Pancho Márquez: “No hay preso político que pueda canjearse por el Revocatorio”
Pancho Márquez: “No hay preso político que pueda canjearse por el Revocatorio”
«Ahí en San Juan de Los Morros hay un palo que es como un bate chato, y eso lo cargan los custodios para arriba y para abajo. Todo el tiempo caminan con eso para dejarte claro que lo pueden usar en cualquier momento. Decían “Sigue así que vas a recibir tablazo”, y esa es la práctica común. En otras cárceles lo llaman planazos. Se ve con una cotidianidad espeluznante.»

 

@MariaAlesiaSosa

SE DESPIDIÓ DEL ÁVILA DESDE EL AVIÓN, y de la costa venezolana. No hubo más tiempo. Apenas cinco horas antes estaba en una celda en la sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional en Caracas. Francisco Márquez salió de Venezuela en un exilio forzado tras su liberación el 18 de octubre de 2016. Pasó cuatro meses preso en distintos centros de reclusión del país, junto a Gabriel San Miguel, con quien fue detenido cuando se dirigían a una actividad de la Mesa de Unidad Democrática en el estado Portuguesa. Abogado, militante del partido Voluntad Popular, activista del Movimiento Estudiantil en 2007, y al momento de su detención, era jefe de despacho del alcalde de El Hatillo, David Smolansky.

El caso de “Pancho y Gabo”, quizás porque el primero tiene nacionalidad estadounidense y el segundo, española, despertó  interés a escala mundial, y puso el ojo sobre los presos políticos en Venezuela, que suman 111 según la organización Foro Penal. A pocos días de su liberación, asegura que aún no lo ha asimilado todo, pero se atrevió a contar sus primeras impresiones de esos oscuros 121 días sin libertad.

¿Cómo se siente recuperar la libertad?

Sentimientos encontrados: el alivio de estar con la familia es grande, pero saber que hay tantos compañeros presos no me deja tranquilo. Tengo unas ganas gigantescas de contar esta historia, para que la gente en el mundo conozca la realidad de los presos políticos, y sobre todo para llamar la atención por la tortura. Ya está reconocido que en Venezuela hay presos políticos, pero siento que no se habla con la misma franqueza de que están ocurriendo torturas.

¿Fuiste torturado?

Puedo decir que fui torturado psicológicamente, no físicamente. Siento que fui sometido a una presión psicológica constante. Pero sí puedo confirmar que yo presencié torturas, y también interactué con personas que habían sido torturadas, especialmente en el Sebin y en la cárcel 26 de Julio en Guárico. Es una práctica común.

¿Qué torturas presenciaste?

En la 26 de Julio, escuchaba en las noches cómo le daban palo a los presos. Ahí en San Juan de Los Morros hay un palo que es como un bate chato, y eso lo cargan los custodios para arriba y para abajo. Todo el tiempo caminan con eso para dejarte claro que lo pueden usar en cualquier momento. Decían “Sigue así que vas a recibir tablazo”, y esa es la práctica común. En otras cárceles lo llaman planazos. Se ve con una cotidianidad espeluznante.

¿Se lo hacen a presos comunes y a presos políticos?

La mayoría de las veces a presos comunes, pero hay casos de presos políticos como es el de Vasco Da Costa, quien ha sido torturado y golpeado en la 26 de Julio. Yo no recibí tablazos, pero sí vi cómo lo hicieron. En las noches escuchaba gritos y los golpes que les daban. Escuché a los custodios decir que fracturaban las costillas, que “le dieron con todo” a un preso, echaban broma con eso entre ellos.

¿Recibiste amenazas?

Yo fui amenazado de tortura por el Sebin, cuando me interrogaron el día que me metieron preso. El funcionario se molestó mucho porque yo no quería hablar. Les dije que no había cometido ningún delito, que no sabía de qué se me acusaba, que mi detención era arbitraria y que hasta que no estuviera presente mi abogado, no iba a hablar. Nos dijo que si no hablábamos, se iba a encargar de que nos imputaran delitos de terrorismo y por desestabilizar la República. Incluso hizo un informe en donde afirmaba que había incurrido en actos terroristas. Todo esto con una R-15 encima, tratando de intimidar.

¿Cuál fue tu actitud durante la detención?

