Margarita sí es una lágrima
Tamoa Calzadilla Dic 17, 2014 | Actualizado hace 9 años
Margarita sí es una lágrima

margarita

@tamoac

Sería otra crónica la de cómo conseguir pasaje aéreo y sus costos. Esta empieza en el aeropuerto de Maiquetía, ese terminal que grita a primera vista que ya no se da abasto. Es jueves y parece que hay días peores, y en adelante cualquier queja que tengas se estrella contra el muro: “y no has visto nada”. En la cola de la aerolínea tres pasajeros con el vuelo 304 teníamos horas distintas de despegue hacia Porlamar: 12:25; 12:55; 13:05. Pero una vez confirmado hubo una buena noticia de parte de esa empleada con cara amarrada, hastiada, que murmulló “pero usted se va en el 302 que sale en 10 minutos, a las 12:15. Embarque ya”. Imprimió una especie de factura paupérrima, que es en lo que se convirtió el boarding pass. Carrera, cédula, permisitoqueyamevoy, revisión, baño full y cola, una inmensa cola junto a pocos asientos desocupados y una columna repleta de cargadores de celulares que se “enchufan” literalmente por horas, sin importar que alguien más necesite recargar para lo que viene. Pensar en el destino, el sol, el mar, funciona como terapia. “Aeropostal se sorprende de la salida de su vuelo…” sobre las 3 y 30 de la tarde.

Aterrizaje

Llegar a Porlamar es plácido, la brisa de la isla, el olor, lo que viene… ¡No! La fila de hombres, mujeres, niños y coches se paraliza frente a una puerta que promete aire acondicionado y un afiche inmenso donde Chávez y Maduro se dan la mano, Chávez y Maduro ríen, Chávez y Maduro… todo sobre mucho rojo y tricolor nacional. Bolivariana. Patria. Revolución y el paso tan lento para un sol tan inclemente. Dos señoras tras máquinas con captahuellas esperan, reciben cédula por cédula, que ponga el dedo índice aquí. El Saime. “¿Para qué es esto, señora? ¿Es nuevo?” “Es para control, quién entra y quién sale a la isla… no, es viejo, ya tiene como 5 años”. ¿Habrá resuelto el problema de inseguridad o algún otro el burocrático sistema? No importa, la cola se terminó y la maleta lleva rato dando vueltas sola en la correa.

El aeropuerto no es el de otros tiempos, por fuera está remozado y las vitrinas son otras: unas cholas en Bs.800 y 1.000; relojes en Bs. 40 mil; una bolsita del popular chocolatico importado entre Bs 540 y 800, dependiendo de la cantidad y el tamaño. ¿y el queso de bola? De ese no hay hace rato “pero te tengo el nacional, que está en Bs. 700”, dice el menos aburrido de los vendedores. El jabón en gel, ese que huele exquisito, cuesta Bs. 1800. Bodegones con poca oferta y botella de güisky importado en Bs. 5.400, y de ron nacional en Bs. 600.

Estancia

Salir del hotel implica pagar una carrera a Bs.500 hacia zonas céntricas muy conocidas, para un par de días la decisión de someterse al brazalete del todo incluido es válida. Comida por debajo de lo regular, con algunos “aderezos” extraños en las ensaladas mal lavadas que se preparan en masa, y un servicio que pasa por la escasez de agua en baños públicos, no hizo tanta crisis como la excusa de que “no llegó el camión” con las cervezas que prometieron incluidas en el paquete. Los cocteles y bebidas son preparados con líquidos de dudosa calidad y procedencia, que a la mañana siguiente hacen de las suyas en el organismo. Hay esmero en dar los buenos días y buenas tardes y, como siempre, la calidez entrañable de los margariteños que atienden se agradece. Ahora comparten trabajo de salvavidas y vendedores con colombianos de distintas regiones (especialmente de la costa y Barrancas).

Niños que venden, niños que piden, niños que corren descalzos por la arena, los hay. Souvenirs dolarizados, incluso los que se hacen con conchas marinas y cueros; collares de “perlas” artesanales que no bajan de 1.500 bolívares (Bs. 2 mil en el aeropuerto), hacen vida frente a lo que debe ser una de las mejores playas y paisajes del mundo. Una paradoja dolorosa, la de ese mar y lo que tiene que ver. “Aquí ya no hay nada, eso de puerto libre pasó al olvido”, comenta un baquiano interrogado. “Tienen que importar a dólar libre y ya no llegan los barcos con mercancía, lo que hay es carísimo, ‘muchiacha’, esa época ya pasó”, apunta otro.

Familias enteras colombianas entran y salen, se chequean, preguntan en el lobby del hotel. En la zona VIP, las habitaciones tienen problemas para cerrar las puertas del baño, la discoteca vibra todas las noches después del espectáculo de luces y bailes nocturnos y de día hay una piscina, en la que las actividades no dejan oídos quietos.

Aun así, los pasajes y cupos para diciembre 2014 escasean. Al regreso, la aerolínea vuelve a sorprenderse de la salida de su vuelo dos horas después, “no has visto nada, yo estoy aquí desde las 4 de la mañana y no sé si me voy”, dice un muchacho y arrastra sus pasos como si busca hacer un surco en el pasillo. Atrás quedó un grupo de estudiantes de Barinas que no consiguieron montarse. Es domingo. “Nos dicen que para el miércoles”.

Apaguen sus celulares, que vamos a despegar. Pero en breve, la voz recuerda que la medida es necesaria para la seguridad del vuelo. Una sigue chateando y dos filas más adelante otra mira por su ventana y atiende: “Aló, aló, sí, espéranos ahí, llegamos en 30 minutos”.

En media hora, Maiquetía cuenta historias de extranjeros que se quedaron varados, que no entienden, que usan baños «de carretera» y se acomodan en las esquinas. El aeropuerto es un hervidero ¡Taxi!¡Taxi! Algunos se abalanzan sobre las maletas de los turistas, que llegan mirando hacia arriba, a los lados, sonrientes, a este sálvesequienpueda.