Alejandro Moreno: “Lo primero es cambiar el Estado, que debe guiarse por los valores humanos y por la defensa de la vida”
Alejandro Moreno: “Lo primero es cambiar el Estado, que debe guiarse por la defensa de la vida”

@diegoarroyogil

NACIDO EN TORRALBA DE OROPESA, España, en 1934, el padre Alejandro Moreno llegó a Venezuela cuando contaba 16 años y desde entonces reside aquí. Es un hombre de carácter (habla con firmeza y en voz alta), pero es amable y tiene buena disposición de ánimo. Además de sacerdote y salesiano, es filósofo y doctor en Ciencias Sociales. Estudioso de la sociedad venezolana, ha puesto la lupa en el rol que desempeña la violencia entre nosotros, hoy en día un flagelo que, según ha señalado en diversas oportunidades, atenta incluso con diluir a la nación. Con todo, dice, confía en las posibilidades de salir con bien de la crisis actual porque “el bien siempre prevalece”.

–Padre, ¿hay algún indicio que nos haga suponer que el Gobierno desea acabar con la delincuencia?

–En la orden que se le da, desde arriba, a un grupo constituido por militares, guardias nacionales y policías, de perseguir a los jefes de banda “así estén en la cama”, ¡esa es la expresión!, está la intención de querer dar la “imagen” de que el Gobierno está dispuesto a darle seguridad a la población. Pero no es más que eso: una “imagen”. En verdad el objetivo no es ni la seguridad ni el respeto de los Derechos Humanos (DD HH). Porque en la actuación de la OLP (Operación de Liberación del Pueblo) y de todos estos agentes, en El Valle, en El Cementerio, en El Sombrero, no se han tenido en cuenta los DD HH. Nadie tiene la potestad de acabar con un delincuente por más delincuente que este sea. Porque los DD HH no dependen de la conducta de una persona sino del hecho de que cada quien es una persona, y un delincuente nunca deja de ser una persona. Hoy, en Venezuela, la palabra “abatido” está sustituyendo a la palabra “detenido”. Dicen que los delincuentes caen por intercambio de disparos, porque hay enfrentamientos, pero causa mucha suspicacia que casi no les pase nada a los funcionarios de seguridad.

–¿Por qué al Gobierno le interesa que haya violencia? ¿No es contraproducente? El país se le ha ido de las manos.

–Yo no digo que el Gobierno esté interesado en fomentar la violencia. Yo digo que no está interesado en detenerla. Son dos cosas distintas. Por ahí corre mucho la especulación de que el Gobierno quiere que haya violencia para que la gente esté asustada, para que no se alce, para que no asista a manifestaciones. Pero no tengo datos que me permitan afirmarlo. Lo que sí se nota, y es una conclusión a la cual se puede llegar con mucha probabilidad, es que el Gobierno no está interesado en ponerle un coto verdadero a la violencia. El hecho de que miembros del Ejército formen parte de grandes bandas, como la de “El Picure”, es ya un indicio. Al principio, en el tiempo de Chávez, fundamentalmente, el Gobierno no intervenía porque consideraba que el delincuente es una víctima de la sociedad capitalista, de modo que no se puede reprimir al que ya está reprimido. Solamente después, cuando se logre el triunfo absoluto del socialismo, se podrán eliminar las causas de la violencia y esta desaparecerá. Esa es una posición teórica y doctrinaria que guió la actuación del Gobierno. Ahora, en este momento, parece que las fuerzas represivas del Ejército y demás han cobrado importancia y para limpiar la imagen tan negativa que la población tiene de ellas, están actuado de la manera como hoy lo hacen, en la supuesta erradicación de la violencia, que no es tal.

–¿Nota diferencias entre el delincuente de hace más de 17 años y los que han surgido a partir de 1999?

–No quiero limitarme a estos 17 años porque eso implicaría un sesgo político, pero sí hay una diferencia notable entre el malandro “viejo” y el malandro “nuevo”. El malandro viejo, según nuestras investigaciones, conservaba cierto respeto por la opinión de la comunidad en la cual vivía e incluso tenía un sentimiento de culpa que lo llevaba a no exhibirse como un delincuente propiamente dicho, a no exhibir sus crímenes como triunfos. Más bien trataba de justificarlos, explicaba por qué había cometido un delito, etcétera. En cambio el malandro joven, de 18, 20 años, algunos incluso de 12 o 13 años, no necesita, ¡para nada!, justificarse. Él se siente justificado en función de su propia potencia, de su capacidad de actuación, de su “valor”, entre comillas. Actúa fríamente, sin sentimiento de culpa, sin procesar éticamente su conducta, sin elaborar ideas de ningún tipo. Tal vez tiene que ver con la droga. Se drogan para cometer el delito.

 

–Pero ¿esa frialdad se mantiene una vez que pasa el efecto de la droga?

–Sí, porque termina convirtiéndose en un estado duradero de consciencia, o de inconsciencia. Pero esto es solo un quizás: quizás la droga tenga importancia en los primeros momentos.

