Miedo al régimen y amor a nuestros hijos por Paola Bautista - Runrun

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Es temprano en la mañana y poco a poco se comienza a llenar el pequeño auditorio del preescolar. A mi esposo y a mí nos convocaron para constituir los Consejos Educativos. Papás y mamás se van sentando. Ocho en punto, comienza la reunión. La directora nos da la bienvenida y repasa extractos de la resolución. La lectura es pausada, acrítica, medida; como quien cuida cada sílaba para no emitir juicio de valor.

Días previos mi esposo y yo le habíamos propuesto a la directiva del colegio que nos permitieran que el abogado José Vicente Haro ofreciera una charla sobre el tema y que luego, nosotros pudiéramos comentar la estrategia de resistencia que íbamos a ejercer como familia. Y así fue. José Vicente Haro compartió sus consideraciones y precisó las razones de inconstitucionalidad. Minutos después, Gustavo y yo manifestamos nuestra inconformidad con la resolución y anunciamos que no violaríamos la Constitución ni renunciaríamos a los derechos que tenemos como padres en la educación a nuestros hijos.

Nuestras palabras generaron tensión. Los papás y la directiva del colegio comprendieron los argumentos legales y encontraron coherencia en nuestras acciones pero, por alguna razón, se sentían incapaces de seguir el camino descrito. En ese momento identifiqué un sentimiento que, lamentablemente, se ha convertido en un  común denominador de los auditorios en donde he tenido la oportunidad de intervenir sobre este tema. Se trata del miedo.

La Revolución Bolivariana ha promovido el terror. Los dueños de colegios temen que los cierren. Los directores tiemblan -con razón- al pensar que les pueden abrir causas administrativas o incluso, penales. A los papás que son empleados públicos o contratistas del gobierno les aterroriza pensar que su posición les pueda costar su puesto de trabajo – recordemos la Lista Tascón. En fin, no podemos negar que la Revolución nos empuja contra la pared y que, en muchas ocasiones, nuestro motor es el miedo.

Volvamos al auditorio. Nuestras intervenciones rompieron el frágil consenso. Se inició una acalorada discusión y una mamá – buena, sin duda alguna – dijo estas palabras: “Mira, acá en Venezuela se viola la Constitución todos los días y no pasa nada. Lo nuestro es sobrevivir”. En un sentido, sus palabras están llenas de una dolorosa realidad que nos entristece. Sin embargo, su actitud frente a esa situación es la que me mueve a escribir estas líneas.

Es mentira que cuando violamos la Constitución no pasa nada. Sí pasa; y las consecuencias las vivimos todos los días. Hay escasez porque se violan los derechos a la propiedad. Hay inseguridad porque, entre otras cosas, el Estado no garantiza el derecho a la vida. Hay presos políticos, porque no hay estado de derecho ni separación de poderes. Hay corrupción porque no hay probidad en la administración pública. Los males cotidianos que usted y yo sufrimos son consecuencia de un ejercicio de poder no democrático con vocación totalitaria. Debemos reflexionar sobre esto y asumir nuestra cuota de responsabilidad. La defensa de la Constitución reposa en cada uno de nosotros. Usted y yo, como ciudadanos de a pie y venezolanos que amamos profundamente este país, estamos en el deber de respetar y hacer respetar nuestro pacto social.

Esta reflexión me lleva a un segundo comentario: “lo nuestro es sobrevivir”. El miedo nos transforma en la personificación del sálvese quien pueda. Nos nubla el juicio y nos hace desconocer las razones de nuestra tragedia como país. Este régimen se ha empeñado en que nosotros le pongamos límites a nuestra virtud personal. Que nos reduzcamos a la supervivencia cuando verdaderamente estamos llamados a la libertad y a la grandeza.

Personalmente me niego a decirle a mis tres hijos que “lo nuestro es sobrevivir”. Cuando Gustavo y yo recibimos nuestros tesoros y los pusimos por primera vez en nuestro regazo nosotros no les dijimos “vamos a sobrevivir”. En ese momento – y aún ahora – pensamos en grande, en echar pa´lante, en amar hasta el cansancio, en entregarnos para siempre, en enseñarlos a ser buenos, en formales una conciencia sensible ante la injusticia, en poner todos los medios para que, en su vida adulta, ellos puedan ser personas justas, templadas, fuertes y prudentes. De modo que, cuando escuché a una mamá que, llena de realidad y cansancio, afirmó que lo de ella era sobrevivir, sufrí tristeza y cólera ¡No podemos dejar que este régimen y sus ataques nos reduzcan a eso y menos cuando se trata del futuro de nuestros hijos!

Esta lucha por la educación de nuestros hijos es titánica. Les confieso que es muy duro y difícil. Nuestro principal enemigo es el miedo. Cuando actuamos motivados por el terror nos ensimismamos, nos hacemos egoístas, nos refugiamos en el famoso “pragmatismo”, se nos nubla el juicio y se nos adormece la conciencia. No dejemos que el miedo sea el motor de nuestra historia. Nuestros hijos, y todos los niños de esta tierra, merecen que actuemos motivados por el amor que les tenemos. Honestamente les digo que sí hay esperanza. El consenso que sustenta a la Resolución del 058 – y a muchas aberraciones de este régimen – es frágil. Recordemos que los acuerdos que reposan sobre el miedo son bóvedas que penden de columnas débiles, basta que un pilar se quiebre para que todo caiga por su propio peso. Que las familias venezolanas seamos ese asiento rebelde que, por amor a sus hijos vence el miedo y se niega a sostener la injusticia.

Paola Bautista.

Vice Presidente

Asociación Civil FORMA