Amor tras las rejas: Conozca la historia de amor entre un pran y su mujer - Runrun
Amor tras las rejas: Conozca la historia de amor entre un pran y su mujer

7dfc27d6-eb36-4cdb-a574-e773282e9d68

 

Fuera de las cárceles, «la visita» también impone su ley. «Cuando las otras ven que eres guerrera, te ganas su confianza», relata la novia de un recluso líder. «Las ‘punteras’ conforman el pranato de las mujeres» es el nombre de este trabajo que cuenta la historia de amor entre un pran y su mujer.

 

Tamoa Calzadilla.- La primera vez que se cerró la puerta de la celda a sus espaldas, Paula se tapó con las manos el rostro y lloró. Largo. Se tuvo que sentar. La recibió un «pran» con «una pistola inmensa». Su hermano estaba preso en medio de un mamotreto de bloques, bajo normas, códigos y leyes que apenas ella alcanzó a oír mientras hacía la cola. No se trae comida así, no se viste así, no puedes hacer esto. No. no.

«Una vez adentro, a mi hermano lo esperaba alguien y de ese alguien me enamoré». Cuatro meses después eran novios. Su hermano está libre, pero ella no tanto: se quedó prendada de Humberto y de su condena. Ya cumplieron dos años de amores. «Me convertí en una rutinaria«.

Quiere decir que no falta a una visita; participa en todas las actividades que organizan las familiares: «Si hay que amanecer allá amanezco. Siempre me quedo en la pernocta. Ya todos me conocen. Cuando las otras ven que eres rutinaria y guerrera, te ganas su confianza». 

Confianza es el carnet perfecto para poder estar tranquila, porque «así como hay pranes adentro, hay pranes afuera, entre las mujeres. Se llaman ‘punteras‘, son las principales, pues, las que mandan. Llevan tiempo y saben cómo es todo, observan mucho y a la salida de la visita imponen también sus leyes, sus normas de conducta. No te puedes comer la luz adentro porque pagas afuera».

Paula explica que, por lo general, un preso es el marido de alguien. «Pero hay mujeres que entran ahí sólo a buscar hombres y esas son las ‘falsas‘, es decir, que no es la mujer de él, la que todos conocen. Cuando se pilla a una de esas, esperan a que salga y entonces la joden, le dan puñaladas, le cortan el pelo y la desnudan. Eso lo ordenan las punteras«.

La historia de amor que vive con Humberto no arrancó sencilla: «Yo empecé como ‘falsa‘, fue un riesgo que corrí. Sabía que él tenía una novia, pero tenía problemas con ella. A mí me salvó que era rutinaria, por mi hermano, y cuando las punteras se dieron cuenta y fueron a decir algo, todo quedó como una calumnia, nadie les creyó y no me pasó nada».

Amor y control. «¿Que cómo me enamoré de él? Chica, y cómo no hacerlo, eso es lo mejor que me ha pasado en la vida. Ese es el tipo que yo siempre soñé. A ese hombre se le iluminan los ojos cuando me ve; yo soy su todo: su norte, su sur, su este y oeste. Me dice que soy preciosa. Me admira, porque de alguna manera lo que él tiene es por mí. Él ahí es jefe, tiene su cuarto aparte, sus cosas. Yo me muevo, soy una guerrera dentro de la cárcel y él está donde está es por mí y él me lo dice y me lo agradece. Está orgulloso de mí. Él me dice que mi exmarido estaba loco por no tratarme como princesa y no valorarme. Y tiene razón. Me gusta que no me engaña, yo sé muy bien quién es él y él sabe quién soy yo. Ah, ¿que qué va a pasar cuando él salga de ahí? Bueno yo veré, si él va a seguir en malos caminos, yo no sé qué pase; mientras tanto, no le falto nunca. Me llama durante la semana (él tiene un teléfono inteligente). Me dice que me ama. ¿Qué más puedo yo pedir?».

