Piketty: El nuevo guru de la economía global visto por Moises Naim y Eduardo Semtei. Luces para entenderlo - Runrun

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Piketty en todas partes

En enero de 2012 escribí: “La desigualdad será el tema central de este año. Siempre ha existido y no va a desaparecer, pero este año va a dominar la agenda de los votantes, de quienes protestan en las calles y de los políticos… Va a terminar la coexistencia pacífica con la desigualdad, y las exigencias de luchar contra ella –y las promesas de que así se hará– serán más intensas y generalizadas de lo que han sido desde el fin de la Guerra Fría”.

Y así sucedió. Denunciar que el 1% de la población es muy rica mientras el 99% de la gente vive de forma cada vez más precaria se ha vuelto una consigna mundial. En 2012, el número de artículos académicos sobre la desigualdad económica aumentó 25% respecto a 2011 (y 237% en relación con 2004).

Mucho más importante ha sido que el papa Francisco y Barack Obama hayan dicho que la desigualdad es el problema que define nuestro tiempo. Cómo combatirla es un tema en los debates electorales en todo el mundo, incluso en países como Brasil, donde la desigualdad ha venido menguando.

Y ahora, dos años después de mi pronóstico, llegó Thomas Piketty. Decir que es un economista francés, autor de denso libro de 700 páginas titulado El capital en el siglo XXI que es un best seller mundial, es hacerle una injusticia. Piketty es mucho más que eso. Es un sorprendente fenómeno político, mediático y editorial. Su tesis es que la desigualdad económica es un efecto inevitable del capitalismo y que, si no se combate vigorosamente, la inequidad seguirá aumentando hasta llegar a niveles que socavan la democracia y la estabilidad económica. Según Piketty, la desigualdad crece cuando la tasa de remuneración al capital (“r”) es mayor que la tasa de crecimiento de la economía (“g”) o, en su ya famosa formulación, la desigualdad aumenta cuando “r>g”.

Obvio, ¿no?

Quizás no tanto, pero no importa. El alcance del “fenómeno Piketty” va más allá de lo que normalmente sucede con las ideas de los académicos. Por ejemplo, un artículo de The New York Times acerca de cómo escoger el área de la ciudad adónde mudarse, recomienda averiguar antes qué leen los vecinos. Para ello sugiere ir a la biblioteca de ese distrito e averiguar cuáles son los libros más demandados: “¿Es un lugar más tipo Piketty o más bien de novelas de misterio?” es la pregunta que debemos hacernos, según la experta. Otro artículo sobre los espinosos problemas que aquejan a las parejas en las que la mujer gana mucho más dinero que su marido concluye explicando que la esencia del problema tiene que ver “con el debate Piketty…”. El éxito de El capital en el siglo XXI es tan enorme (100.000 copias en inglés vendidas en 2 meses) que hasta su editor empieza a ser una celebridad. Y en una de las entrevistas que ha dado descubrimos que su anterior éxito editorial fue la publicación de un sesudo libro tituladoOn Bullshit.

La inesperada popularidad de libros académicos de difícil lectura no es un fenómeno nuevo. Sucedió, entre otros, con El fin de la historia de Frank Fukuyama, publicado en 1992 y con El choque de civilizacionesde Samuel Huntington, publicado en 2001. El improbable éxito editorial de ambos se debe a que fueron publicados en momentos en que en el mundo ya existía un gran interés por los temas que trataban. Fukuyama publicó su libro poco después del hundimiento de la Unión Soviética y la percepción generalizada era que el comunismo había sido derrotado. El pronóstico de que el futuro del mundo sería definido por ideas liberales –por los mercados y la democracia– llegó en el momento preciso. Una década después, Huntington tuvo la misma suerte. Su libro, cuya tesis es que los conflictos ideológicos serán reemplazados por conflictos religiosos, salió a la venta un mes antes de los ataques terroristas del 11 de septiembre. Y ahora le tocó a Piketty.

Hace una década, cuando el boom económico estaba en su apogeo y el crash financiero no había llenado de angustia a las familias en Estados Unidos y Europa, el interés por entender por qué la desigualdad es causada por r>g no hubiese sido tan intenso.

Esto a pesar de que, durante mucho tiempo, la desigualdad económica ha sido un problema crucial para la mayoría de la población mundial. En América Latina y África, las regiones con la peor distribución del ingreso del planeta, este tema no es nuevo.

El debate mundial se popularizó solo cuando la desigualdad se agudizó en Estados Unidos. La superpotencia tiene una capacidad inigualada para exportar sus angustias y hacer que el resto del mundo las comparta. En este caso, es una buena noticia que su problema también sea importante para quienes lo han venido tolerando pasivamente durante demasiado tiempo.

Sigamos la conversación en Twitter @moisesnaim.

