Editorial El Tiempo: Un tifón histórico - Runrun
Sendai Zea Nov 12, 2013 | Actualizado hace 10 años

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El tifón Yolanda en Filipinas vuelve a plantear el tema de la participación humana en el aumento de la capacidad dañina de fenómenos naturales, que parecen cada vez más fieros.

En su origen germánico, el nombre de Yolanda significa “tierra de riquezas”. No deja de ser paradójico que así se hubiera bautizado en Filipinas al monstruoso tifón Haiyan, que arrasó durante el fin de semana varias ciudades y pueblos del país y dejó una estela de víctimas que la policía calculó en 10.000 muertos tan solo en la ciudad de Tacloban y millones de desplazados y afectados.

El fenómeno, uno de los más poderosos que se hayan registrado jamás, desarrolló rachas de viento hasta de 378 kilómetros por hora –más que el récord de velocidad del Fórmula Uno–, provocó olas tan altas como casas y marcó una potencia diez veces mayor que la bomba atómica de Hiroshima. Su intensidad desbordó la de los peores tifones: arrojó una medida de 890 hectopascales, superior a la que tenía el récord anterior, un ciclón en el océano Pacífico que en 1979 marcó 870 hectopascales. Los filipinos lidian cada año con una veintena de huracanes, pero no imaginaron que el Yolanda iba a desatarse con tan mortífera fuerza.

Nunca antes habían padecido algo semejante. El camino de destrozos, casas aplastadas, árboles arrancados de cuajo, automóviles y barcos volcados, cosechas bajo el lodo y villas barridas dibuja una gran estela de destrucción. Las pérdidas son invaluables, pero lo más grave son las víctimas. A los 10.000 muertos de Tacloban hay que sumar los de otros lugares del archipiélago, y cientos más en Vietnam, hacia donde se dirigió el tifón.

El jefe de la misión de la ONU declaró: “Estamos ante una destrucción masiva. La última vez que vi algo de estas dimensiones fue en el tsunami del océano Índico”. Este ocurrió el 26 de diciembre del 2004, cuando un maremoto de colosales proporciones arruinó las costas de varios países surasiáticos –principalmente Indonesia, Tailandia, India, Malasia y Sri Lanka– y dejó en pocas horas 186.983 muertos y 48.883 desaparecidos.

Cada año, el mundo padece cerca de 80 tifones, que es el nombre genérico de huracanes y ciclones en el Asia. Pero pocos tan devastadores como el que causó el desastre del fin de semana en Filipinas, que requiere la solidaridad mundial. Parte del país, diseminado a lo largo de 7.000 islas, se encuentra sin electricidad, teléfonos, agua potable, aeropuertos y vías de comunicación, todo lo cual dificulta la llegada de auxilios médicos y comida. Como resultado de la escasez de víveres, Tacloban y otras ciudades enfrentan un nuevo tifón, que es el tifón de los damnificados que, sin alimentos, medicinas ni agua, se dedican a saquear droguerías, supermercados, tiendas y centros comerciales. Las autoridades de salud pública temen que surjan epidemias y pestes.

El formidable poder del Yolanda ha vuelto a plantear el tema de la participación humana en el aumento de la capacidad dañina de fenómenos naturales que existieron siempre, pero que parecen cada vez más fieros. Ya es necedad negar el calentamiento del planeta y la influencia en él de los gases de invernadero provenientes, en su mayoría, de los combustibles que mueven los automóviles, muchas de las fábricas y las termoeléctricas. En los últimos 23 años las emisiones de dióxido de carbono han aumentado en más del 20 por ciento.

Un tifón como el Yolanda no se produce por culpa del calentamiento planetario. Pero la mayor temperatura del mar es uno de los determinantes de la fuerza del huracán, y aquella está directamente vinculada a esos gases que los países emisores no han querido o no han podido controlar.

Fuente: http://www.eltiempo.com/