Centenario del Dr. Jacinto Convit: La apuesta constante por la ciencia en Venezuela - Runrun

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La vacuna contra la lepra es uno de sus aportes más conocidos. Pero el Doctor Jacinto Convit ha sido un asiduo investigador de enfermedades de la piel, como la leishmaniasis y oncocercosis, y del cáncer. Promotor del Instituto de Biomedicina, de alta productividad científica en Venezuela, Convit ha sido postulado en reiteradas oportunidades al premio nobel de Medicina y ha recibido innumerables galardones. Este investigador y docente comprendió desde muy temprana edad que no hay situación país adversa que merme la inventiva humana 

Jacinto Convit es referencia mundial en el campo de la Dermatología y Salud Pública. Este venezolano, de origen catalán y canario,  nacido en el año 1913 en la parroquia La Pastora de Caracas ha sido nombrado en innumerables titulares de la prensa nacional e internacional por sus investigaciones de vanguardia en el campo de la Dermatología. Resumir su participación y contribuciones en congresos, vida académica y labor investigativa no es tarea fácil. Por ello, será bajo la óptica de un colega y de una de sus nietas que descubriremos a este galeno criollo cuyo contexto – la Venezuela post gomecista- lo llevó a dedicarse a tratar enfermedades en el órgano más grande del cuerpo humano: la piel.

Productores de ciencia

“Para hacer buena investigación sólo hacen falta ideas y no grandes espacios», sentenciaba el Dr. Convit en el marco de una discusión sobre el área destinada al laboratorio del Instituto de Biomedicina. Frase que recuerda el Dr. Félix Tapia, biólogo de profesión e inmunólogo dedicado al estudio de la Leishmaniasis.

Tapia conoció al Dr. Jacinto Convit hace casi 30 años. Cuando el entonces jefe  del Laboratorio de Biología Molecular del Instituto Nacional de Dermatología -hoy Instituto de Biomedicina- Dr. Pedro Lava Sánchez lo invitó a formar parte del equipo.

“Por varios años realicé trabajos con él en lepra y leishmaniasis, evaluando eventos inmunológicos en las lesiones de ambas enfermedades (…)  Es un hombre reservado pero afable, con los valores de la gente de su época, fiel a la palabra, respetuoso y trabajador incansable”, señaló.

Sobre la rutina de trabajo del Dr. Convit, Tapia destacó que asistió a las instalaciones del Instituto de Biomedicina hasta el año 2010. “Siempre llegaba muy temprano, almorzaba todos los días en su casa, pues obedecía a una dieta estricta ya que posee un sólo riñón. Nunca tomaba el ascensor para cumplir sus ejercicios que incluían caminatas al Ávila varias veces a la semana”, agregó.

El modelo de institución que hoy da vida al Instituto de Biomedicina es para Tapia uno de los aportes más invaluable de Jacinto Convit.  “Él logró un modelo de institución con recursos y misión clara que involucra investigación, docencia – este Instituto es sede de cuatro postgrados de la Facultad de Medicina de la UCV-, y asistencia clínica (…) El reto para el Instituto es mantener el equilibrio y armonía que Convit logró entre los entes que aportan personal y recursos: Universidad Central de Venezuela y Ministerio de Salud”.

 

Convit, el abuelo “cachicamo”

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Jacinto encontraría a su compañera de vida en pleno ejercicio de su profesión. Junto a la enfermera Rafaela Marotta se convirtió en padre de cuatro varones, uno de ellos fallecido a los 22 años. El árbol genealógico fue creciendo y con seis nietos en la actualidad Jacinto es motivo de orgullo para su familia.

La hija de su primogénito, Ana Federica, siempre estuvo al tanto de la actividad de sus abuelos paternos. Kika –como se le conoce- recuerda que durante su infancia pasaba la mayor parte del tiempo en casa de Jacinto y Rafaela, en donde las figuras de cachicamos –al que Convit logró inocular el Mycobacterium leprae para conseguir la famosa vacuna- se conjugan con la decoración. Incluso ya de adulta relata que planificaba sus vacaciones para coincidir con las de su abuelo con quien compartía su pasión por las playas.

“De pequeña mi abuelo me traía juegos de experimentos para niños que me llamaban muchísimo la atención, yo creía que iba a ser científica como él (…) Con los años mis intereses fueron cambiando y estudié Estudios Internacionales. Pero mi abuelo me inculcó la vocación al servicio público, la importancia de tener un impacto positivo en la sociedad, en la comunidad, en el país. Es por ello que hoy día me dedico a la Fundación Jacinto Convit, bajo la tutela de mi abuelo”, agregó

Sobre la experiencia del Dr. Convit en la leprosería de Cabo Blanco – donde dedicó siete años a cuidar e investigar sobre la enfermedad de Hansen (Lepra) – Kika explica que aún a su abuelo se le aguan los ojos cuando recuerda sus años en esta institución ubicada en el estado Vargas. “Para él significó el inicio de un recorrido muy largo de estudios e investigaciones que le traerían muchas satisfacciones. Para mí es como una leyenda, imaginarme como era aquello, y mi abuelo interviniendo con las autoridades para que soltaran a esos hombres enfermos (de lepra) que traían encadenados, es algo que me lo cuentan y no lo creo”.

