Un venezolano y tres estadounidenses, presos de los Kim, por Alejandro Armas

 

 

El mundo no tiene los ojos puestos en Venezuela. Lo siento si esta afirmación molesta a algunos, pero es la realidad. Desde luego, hay una preocupación como nunca antes por nuestro lamentable estado, sobre todo entre los gobiernos de la comunidad internacional democrática. Pero de ahí a una fijación constante de la opinión pública global en la suerte de los venezolanos hay mucho trecho. Mucha más atención reciben los dimes y diretes entre Kim Jong-un y Donald Trump. Ahora la histórica cumbre entre los gobernantes de estas dos naciones históricamente enemistadas quedó en pico de zamuro. Concluya como concluya este relato, hay al menos tres hombres que tienen razones para celebrar el acercamiento entre ambos países. Me refiero a los tres estadounidenses de ascendencia coreana que la dictadura de Kim mantenía detenidos. Ahora están de vuelta en Norteamérica, lejos de aquella pesadilla, como resultado de las negociaciones entre Washington y Pyongyang.

Al leer la noticia sobre estas liberaciones, me resultó inevitable recordar un episodio de nuestra propia historia nacional que, dado el carácter extraordinario de los hechos contenidos en ella, me sorprende la profundidad del abismo de olvido en que ha caído (aunque tal vez, dado el desinterés por el pasado que tanto se achaca a los venezolanos, la cosa no sea tan insólita). Allá en las antípodas del Lejano Oriente, otro Kim tuvo en cautiverio a un conciudadano.

Esta es la historia del poeta Alí Lameda. Nació sobre el suelo ardiente de Carora y, como buena parte de las elites intelectuales y artísticas en la segunda mitad del siglo XX, fue seducido por el marxismo-leninismo. Particularmente en los años 60, los movimientos de extrema izquierda eran percibidos por las mentes inquietas como la esperanza de la humanidad. No solo en Venezuela, ni en Latinoamérica. En todo o casi todo el mundo fue así. En medio de esta atmósfera ñángara, un Lameda militante y comprometido con el internacionalismo proletario tomó una decisión que tal vez resultó extravagante hasta para sus compañeros de causa.  A saber, viajar a Pyongyang y ponerse al servicio de Kim Il-sung, fundador del Estado norcoreano y abuelo del actual líder supremo cuya fotografía todos hemos visto por estos días en la prensa. Su función fue traducir al castellano los discursos de Kim, acaso para revertir los efectos de cualquier interpretación de los mismos que periodistas burgueses pudieran hacer con toda mala intención en Latinoamérica.

La periodista Milagros Socorro publicó hace unos años en El Estímulo una narración magistral de la experiencia de Lameda en Corea, fundamentada, además de la investigación propia de la autora, en una entrevista que el comunicador Carlos Díaz Sosa, cuñado de Lameda, hizo a este luego de que saliera del averno.

A pesar de sus labores a la orden del déspota, un día de septiembre de 1967 la policía le aplicó lo que hoy en Venezuela es siniestramente llamado “Operación Tun Tun”. De su apartamento se lo llevaron preso y acto seguido lo acusaron de ser “un enemigo del pueblo democrático de Corea” (a los regímenes totalitarios les encanta valerse del título de la obra de Ibsen para hacer señalamientos aberrantes). El desconcierto de Lameda debió ser como el de Josef K en El proceso de Kafka. Al parecer incluso llegó a creer que su nueva situación se debía a algún comentario irónico hecho sobre su temible empleador ante compañeros de trabajo con complejo de anfibio. La intolerancia a todo cuestionamiento, incluso el más inocente, es un rasgo característico de las tiranías.

El remedo de juicio al bardo venezolano fue solo el inicio de una tragedia de siete años de presidio en las condiciones más horrendas que se pueda imaginar. Lo encerraron en un campamento de prisioneros donde el hambre, la comida no apta para el consumo humano, la falta de equipamiento sanitario y las torturas eran la norma. También la soledad, la incomunicación completa con sus familiares, la prohibición de tener material de lectura o papel para escribir (hablamos de un poeta, téngase en cuenta) y la ausencia de abrigo para protegerse de un frío asiático que erizó los pelos en una piel que más bien debía estar hecha para el sol fuerte de las zonas xerófitas larenses (a menos que haya sido abstemio, ¡cómo debió desear un baso de cocuy cálido en esos momentos!).

Así pasó un septenio. Lo soltaron en septiembre de 1974. Esa bendita libertad, como cantara Ismael Rivera, fue el producto de un largo proceso de negociaciones internacionales entre los gobiernos de Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez, por un lado, y la dictadura norcoreana, por el otro. Por suerte para Lameda, se consiguió un mediador que estaba en el mismo lado de la bipolaridad que Kim: Nicolae Ceausescu, mandatario de la Rumania comunista conocido entonces por sus relaciones más bien amistosas con las democracias occidentales.

Fuera de su celda, Lameda requirió de una estadía en Berlín (honestamente no sé cuál de los dos) para recuperarse físicamente antes de volver a la patria. Fue durante esta pasantía europea que el vate contó sus penurias a Díaz Sosa … Y también la supuesta causa de su cautiverio. Según su relato, en algún momento se enteró de que todo fue producto de un pleito entre camaradas rojos en el Caribe. En el año 67, cuando lo destuvieron, el grueso de las guerrillas comunistas venezolanas decidió dejar las armas y volver a la vida política. Los contactos con el Gobierno estaban en marcha para iniciar la pacificación, una vez comprobado el fracaso rotundo que resultó intentar repetir la experiencia de Sierra Maestra en el cerro El Barchiller, o la de los montes de Escambray en los alrededores de El Tocuyo. Ah, pero tan mala experiencia no convenció a La Habana. Fidel Castro emprendió entonces una campaña furibunda contra los dirigentes del Partido Comunista de Venezuela, a los que acusó de traidores por dejar el fusil. Lameda señaló al gobierno de la isla de ordenar su detención como represalia, y Corea del Norte, donde la decisión del PCV tampoco agradó, se prestó para cooperar.

El poeta trabajó en el servicio exterior luego de regresar a Venezuela y poco aludió a su presidio coreano hasta su muerte en 1995. Haya sido verdadera o no su versión sobre las razones por las que fue internado, la cuestión destacada es que una dictadura de extrema izquierda sumió en un verdadero infierno a un convencido de la misma ideología que dejó atrás a su tierra y a su familia por colaborar con lo que creía correcto. Los despotismos suelen pagar mal hasta a sus más fieles servidores. Nunca he visto que en algún foro oficialista venezolano se discuta el caso de Lameda. Tal vez ello no sería congruente con la idea que la elite gobernante actual tiene de Corea del Norte, Estado miembro del Movimiento de Países No Alineados. A esta asociación la propaganda roja rojita se ha referido como un espacio en el que conviven “los pueblos que luchan por las causas justas de la humanidad”.

Poner a alguien tras las rejas por razones políticas es, al contrario, uno de los actos más inhumanos que puede haber. Se hizo antes y se hace hoy. Es imposible saber qué harán Trump y Kim de ahora en adelante. Por ahora, queda sonreír por los estadounidenses que vuelven a casa, tal como en su momento hubo sonrisas por la vuelta de Alí Lameda.

 

@AAAD25