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–¿No cree que también contribuye a esa conducta el hecho de que se haya legitimado la figura del delincuente socialmente?

–Pero eso no es “social”, en el sentido de que allí no está implicada toda la sociedad. Los implicados en ese caso son los dirigentes, nada más. Y sin embargo no sé si la aprobación de la conducta delictiva tenga importancia para los delincuentes. Lo que sí tiene una gran importancia para ellos es la impunidad de la cual gozan y la facilidad con la que se libran de cualquier tipo de castigo.

–Usted ha afirmado que la erradicación de la violencia pasa por una reforma estructural de la sociedad. ¿En qué consiste esa reforma?

–En primer lugar, hay que cambiar esas ideas sobre violencia que circulan entre los que son adictos a una determinada tendencia política y que por lo tanto tienen una determinada concepción de la sociedad. Me refiero a todo eso que hoy nos domina. Mientras esa manera doctrinaria de entender la violencia persista, no hay esperanzas de que solucionemos el problema. Lo primero es cambiar el Estado, que debe guiarse por los valores humanos y por la defensa de la vida. Hay muchos medios pacíficos para acabar con la violencia. A veces no se podrán emplear y sucederá algún accidente, está bien, pero no es necesario violar los DD HH para controlar la violencia.

–No consideremos lo que hace falta para que sean propicias las condiciones para el cambio. Imaginemos que esas condiciones ya están dadas. ¿Se atrevería usted a decir cuánto tiempo le llevaría al país minimizar la violencia?

–No tengo idea, porque estamos en unas condiciones tales que… ¡Que no sabemos en qué punto estamos, ni cómo vamos a estar! Pero en Medellín no llevó mucho tiempo. Bastó un período de un alcalde. Y un caso parecido es el de Bogotá.

–Usted ha hecho afirmaciones treméndamente alarmantes, incluso apocalípticas. Por ejemplo, que de seguir como vamos acabaremos disolviéndonos como sociedad, desapareciendo como nación.

–Sí. Porque en este momento hay bandas que dominan sectores completos del país: ciudades, barrios. Bajo esa perspectiva, la geografía de Venezuela es espantosa. La banda de El Picure y su gente, por ejemplo, ¿qué hacen? Vienen de Anzoátegui, pasan por Guárico, empatan con los Valles del Tuy, se encuentran con el tren de Aragua y desde allí invaden todo el oeste de Caracas. Y si vamos al Zulia encontramos las bandas de la frontera. Y si vamos al Táchira, a Apure y al Amazonas, lo mismo. ¡Uno mira el mapa del país y se asusta! La perspectiva, trágica, (que ojalá no se cumpla), es que las bandas se afinquen en determinadas zonas, se fortalezcan, se encierren y dominen totalmente a determinadas poblaciones. Y eso es posible porque hay un Gobierno central, un poder central, que no tiene dominio sobre esas bandas.

–Es lo que usted ha llamado la “feudalización” de Venezuela por el crimen.

–Exactamente. Una “feudalización” distinta de la de la Edad Media, desde luego. Nosotros estamos muy limitados de dinero, pero las bandas tienen una gran capacidad de financiación: por sus crímenes, por el narcotráfico, por la extorsión. Todo el mundo sabe que los chinos abandonaron la construcción del tren del Centro porque estaban presionados por excesivas exigencias de pago de vacunas. En estos momentos es difícil que una empresa no esté pagando vacuna. No lo dicen públicamente, pero sí en confianza. Estamos hablando de empresas muy importantes, como contratistas de PDVSA.

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–Es evidente que las bandas se mueven en el narcotráfico de la mano de organismos de seguridad del Estado, pero ¿tienen esos organismos verdadero control sobre los delincuentes con los que hacen negocios?

–Por supuesto que no, porque los delincuentes tienden a independizarse. ¿Quién se puede fiar de ellos? Basta ver lo que pasó con los intentos de acuerdo entre algunos grupos y el entonces viceministro del Interior José Vicente Rangel Ávalos. Si el viceministro actuó de buena fe, pues el resultado dejó mucho que desear. Yo quiero creer que lo de Rangel Ávalos era ingenuidad, pero…

–Pero pudo haber sido una ingenuidad interesada.

–Y muy imprudente. Un viceministro del Interior no puede andar en eso.

–Ha hecho hincapié en que las operaciones de erradicación de delincuentes llevadas a cabo por el Gobierno, bien en las llamadas “zonas de paz”, bien fuera de ellas, están al margen del Estado de Derecho. Pero entre la población hay gente que cree y dice que cada malandro muerto es un problema menos.

–Sí, hay esa idea en alguna gente, y la fomentan ciertos dirigentes que así contribuyen a que haya una consciencia violenta en el venezolano. Justifican la violación de los DD HH del malandro en razón de que es un malandro. Quiero insistir en esto: los DD HH no están adheridos a la conducta de una persona sino al hecho de que el sujeto es una persona.

