Aquella tarde, un hombre gordo sentado en su oficina… - Runrun

Un mes antes de su caída, Ricardo Fernández Barrueco compartía la opinión de que el sector capitalista estaba ganando la disputa frente a los radicales estatistas y socialistas del chavismo. Sin embargo, no era un hombre confiado, no se confiaba, ni de lejos. Ya olía el peligro. Ya lo escuchaba.

Imagine el lector la escena de este hombre joven de 44 años, fornido, hablar pausado y rotundo, montado en la ola de los petrodólares de Chávez, viviendo un momento inmejorable. Era espécimen casi única de la boliburguesía nacida bajo la sombra del poder chavista. Compraba bancos,  aseguradoras, controlaba la red de transporte de carga más importante del país, controlaba empresas agroindustriales, barcos atuneros. Se había montado en un plan de expansión internacional, y en proceso de compra de Digitel, la empresa de telefonía celular del magnate Oswaldo Cisneros, por 1.080 millones de dólares.

Imagínelo sentado en el sillón de su oficina del edificio del Banco Canarias, ubicado en una de las calles más exclusivas de Caracas. El está ahí, sonriente, paciente, recibiendo visitas al terminar el día. Lo visitan empresarios, banqueros, políticos, y hasta diplomáticos de potencias extranjeras.

Afuera, siguen las especulaciones sobre si dispondrá de la plata para pagar Digitel.

Puertas adentro escucha la explicación de que sí, la propiedad privada ya no corre peligro, que para Chávez lo que hay son objetivos específicos, enemigos específicos a quienes quitará la empresa, el banco, el canal de televisión, la emisora de radio.

Ricardo Fernández admite la hipótesis. No está seguro de que él mismo ya encarna un objetivo específico. Tal vez lo imagina, sí, pues esa tarde suelta esta frase que entonces, ahí,  en ese lugar, significará poco, pero a la vuelta de las semanas, tendrá todo el sentido del mundo:

-Pero no hay que subestimar las otras fuerzas. Están ahí, existen.

Perecía que el fantasma de la duda lo rondaba.  Mejor afirmar que nunca había dejado de observar los riesgos, ni de cerca ni a la distancia. Es que tres años antes, en una noche de abril o mayo de 2006, sentado en la que todavía era su oficina del Hotel Caracas Hilton antes de que Chávez lo transformara en Hotel Alba Caracas, dijo claro, sin perturbaciones:

-Yo no sé para dónde va esto. A veces siento mucho temor.

El testigo de aquella noche atinó a responder:

-Si tú no lo sabes, ¿qué quedará para los demás?

Por Juan Carlos Zapata