Para mí era importante que ellos supieran que uno no es un delincuente. Yo quería romper ese esquema que ellos tienen que uno es un tipo radical, insensato. Ellos se creen ese cuento de que uno es enemigo de la patria. Yo quería desmontar esa idea, y le dije: “Con todo respeto, sé que está intentando hacer su trabajo, pero nosotros tenemos unos derechos y queremos defenderlos. Estoy siendo arbitrariamente detenido”. Mi forma calmada de hablarle, lo alteraba más y me amenazaba más. Después de conversaciones, se fueron, y al final me dijo: ¡Se salvaron! Les lanzaron un salvavidas y mándale saludos a tu jefe David Smolansky.

¿A qué se refería?

Después de que salí me enteré de que la decisión de no enviarnos al Sebin esa noche fue por el ruido que generó la detención, y cómo se movieron las redes para difundir la noticia en el momento. Ellos no pudieron operar en la oscuridad, y no nos trasladaron.

¿Reconocerías a ese funcionario?

Claro, sé su nombre. Y cuando nos despedimos, él me dijo: “Esto no es nada personal”. Yo le dije: “Quizás algún día nos volvemos a ver”. En este proceso, no sólo la liberación es importante, sino la justicia. Hay muchos funcionarios en organismos de seguridad del Estado que han hecho cosas terribles, y eventualmente les tiene que llegar la justicia. No es un tema de revanchismo, todo lo contrario.

¿Cómo recuerdas el día que te detuvieron?

Cuando se me asignó la tarea, mi mayor preocupación era que en Portuguesa no se desataran actos de violencia. Lo que pensaba era qué hacer cuando estuviera en Portuguesa. Éramos enviados de la MUD, no sólo de Voluntad Popular. Cuando me pararon, no hubo mayor problema por el dinero en efectivo que llevábamos. Yo, como abogado, sabía que no estaba haciendo nada ilegal. Pero la cosa empeoró cuando en la parte de atrás de los asientos del carro, encontraron unos panfletos con mensajes de libertad para Leopoldo López. Ahí cambió la actitud, llamaron al capitán, dieron la orden de llevarnos a Apartaderos, y comenzó la espera y el intercambio de llamadas, horas de espera. Le avisé a mi equipo y ahí empezó todo.

¿Cómo fue tu llegada a la cárcel?

El traslado a la 26 de Julio fue muy brusco. Al llegar nos sentaron a raparnos el pelo, nos desnudaron y nos dieron un uniforme amarillo. Me llamó la atención porque el amarillo era para los condenados, y el azul era para los procesados. Creo que fue una especie de chiste cruel. Luego nos mandaron a  hacer una hora de orden cerrado, que es la marcha militar que obligan a hacer a los presos en todas las cárceles. Tuve que gritar “Chávez Vive, la patria sigue”. Lo hice una sola vez, y dije: “No me importa que me caigan a coñazos, pero yo no lo vuelvo a decir”. Cantar el Himno Nacional fue una catarsis, lo grité y fue un momento bonito, un momento para recordar el motivo de la lucha.

Cuatro centros de reclusión, siete celdas distintas, ¿Qué buscaba el Gobierno con tanto movimiento en el caso de ustedes?

Desde el principio fuimos un caso muy incómodo para el Gobierno. Ocurren casos parecidos, y sé que el nuestro fue un caso que agarró cierta fuerza mediática. Me sorprendió, porque uno siempre se pregunta qué irá a pasar, si la gente responderá o no.

¿Estaban al tanto del ruido que había generado el caso a escala nacional e internacional?

Solo lo supe la primera vez que pude sentarme con mis abogados. Me explicaron todo. Llegué a tener un indicio, porque cuando estaba llegando a San Juan, oí a alguien por un parlante desde afuera gritar “Francisco, tu hermano está en la OEA, está hablando con Almagro”. Eso me impresionó. Después con las cartas me enteraba de todas expresiones de solidaridad y los movimientos políticos y no políticos.

¿Por qué crees que su caso fue tan mediático?

Quizás porque éramos dos jóvenes que fuimos detenidos en una actividad que era tan claramente neutral. Era un tema del revocatorio, creo que también influyó en que éramos los primeros presos políticos del revocatorio. Todo eso fue muy incómodo para el Gobierno. También fue muy incómodo para ellos nuestras dobles nacionalidades.