Moisés Naím

@MoisesNaim

El Nacional

Piketty y sus padrinos Krugman y Stiglitz

El libro El capital en el siglo XXI se ha convertido en una nueva biblia para los economistas que no se arrodillan frente a la mano invisible del mercado. Sobre todo cuando hay evidencias claras de que esa mano muchas veces tiene los ojos más abiertos que un vendedor de prendas. Su autor, Thomas Piketty, un profesor y economista francés, ha revolucionado el mundo de la literatura económica y financiera y, evidentemente, la política con la publicación de su último título. Los premios Nobel Paúl Krugman y Joseph Stiglitz lo han cobijado de alguna manera bajo su manto, mientras que los sectores privados empresariales, sobre todos los hombres de las grandes fortunas, han pegado un grito al cielo hablando de marxismo, comunismo. Acusando a Piketty de que le pega a su mujer, que fumaba marihuana y que no paga impuestos. En cuanto a rebatir sus aseveraciones y conclusiones, no aparece nada en el escenario. La misma táctica que emplean los equivocados y erráticos cuando la bolsa de sus argumentos se encuentra vacía de ideas, propuestas y análisis.

Reconocer, como lo hizo el Credit Suisse, que 10% de los hombres más poderosos tienen 86% de la riqueza global, planetaria, no deja de asombrar y seguramente de llenar de vergüenza a la mayoría de los gobernantes del mundo cuando observan la pobreza en África, en India y en América Latina. Pero cuando, siguiendo el discurso e informe del Credit Suisse que Piketty refleja y plasma con sesudos y bien documentados informes e investigaciones, leemos que tan solo 1% de los hipermillonarios posee 46% de toda la riqueza de la Tierra, nuestro asombro se convierte en un clamor de justicia y un reclamo para que alguna iniciativa pueda ser tomada y si no para revertir tan oprobiosa realidad, al menos evitar que la brecha se ensanche y que la desigualdad se remonte.

Mr. Pethokoukis, presidente de la Fedecámaras estadounidense, no hace sino proferir descalificaciones, acusaciones, denuestos y ataques al francés, y llegó incluso a opinar que los argumentos del profesor no son aplicables en la realidad y mucho menos en Estados Unidos, ya que en ese fulano libro se habla de una clase media y en el gran país del norte no existe tal categoría, pues, como se sabe, la existencia de clases es un concepto absolutamente marxista y, por ende, inaplicable a países capitalistas.

Hay una evidente desigualdad en la distribución de la riqueza. En el crecimiento de las grandes fortunas. Esta discusión, de cómo hacer para romper tan deformante realidad, fue incluso tema de discusión hasta en la Revolución Francesa donde se eliminó la herencia absoluta al hijo mayor y se incluyó a los hermanos fuera del matrimonio, en búsqueda de justicia y de mejor distribución de los bienes.

Piketty de alguna manera señala que la herencia como factor de acumulación del capital es muy superior a la riqueza proveniente del trabajo y de la creación de valores por empresarios y trabajadores. La herencia entonces recicla cada vez con más fuerza la acumulación desigual y combinada de los bienes en el mundo. Por ejemplo, Warren Buffet ganó en 2013 unos 12.700 millones de dólares. Mal podría pensarse que lo hizo sobre la base de la creación de valores en base al trabajo. Así que, un aumento considerable de impuestos a las rentas de las grandes fortunas es un medio, un camino, una fórmula que, sin afectar el desmedido poder de los grandes capitales, permite que la riqueza del mundo pueda distribuirse de mejor manera.

Entre sus recomendaciones más radicales se encuentra su propuesta de incrementar los porcentajes del impuesto sobre la renta hasta 80% a aquellas personas cuyos ingresos superen 1 millón de dólares anuales. Sobre esta base establece una escala que aumenta la presión fiscal. Que Warren Buffet en lugar de ganar 12.700 millones de dólares en 2013, tan solo aumente su patrimonio en 2.540 millones, es decir unos 211 millones mensuales o lo que es igual unos 7 millones de dólares diarios no creo que sea un gran sacrificio.

Krugman y Stiglitz se afincan en las conclusiones de Piketty al afirmar que si el crecimiento porcentual de la riqueza de las grandes fortunas, especialmente de ese 1% que tiene más que 46% de los que menos acumulan, es superior al incremento del PIB mundial la desigualdad se estará desarrollando con la fuerza de un huracán y los vientos de pobreza y miseria seguirán recorriendo la mayoría de los países del globo.

Por supuesto que la inversión pública debe ser racional. Los análisis de costo/beneficio deben ser aplicados rigurosamente. Entre hacer un hospital, una carretera o una universidad, habrá de aplicarse un sistema de selección riguroso que mida el beneficio neto a la sociedad y no obedezca a los gritos destemplados de las multitudes. Piketty se atreve a sugerir que una distribución más justa y racional debe apuntar a que el beneficio y la riqueza mundial se asignen con 30% a las clases más pobres, 45% a las llamadas capas medias y 25% para los ricachones de siempre. Que, como se evidencia, no salen nada mal del asunto, si consideramos el número de personas que integran cada uno de los anteriormente tres señalados sectores.

Ojo. Esta discusión no valida para nada la sarta de errores conceptuales y prácticos del gobierno de Maduro. El despilfarro de la riqueza petrolera es la peor del mundo. Krugman y Stiglitz han opinado en diversas ocasiones contra los disparates económicos del gobierno.

Eduardo Semtei

@ssemtei

El Nacional