voltea, se da cuenta de que alguien se acerca: “¿Quiénes son esos que se aproximan pasito a pasito?”

Sin prisa, pero sin pausa, la cabeza cuadrada enterrada en los hombros acostumbrados a aguantar y no oír, viene acercándose Rafael Caldera en compañía de Luis Herrera Campins con su característico pellizque de bigotes. La crisis en Copei los tiene alterados, aparentemente.

Luis Herrera se apresura y pregunta: “de que hablan los pajaritos” remata Caldera: “Hugo de mi no hables mal que fui yo quien te sobreseyó” y por si fuera poco de la nada se oye la voz de Jaime Lusinchi exclamando: “a mi tu no me jodes”

Chávez grita: “¡Dios mío esto parece el infierno!, ¿también está el Pacto de Punto Fijo?”  Pero una voz desconocida casi apagada suave pero firme, recuerda: “no hable bolserías comandante, URD se retiró del pacto en 1962 por estar en contra de la política exterior venezolana de Rómulo, que buscaba sanciones contra Cuba en la OEA y una exagerada intervención de los Estados Unidos en la política interna venezolana”

Caldera que se caracteriza por su memoria de elefante que ni olvida ni perdona, reconoce: “No recuerdes tus pendejadas, Jóvito”

Pero la voz suave riposta: “Pendejadas las tuyas, Rafael, que rompiste tu propio partido… lo mío fue sentido del honor”

“¡Se llenó el cuarto de agua, Pérez!”, se resigna Chávez.

«Sí”, responde Carlos Andrés, “¿y se da cuenta que los demócratas buenos y malos somos más? Ustedes los golpistas y militares con pretensiones siempre aparecen en la historia de Venezuela dizque para arreglarlo todo, y nunca arreglan nada, sólo ponen las cosas peores y hay que sacarlos”.

“Como lo sacaron a usted, Pérez”, recuerda Chávez.

“Si, pero yo terminé pobre y muriendo de viejo, olvidado de muchos y sin recordar a nadie, me vine en paz, a diferencia suya, Comandante”.

“Usted murió casi sin darse cuenta, es cierto, pero igual era un deshonesto; por eso no permití duelo oficial en Venezuela, ¿cómo dolerse por quien abrió nuestra patria a la corrupción?”

Pérez se envara, tenso, lo mira a la cara: “morirse entre silencio y olvido quizás sea mejor que morir en medio del sufrimiento y las mentiras, y convertirse en comida de mentirosos, ¿no le parece?”.

Se hace un silencio pesado, el ambiente oscurece, es el crepúsculo del Purgatorio, hora de actos de contrición.

 

@ArmandoMartini