Venezuela anda "depre", por Francisco J. Quevedo
Venezuela anda «depre»,  por Francisco J. Quevedo

bolivares-efe

 

Si Venezuela enfrenta una recesión o una depresión económica, inflación o hiperinflación, o si somos abatidos por eso que llaman «estanflación», es un debate entre economistas que a veces raya en lo semántico, porque cuando uno paga doscientos millones de bolívares, de los viejos, es decir, Bs. 200.000 de los «fuertes» de ahora, por un caucho, no importa si es hiper o no es hiper, es un realero y punto. Y más allá de la dialéctica, de que colectivamente, Venezuela y nosotros todos andamos «depre», no cabe ninguna duda. Eso de que somos «felices» es un cuento, escapismo o es la careta que nos ponemos para que no se nos note la tristeza.

Para entender la semántica, un chiste de Jaimito sirve para aclarar la diferencia entre recesión y depresión. Cuando la maestra le preguntó, dijo: «Recesión, maestra, es cuando por culpa de la crisis usted pierde su empleo. Depresión, maestra, es cuando por culpa de la crisis, mi papá y mi mamá pierden sus empleos y yo tengo que cambiarme a un colegio público.» Todo depende del cristal por que se mira. Es decir, el crimen es solo estadísticas hasta que uno se convierte en estadística, entonces el crimen deja de ser «percepción», como dijo la otrora Defensora del Pueblo, y se convierte en un crimen abobinable, porque usted es la víctima. Ahí si lo siente, tal como se siente la hiperinflación cuando uno paga el mercado.

Como a Jaimito, la crisis, cuando nos toca, nos deprime. Y nos toca a diario, en todo momento. Hay que ver cuáles son los efectos de pasar cuatro o cinco horas al día en cola, y a veces por varios días, para conseguir un producto regulado. ¿Cuánto estrés y pleito familiar no causa el no poder pagar no solo las deudas sino el mercado? Y, de paso, habrá que ver cuáles serán los efectos en nuestras nuevas generaciones por una alimentación tan afectada por la crisis. Y ni hablar de las rabietas que uno coje cuando va a un restaurant y le dicen al traer la cuenta «disculpe, el punto no sirve, solo efectivo» o cuando va al cajero automatico y le dispensa solo Bs. 600 que no sirven para pagar una hamburguesa.

Que la crisis nos afecta lo sentimos en la agresividad de las calles, en el tráfico y en las mismas colas donde la gente se bate a golpes por un pollo, pero la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard lo puntualiza científicamente cuando concluye en un «Estudio de los Efectos del Estrés y Situaciones de Peligro Prolongadas» que estas producen en el individuo, primero, una sensación de impotencia, seguida de dificultad para concentrarse, tensión e irritabilidad, fatalismo, insomnio, lamagnificación de la amenaza (¿Se acuerdan del «invicto»?) y una incapacidad crónica para razonar y generar ideas. ¿Le suenan familiares estos síntomas?

«Una sensación de impotencia», muy bien manejada por el Gobierno, de paso, por el CNE, el TSJ y por toda esa cuadrilla que parece quitarnos la chapita del hombro y decirnos «¡Ajá! ¿Y qué vas a hacer?». Los efectos de la crisis conllevan al maltrato que tantas veces recibimos de empleados públicos y privados quienes deberían servirnos, sea en un restaurant o en una taquilla. Andan molestos, y la pagan con uno. Y es por todo eso que los dirigentes, gerentes y empresarios parecen incapaces de concentrarse y generar soluciones. Muchos andan atrincherados, como esperando que todo pase. Y otros se fueron.

Esto debe parecer una pesadilla para quienes han perdido familiares al crimen, para los que han sido secuestrados, para quienes han sido expropiados o invadidos. Y todo tiene un efecto acumulativo. Que esta sociedad no haya explotado no significa que no esté a punto de estallar, ojo…

@fjquevedo