El relato hace alusión a la Venezuela de principios del siglo XX, donde los enfermos de lepra eran segregados de la sociedad. Obligados a recluirse en centros asistenciales especiales y llevados encadenados por las calles de la ciudad.

Sobre la infancia de su abuelo, Kika describe que desde niño Jacinto tuvo sensibilidad social. “Era un joven estudioso, ayudaba a pagarle los estudios a sus hermanos, compartía sus zapatos con ellos (…) Como estudiante siempre obtuvo las mejores calificaciones, fue un estudiante de Medicina de primera, que se graduó en seis años y fue directo a la leprosería de Cabo Blanco. Mi abuelo está lleno de muchas virtudes que cubre con un manto de una inmensa humildad y sencillez que es su verdadera grandeza, él realmente no se cree más que nadie, ni santo ni sabio. Él se considera un individuo que ha trabajado por los enfermos y que se ha mantenido constante en el tiempo. Siempre destaca que él no es solo, sino que hay un equipo que ha trabajado en pro de algo”.

La clave de un siglo de historia

Llegar a los cien años de vida, mantenerse activo en sus actividades y estar a cargo del Instituto de Biomedicina es toda una proeza con el acelerado ritmo de vida que caracteriza a las sociedades actuales.

“Si le preguntaras a mi abuelo, él te diría que la clave de su longevidad es el amor por la vida y por los demás. Para mí es producto de varios factores. El primero es el componente genético, mi abuelo es un hombre de excepcional fuerza física y mental. En una persona que se ha cuidado muchísimo toda su vida, no comió chucherías, ni bebió alcohol o fumó, y, siempre respetó sus horas de sueño, jamás se trasnochaba y todos los días tomaba su siesta de media hora. Aunque hoy día mi abuelo tiene un solo riñón y marcapaso no toma ninguna medicina, solo se alimenta muy bien y se toma sus vitaminas. Adicionalmente, su longevidad también se la debe a los cuidos de mi abuela, quien fue su compañera por más de 65 años. Y el otro componente es sin duda alguna su inmenso amor a la humanidad, su inmensa satisfacción por ayudar y por curar a los demás”, afirma su nieta Kika.

Una pasión inagotable

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Foto Archivo El Nacional

Sintetizar la vida profesional e ímpetu de investigación de Jacinto Convit no es sencillo. Con centenares de ponencias, decenas de galardones nacionales e internacionales y una vida académica docente y profesional dedicada a la Medicina en instituciones de carácter público el nombre de este galeno criollo ha trascendido fronteras.

Empecemos con mencionar que egresó en 1938 de Ciencias Médicas de la Universidad Central de Venezuela, en un país marcado por la dictadura del general Juan Vicente Gómez. Gracias al doctor Martín Vega comienza su carrera en la línea de investigación de la “Enfermedad de Hansen” -o Lepra- y a atender a los pacientes de la leprosería Cabo Blanco- Paralelamente ejerció cargos en instituciones públicas como la Cruz Roja – donde fue director Ad Honorem-.

Entre  1945 y 1946 –al término de la segunda Guerra Mundial- Convit reside en los Estados Unidos donde se especializa en Inmunología. Experiencia que lo lleva a una práctica en Brasil con pacientes con Lepra que marcaría su carrera.

A su regreso a Caracas se dedicó a la docencia en la Universidad Central de Venezuela. En 1972, gracias a sus gestiones, se fundó el Instituto Nacional de  Dermatología – hoy Instituto de Biomedicina-. Allí se reúnen, bajo el mismo techo, el Departamento de Dermatología Sanitaria del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, la Cátedra de Clínica Dermatológica de la UCV y el Servicio de Dermatología del Hospital Vargas. Sería en este marco y  con un esfuerzo conjunto que después de siete años de investigación,  en septiembre de 1979 se diera a conocer la gran noticia: una cura contra la lepra.

Más recientemente se dio a conocer el trabajo de un equipo del Instituto de Biomedicina en una autovacuna contra el cáncer, hecho que generó críticas por algunos investigadores quienes esgrimían que no se cumplió con el protocolo internacional de investigación. Sin embargo, el galardonado con el Premio Príncipe de Asturias en 1987,  ha logrado un lugar en la memoria colectiva de los venezolanos. Este criollo alcanza los 100 años y con ellos la certeza de que la apuesta a la invención e investigación en Venezuela sigue vigente.

Por @sendaizea