No corran
Laura Helena Castillo Abr 10, 2017 | Actualizado hace 7 años
Crónica | No corran

Manifestación Protesta 10Abr

 

 

Laura Helena Castillo

@laurahcastillo

 

“¡No corran!”, gritan unos a otros. Pero otros siempre corren. Es lo primero que hace el cuerpo cuando escucha una detonación: se gira y arranca. Dos, tres, cinco pasos largos y, muchos, la mayoría, se detienen, recuerdan para qué están ahí, vuelven a girarse y siguen avanzando. Así, decenas de veces en la avenida José Lazo Martí de El Rosal, camino a Las Mercedes.

-¡Pero no corraaan! ¿A dónde van?, grita un hombre con barba mientras se ven detrás de él los hilos de humo de las lacrimógenas.

-Voltea. Están ahí mismo, las señala una mujer, que ya está corriendo.

Ahí estaban las bombas lanzadas por funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana: dentro de la marcha que apenas acababa de salir de la plaza Brión de Chacaíto. Parecían brotar de un tubo, como Mario Bros, directo al corazón de la marcha. Corazón que, como todos, tiene abuelas con antiácido en la cara y bolsos terciados, abuelos con zapatos de goma blancos, pañuelo y gorro de pescador, y gente con botellas de vinagre que no le van a servir para mucho. Las bombas rodaban por el lugar más vulnerable: donde la gente compra pitos, banderas y agua mineral; donde va gritando consignas y haciéndole groserías al helicóptero que da vueltas y vueltas y vueltas. Allí conviven por unas horas bajo el sol los que creen en la protesta de la calle y salen a pesar del miedo y las amenazas gubernamentales. Pero no estaba la PNB evitando que la marcha avanzara, estaba evitando que la marcha existiera.

A diferencia de las manifestaciones recientes convocadas por la oposición en la autopista Francisco Fajardo y la avenida Libertador, no hizo falta que los participantes llegaran a un piquete para ser atacados por la PNB. No dio chance a que, los de la vanguardia, devolvieran bombas con guantes hechos en Mérida. Nadie tenía muy claro de dónde más salían los artefactos porque, esta vez, el streaptease se bailó con menos pudor.

A las 12:30 del mediodía, a menos de media hora de haber arrancado, la calle, estrecha y rodeada de edificios altos, se convirtió en una cañería de humo picante y fétido. En la huida, algunos vomitaron, muchos maldijeron, otros se taparon con la franela: “no se peguen a las paredes, busquen el aire”, “¿tienes vinagre?”, “crucen a la derecha”, “el coño de su madre estas bombas vencidas”. Media cuadra después fue posible respirar mejor y pequeños grupos se fueron reuniendo en otras vías. Desde el techo de la Oficina Nacional Antidrogas, un hombre que minutos antes manejaba un dron, se acercó hasta el borde de la terraza y desde lo más alto de la institución pública se burló de los que abajo, en la tierra, tuvieron que correr.