OVV: El calvario de la gasolina en Mérida
OVV: El calvario de la gasolina en Mérida

EN LOS ÚLTIMOS DOS MESES, los merideños, en especial aquellos que habitan en el municipio Libertador, capital de la entidad andina, han experimentado un cambio radical en su rutina para surtir combustible. Una operación que hasta julio y mediados de agosto no llevaba más de diez minutos, pasó a convertirse en un verdadero calvario, en el que el conductor debe lidiar con la ausencia de gasolina en la mayoría de las estaciones de servicio, tras horas de cola muchas veces con una espera infructuosa.

Esta situación resulta más usual para los habitantes de los municipios Sucre y Campo Elías, quienes en lo que va de año, en especial en el primer municipio mencionado, empezaron a ver como rutina las colas, hasta por 3 horas, para surtir combustible, imposible en muchos casos en especial en aquellas estaciones de servicio que se encuentran en la vía principal o intercomunal que atraviesa el estado y une a Mérida con Ejido, San Juan, Lagunillas, El Anís y El Vigía.

¿Qué está ocurriendo en Mérida? ¿Es acaso solo un problema de fallas de distribución de combustible? ¿O hay algo más? Y en este último caso, ¿qué significado y efectos sociales tiene tal situación? El Observatorio Venezolano de Violencia, Mérida (OVV Mérida) emprendió un estudio durante el último mes y encontró resultados que valen la pena poner a la luz pública, en especial a la luz de las autoridades correspondientes.

Los relatos

En una escuela pequeña del municipio Sucre, un maestro hace una actividad común: le pregunta a los niños qué hacen sus padres. Uno de ellos, de unos ocho años, le responde: “Mi papá es pimpinero profe”. Ante la sorpresa, el maestro consulta qué es un pimpinero. Y el niño le responde: “Pues pimpinero profe. Vende gasolina”. Otro niño se suma a la conversación y dice: “Mi papá también. Manejaba un bus, pero dice que gana más de pimpinero”.

En otra escuela, una niña de diez años falta una semana a clase. La orientadora preocupada, cuando la niña retoma las actividades, la entrevista para buscar la razón de la ausencia. La niña le respondió con mucha claridad: “Estaba bachaqueando gasolina con mi papá”. La orientadora sorprendida le pide más información y la niña no se inmuta en describir la actividad: “A mi papá le pagan dos millones por llevar un camión a la frontera tres veces a la semana, esperar que le saquen la gasolina y traerlo. Dice que pasa más tranquilo las alcabalas llevando compañía”.

El pimpinero y la dinámica de depositar y traficar gasolina

Pimpinero es quizá el calificativo más decente que usa para catalogar a aquellos individuos que se dedican a llenar vehículos, propios o prestados, con gasolina, sacarla del país y venderla. Pero la dinámica no es tan sencilla. Y la manera como este oficio se ha expandido a municipios donde antes no los había, es indicador del deterioro y la crisis social que afronta Venezuela.

Era común oír de este oficio en los municipios del estado Mérida del Sur del Lago, principalmente en Alberto Adriani. Allí, a pesar de las regulaciones para surtir gasolina a los particulares, el oficio persiste. Los pimpineros están organizados, tienen redes telefónicas y grupos en redes sociales donde los empleados de las estaciones de servicios avisan cuándo llegará el combustible y de qué octanos.

Del resto, la organización crece: funcionarios de organismos de seguridad prestan servicio, pero no para vigilar u ordenar la cola, sino para vigilar que los pimpineros paguen su cuota. Esta red comercial es tan grande, que hay estaciones de servicios en las que los dueños le piden una cuota diaria a sus empleados, quienes entre los extras que dejan los particulares y la propina de los pimpineros, hacen su día.