Hay un corriente que sostiene que la liberación de ustedes fue negociada por Rodríguez Zapatero a cambio de que no hubiera revocatorio, y la misma semana que sales, se suspendió el referendo, ¿Qué tienes que decir al respecto?

No existe ningún preso político que esté canjeado por el Revocatorio, nunca ha estado planteado. Hay que saber que es muy difícil las decisiones del Gobierno con los presos políticos ¿Por qué a Rosales no le dieron libertad plena? ¿Por qué a Ceballos le dieron casa por cárcel, y ahora está preso? No es una negociación así. El gobierno es una caja negra llena de distintas facciones, que tienen intereses encontrados a veces, y no se sabe, nunca se sabe cuál es la tecla que es lo que hace que uno salga.

Hasta el sol de hoy, no sé qué motivó mi salida, todo lo demás es especulación.

La decisión de suspender el revocatorio le dice al mundo que en Venezuela hay dictadura, y más bien aleja cualquier condición para el diálogo, y pareciera que no hay nada que negociar, porque se están trancando las puertas. Esa conexión no la veo.

¿Cómo fue el día que Gabo salió y tú no?

Fue, sin duda, el día más devastador de estos meses. No es que se hubiera ido, es cómo lo hicieron. Primero lo sacaron a él de la celda, y luego me llamaron a mi. Gabo me dijo: “Nos vamos en libertad”. Nos hicieron unos exámenes médicos. Yo soy muy escéptico, pero me empecé a creer la broma. Luego nos dijeron: “Recojan sus cosas, prepárense”. Y luego imprimieron el acta de egreso, y los dos la firmamos. Ahí me lo creí, yo decía: “¡Dios mío! Esto va a ocurrir”. Nos dijeron que esperáramos en la celda, y el funcionario del Sebin, dijo: “Gabo, sal tú primero”. Gabo y yo, ni nos despedimos, porque pensamos que nos veíamos al rato allá afuera. Le presté mis cholas, porque no tenía, y le dije: “Me las das allá afuera”.

Pasaron las horas, y yo esperando. Hasta que fui a hablar con uno de los detectives del Sebin. Le dije: “Hermano háblame claro, ¿voy a salir?”. Respondió: “No vayas a decir nada pero no vas a salir”. Me costó asimilarlo. Estaba completamente atolondrado. Me senté en la celda y no lloré, no hice nada. Ahí me dije: “No sé qué va a pasar”. De ahí pasaron tres semana en las que no dormía y me di cuenta que tenía una rabia inmensa. Pero eso ocurre, y pasan cosas peores entre los compañeros.

¿Cómo era la relación entre Pancho y Gabo dentro de la cárcel?

Antes de que esto pasara, Gabo era mi mano derecha en la alcaldía, además ya éramos muy amigos. Yo me sentía muy responsable por esa detención, porque cuando lo busqué para irnos a Portuguesa, su mamá me dijo: “Cuídame a mi muchacho”. Cuando él salió libre, a pesar de que  la forma en que se hizo fue muy dura, yo estaba muy contento. Para mi fue un gran alivio saber que él estaba fuera. Cuando uno es jefe de alguien, siempre se siente responsable por lo que ocurre. Casi que lo primero que hice fue escribirle una carta a su mamá disculpándome, porque me sentía responsable. Si antes éramos cercanos, en la cárcel desarrollamos una  proximidad de hermanos.

¿Podían aislarse de su situación y hablar de otros temas?

Mira, Viktor Frankl, un sobreviviente a un campo de concentración que leímos, dice que uno se acostumbra a todo. Eso no es bueno ni malo, sino una realidad. Cuando estás preso hay un proceso de normalización, llega un punto en que te acostumbras a estar en una celda llena de zancudos, oscura, que huele a heces.

Claro que hablábamos de todo: Del país, de nuestra vida personal, de nuestras cosas del pasado, de lo que uno se arrepentía, de lo que estábamos aprendiendo, de nuestra fe, de lo que queríamos hacer. Los primeros libros que nos dieron fueron la Biblia y el de Nelson Mandela. Y Mandela dice allí que en la cárcel no hay donde esconderse. Y es así, en esa celda, uno es como es, lo bueno y lo malo sale. Hablamos de todo y hablamos de nada. Otras veces sólo estábamos callados viendo el techo. Como yo me sentía responsable por él, siempre traté de protegerlo y de que él se sintiera bien. Y eso me ayudó porque quitaba el foco en cómo me sentía yo, y la preocupación era cómo está Gabo. Que él estuviese protegido era mi prioridad absoluta.