–Al escucharlo piensa uno que tan grave como la perversión de otros órdenes de la vida social, como el político y el económico, es la perversión de la consciencia individual del venezolano. ¿Es correcta la impresión?

–Sí. Y uno lo ve en los comentarios que generan en las redes sociales atrocidades como desmembramientos públicos, por ejemplo. Los comentarios son a veces incluso más violentos que la violencia propia del crimen. Son palabras, pero hacen que uno piense que si quienes las dicen tuvieran la oportunidad de linchar a alguien lo harían. Los linchamientos manifiestan la tendencia a justificar la muerte del delincuente a como dé lugar.

–Sin embargo, también ha afirmado que la mayoría de la población no está “dañada”. ¿A qué se refiere al decir eso?

–Cuando aparecen esos comentarios, de igual manera hay otros que condenan esos crímenes. El venezolano en sí no tiene dentro el ansia de corromper su propia consciencia. Uno comprende que ante una situación muy trágica, como la que hoy se vive, haya ira y ganas de venganza, pero el venezolano sabe que debe controlar esos impulsos y que los DD HH deben de ser respetados. Creo que estas ideas predominan en la sociedad. ¡Creo! No tengo datos.

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–Usted es un sacerdote, estamos viviendo en un país donde la gente está pasando hambre, se muere por falta de medicina, los asesinatos están a la orden del día. ¿Dónde está Dios en todo esto?

–Dios está en todo, pero, como dice el dicho, a Dios rogando y con el mazo dando. Dios no interviene mágicamente en las cosas en las que tenemos que intervenir nosotros. Dios no nos quita la libertad, no actúa en nuestro lugar. Está dispuesto a ayudarnos y lo hace siempre que acudimos a él, pero la sociedad es responsabilidad nuestra y la población venezolana lo sabe. Los resultados de las elecciones del 6 de diciembre fueron muy claros. El venezolano tomó en sus manos el compromiso de cambiar las cosas. Que tengamos que seguir luchando contra la tiranía que se nos quiere imponer, es otra cosa.

–¿Se nos quiere imponer o se nos impuso?

–Se está imponiendo. El último decreto (de Estado de Excepción) es prácticamente la imposición de una dictadura abierta. Que siempre la hubo.

–¿Siempre la hubo?

–Desde Chávez para acá siempre la hubo. Solo que se fue reafirmando lentamente. Este gobierno no es un mal gobierno: es un gobierno que ha actuado de acuerdo con sus fines. En ese sentido ha sido eficiente en la implantación del fin para el cual está hecho. Es malo para la sociedad, pero no incapaz en lo suyo.

–¿Cuál es su fin?

–Implantar el comunismo radical en Venezuela. Un comunismo que tiene 200 años de atraso. Qué le vamos a hacer.

–Usted ha dicho que votó por Chávez en 1998. ¿Qué era lo que veía en un hombre que había intentado llegar al poder precisamente por la vía de la violencia?

–La idea era que había dejado de ser un militar. Chávez había fracasado en un intento de violencia y mi impresión era que había renunciado a ella. Estaba equivocado. Desgraciadamente. Aparte de eso, había razones para pensar que la gente que él iba a llevar al Gobierno no tenía malas intenciones, mucho menos aquellos que habían sido de izquierda en las universidades, donde yo pasé la vida, y que hablaban de postmarxismo, como si todo hubiese sido reelaborado, solo que en cierto momento les salió del fondo el marxismo más anticuado, el más primitivo y tiránico, el marxismo leninista y estalinista, que es el que estamos viendo.

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–¿Cuánto tiempo le llevó darse cuenta de que se había equivocado?

–Seis meses. Y nunca más volví a votar por el chavismo. No voté ni siquiera por la Constitución de 1999.

–Por estos días se habla mucho de la posibilidad de una “explosión social”. Usted sigue, día a día, de cerca, la realidad más dramática de la población. ¿Comparte el temor de un estallido? ¿Cree que todavía podamos evitarlo o ya no hay salida?

–No tengo cómo predecir o no predecir una explosión social.

–¿Pero qué intuición tiene al respecto?

–Es difícil comprender cómo la gente no ha estallado, y eso no quiere decir que justifique la explosión. Cuidado. Si esta situación hubiera pasado en otro país… ¡quién sabe! En Colombia, por ejemplo. O en España, donde hubiera habido una guerra civil. Pero todo esto hay que atribuirlo al carácter pacífico del venezolano, a su tendencia al entendimiento. Aquí la gente quiere llevar las cosas de buena manera. El venezolano no quiere el conflicto violento.

–Mantiene usted la fe, por lo visto.
–La mantengo. En el venezolano y en el ser humano, en general. Hemos visto grandes horrores: los horrores de la guerra y del comunismo, pero siempre acaba predominando el bien. A la larga se recompone la convivencia entre la gente, aunque sea una convivencia relativa. Y eso es lo deseable que suceda también aquí.