El municipio Sucre fue uno de los primeros del eje central merideño en ver aparecer este oficio. Luego siguió el municipio Campo Elías, vecino a menos de 10 kilómetros de Mérida. Sus estaciones de servicio empezaron a llenarse de vehículos poco comunes en la zona: camiones Triton 350, viejos y nuevos, camionetas Ford 150 doble cabina, también modelos viejos y nuevos, FairLand 500, Caprice, Malibu, y aquellos vehículos cuyo tanque de gasolina tiene una capacidad mayor a los 80 litros.

En una revisión rápida hecha a las colas de gasolina que durante el último mes se han registrado en cinco estaciones de servicio en el municipio Libertador de Mérida, de cada diez carros, cinco tenían estas características. Cuando esta revisión se hizo en dos estaciones de servicios ubicadas en las vías principales (La Variante) que une al municipio Campo Elías y Sucre, esta cuenta subió a siete u ocho vehículos.

Pero, ¿cómo es la dinámica? ¿Es rentable traficar gasolina desde zonas que están ubicadas a más de 150 kilómetros de la frontera? El equipo de investigación del OVV Mérida se mezcló entre las personas que hacían cola para surtir gasolina en el municipio Sucre. Allí conversó con varias personas dedicadas al tráfico de combustible. Uno de ellos explicó que en El Vigía las estaciones de servicio ya no satisfacían la demanda. Por ello habían llegado a zonas como El Anís, Lagunillas, San Juan, Los Higuerones y hasta la propia Mérida.

“Ya muchos hasta cuadran con el bombero: él les avisa cuando llega y allá se van a hacer la cola. Para no levantar sospechas, echan en varias bombas y llenan el tanque”. Contó uno de los entrevistados. ¿Y es rentable bajar a la frontera con el tanque lleno quedando tan lejos, consultó el equipo de investigación del OVV Mérida. “No. Se la sacamos acá (Lagunillas o San Juan) o en El Anís. Hacemos varios viajes hasta los depósitos y de ahí se llenan otros camiones y los mandan a la frontera”

Una cuenta simple: si al parque automotor de Mérida le sumas 100 camiones Ford Triton cuyo tanque de gasolina tiene una capacidad de 170 litros y llenan su tanque tres veces al día, hablamos que solo ellos consumen 51mil litros de gasolina por día, es decir, casi dos camiones cisternas de combustible. En otras palabras: agotan en un día dos estaciones de servicio.

Y en esta dinámica termina siendo una dinámica en la que todos ganan algo. El bombero que surte gasolina, avisa al pimpinero, éste le da un extra por avisar. El pimpinero llena el tanque en una o dos estaciones de servicio. Una vez con el tanque lleno, va al depósito lo vacía y retorna a la estación de servicio, pudiendo repetir esto hasta tres veces por días. Al pimpinero se le paga en el depósito por la cantidad de litros que se le pudo sacar y este distribuidor carga nuevos camiones y los envía a la frontera, donde igualmente vende la gasolina según la cantidad de litros.

Cuando el pimpinero es, por decirlo de alguna manera, independiente, va directo a la frontera con su carro. Evita intermediarios. Y en este viaje, bien sea por su cuenta o bien sea llevando el vehículo del distribuidor, también paga peaje en cada alcabala.

Al final, en cualquier caso, la ganancia es inestimable. Un tanque de gasolina de 171 litros se llena con 171 bolívares o con poco más de mil bolívares dependiendo del octanaje. Ese mismo tanque en los depósitos se venden en aproximadamente 300 mil bolívares y en la frontera por más de un millón de bolívares, siendo conservadores. Veinte litros de gasolina de 91 octanos se vende en la frontera, del lado venezolano, a 70 mil bolívares y en El Vigía a 55 mil.

Un negocio redondo que ha implicado la organización de este delito en una red de cooperación con distintos niveles en su organización y estructura de roles. Es, de cierta manera, una forma de delito organizado, aun cuando las partes integrantes del mismo no interactúen con base o intención de objetivos organizacionales comunes, sino individuales. En otras palabras: cada parte busca aprovechar al máximo su propio beneficio.

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