Violencia de Estado, por Luis De Lion
Luis De Lión Jun 12, 2016 | Actualizado hace 8 años
Violencia de Estado, por Luis De Lion

BorgesAFP

@ldelion

La historia de Venezuela está principalmente llena de violencia. La única excepción, la pausa de la violencia política, como centro de gravedad del quehacer nacional, lo constituyeron los gloriosos 40 años de democracia.  Cuatro décadas de desarrollo y de ascenso social, que no estuvieron exentas de violencia política y terrorista, como la de las guerrillas castristas de los 60 y la de los iluminados golpistas del 92 con Chávez a la cabeza.

En la crónica política venezolana son muchos los caudillos que, gracias a la violencia, lograron alcanzar el poder máximo. Chávez y sus criminales golpistas del 92 son el ejemplo más reciente.

La autopista de violencia, que a lo largo y ancho atraviesa hoy a Venezuela, es una ruta criminal que constituye la única obra de gobierno de Chávez. Llevada adelante mediante una política de Estado, inspirada por el tan criminal como insaciable pensamiento del guía supremo, Fidel Castro.

Todo un orgullo criminal, esa violencia física y moral, que hoy Maduro y Cabello ejercen en sus respectivas condiciones de herederos y protectores del legado de Chávez.

Fue así como, en abril 2013, siendo Diosdado Cabello presidente de la Asamblea Nacional, promovió una canallesca agresión contra los diputados opositores en el propio recinto legislativo. Violencia que culminó con el saldo de dos diputados malheridos, Julio Borges y María Corina Machado. El diputado, Américo De Grazia debió ser hospitalizado y los diputados Nora Bracho, Homero Ruiz y Eduardo Gómez Sigala sufrieron contusiones.

Así llegamos al 2016 en el que turbas animadas y mantenidas por el Estado, agredieron primero a Jesús Torrealba y este jueves, nuevamente, al diputado Julio Borges.

Pareciera que no tiene fondo esta bajeza institucional. No sabemos cómo ni cuándo superaremos este nivel nauseabundo de violencia y muerte al que hemos llegado.

La intolerancia, la incivilidad, la agresividad, en fin, esa forma perversa de violencia política chavista, ha contaminado la relación social.

Agresiones, todas inaceptables y condenables, lamentables y repudiables, pero que son altamente representativas de la violencia como carburante del chavismo.

Violencia política que se alimenta de la impunidad, de la cual se benefician los autores de dichos actos.

Así pues, la violencia como política de Estado lleva casi dos décadas de existencia. En consecuencia, es irresponsable y demagógico decir que el régimen tiene miedo. Una sociedad que tolera la violencia es una sociedad desmembrada. La moral ciudadana debe levantarse para insurgir contra esta asfixiante violencia.