En efecto, la vida le cambió y sus familiares la ven cómo está dedicada en cuerpo y alma a su novio. Ella ha organizado viajes de visita en grupo, desde donde vive hasta la cárcel: «Yo he contratado taxis. Salimos a las 12 am a buscarlas a todas las que viven cerca y a las 2:30 am ya estamos haciendo la cola. A las 4:30 am empiezan a repartir los números. A las 7:30 am abren la puerta y a las 8:30 am estamos adentro, para aprovechar todo el tiempo posible, hasta las 4 pm que se termina».

A Paula no le extraña que tantas mujeres se enamoren de reclusos y mantengan una relación estable. «El preso es particularmente especial, no tiene a nadie. Pero además necesita de alguien que le ‘pague la cana‘. Ellos ven a una mujer sola que llega a la visita y se la batallan para ver con quién se queda. Pero a la vez, hay mujeres que les gusta esa vida. Hay unas tan arrechas que le matan al novio allá adentro y al mes ya están empatadas con otro».

Hay una explicación adicional, que confirma el mito: «Sí, vale, es completamente cierta la fama de la fogosidad de los presos. Muchacha, eso es desde que uno llega. ¡Bueno, pues!, a cada rato y con qué ganas. Ganas de preso, pues. Ahí se presenta la situación es con los que no reciben a nadie, porque tienen que irse a las escaleras o a otra parte. Uno no va a estar ahí teniendo sexo y ellos escuchando».

Pero advierte que esos encuentros tienen sus consecuencias: «Es como una cultura del preso el no usar condón. Entonces esas mujeres quedan preñadas a cada rato. Ahorita en diciembre se preñó todo el mundo».

Golpes de rutina. En las fotografías subidas a la red social Facebook, Paula y Humberto se muestran como un par de novios más; de mejillas juntas, acostados, abrazados y compartiendo días de sol. Un «te amo, linda» en cada comentario; un «te extraño» el Día de las Madres (porque ella decidió pasarlo con sus hijas) y abrazos y retratos de amigos en común que comparten penurias y celebraciones entre rejas.

Sin embargo, no son pocas las cosas que le recuerdan a Paula que no todo son corazones: «A mí no me ha pasado nunca, pero hay quien llega y consigue que su marido está con una ‘falsa’ en otro cuarto y hay peleas, gritos. También pasa mucho que los hombres les pegan a sus mujeres. Y nadie se mete; sólo si se come la luz y le saca melaza (sangre)».

Como la comida del comedor la consideran «terrible», ella cocina y le lleva la alimentación de toda la semana. Él tiene nevera y microondas. Además, cuenta que las mujeres deben llevar el dinero para pagar la «causa» semanal. En el área de trabajadores cuesta unos 150 bolívares; y en la zona de «malandreo» es más baja: como 70 o 100 bolívares. «Los días especiales se pagan hasta 200 bolívares. Igual que en casos como visita de niños y eso». En la «fosa» están los «gandules», los que no pueden estar en ninguna parte, está la escoria, los que deben dormir con un cuchillo bajo el brazo para defenderse. Ahí no se paga. 

Paula sabe que hay cosas que Humberto no le dice. Pese a que la mayoría de la población está armada, aún se producen los «coliseos«, esa suerte de acto romano en que un par de reclusos pelea a cuchillo ante la mirada de todos: «Él no me dice, pero yo sé que sí pasa. El otro día yo estaba a punto de entrar a verlo y me llamó para que le comprara urgente pega loca para ponerle en el labio a alguien, herido de arma blanca».

Las mujeres de los presos no están solas, se tienen unas a otras. Pueden organizar la cena de un 24 de diciembre, una vigilia o el transporte para la visita. Así como hay cosas que ellos no les dicen, ellas también se callan. Por ejemplo, el castigo de las «falsas«. 

Nota: Paula y Humberto no son los nombres verdaderos de los protagonistas de esta historia.

 

Últimas Noticias

 

 

Lea también el Testimonio de un preso que acababa de salir de la cárcel. ¿Quién le da trabajo a un preso?

 

Lea también el Diccionario de la PRAN Academia española