¿Cuál era el peor escenario que te imaginabas?

Trataba de no imaginármelo. No era un tema de ignorar la realidad, pero es inútil estar preso y pensar en un futuro. Había días que teníamos elementos para pensar que no íbamos a salir nunca, otros días pensábamos todo lo contrario. Frente a ese flujo de información que era poco y muy esporádico, lo mejor era vivir el presente de la manera más intensa, y mantener una rutina.

¿Qué cosas hacían para que se les pasara el tiempo?

Teníamos rutina de lectura, de rezar, hacer ejercicio, yo tocaba el cuatro. Él jugaba ajedrez con los compañeros. Él es más extrovertido, y conversaba más, yo soy más callado.

Hay días donde el tiempo es interminable, pero el resto del tiempo hacíamos rutina. La rutina es importante porque te da una sensación de control, de lo que haces. No teníamos reloj, no teníamos forma de saber la hora, sino por un pequeño haz de luz que te daba un indicio. Leía muchas horas al día.

¿Mantenías comunicación con el exterior a través de cartas?

Sí, gran parte del tiempo lo empleaba en escribir cartas. Y recibirlas era la mejor parte del día, porque recibir mensajes donde la gente expresaba su cariño y solidaridad, era muy impactante. No puedo describir el impacto real y genuino que tiene recibir una carta de una persona allá afuera. Eran discusiones del alma, que se tenían a través de las cartas. Eso te da una energía increíble, de saber que uno no está solo.

¿Alguna te marcó de manera especial?

La primera vez que me escribió mi familia y mi novia, fue muy importante para mi. Pero hubo una que me llegó de un gran amigo de mi colegio, el San Ignacio de Loyola, porque terminó la carta con las canciones del colegio: “La ley que nos rige y nos batalla…”. Para nosotros eso es una conexión emotiva, muy fuerte. Es un himno de batalla, es un himno de lucha. Yo no había drenado, y después de leer esa carta fue cuando entré en llanto. Me conectó con la fortaleza ignaciana, con la reflexión, con los ejercicios espirituales. Saqué el himno en cuatro y de ahí en adelante, siempre la cantaba. Se la enseñé a Gabo. Fue un momento muy bonito recibir esa carta.

¿Tuviste interacción con otros presos políticos?

A Daniel Ceballos lo pude ver por dos horas en San Juan, y en el Sebin también. El cambió de Ceballos es impresionante. Él es ejemplo de cómo ha agarrado este sacudón de alma y ha sabido darle la vuelta. Ver su fortaleza me ayudó mucho. Vi su transformación de libertad a preso. Tiene fortaleza y hasta humor.

También Rosmith Mantilla, compañero de celda, lleva dos años y medio preso. Rosmith vivió un Sebin donde torturaban con más frecuencia y de manera mucho más abierta. Tuvo la amenaza real de tortura. Pienso en él, porque yo estuve sólo cuatro meses, y no me puedo ni siquiera imaginar lo que es dos años y pico. Es que no puedo ni imaginarlo, y él sigue preso.

¿Qué fue lo peor que viste durante estos cuatro meses?

La crueldad. Me llamaba la atención cómo algunos seres humanos buscaban quitarle la dignidad a otros seres humanos. Lo hacían con una facilidad impresionante, y creo que con poca consciencia de lo que eso implica. Ver las cosas horribles que le hacían a los demás fue lo peor. Para ellos (los custodios), preso no es gente. Y les importa un bledo si eres culpable o inocente. La forma de castigar a los presos es completamente natural: paliza inclemente, todo el penal escuchaba los gritos. Yo lo ví, nadie me lo contó.

Una vez, en la cancha, vi un señor esposado a una reja acostado boca arriba, y vi como 6 o 7 custodios le caían a golpes, se turnaban las patadas con sus botas militares. El pie sobre la rodilla y sobre los tobillos. Lo más impactante eran los gritos del preso. No sólo es la indignación de verlo, sino no poder hacer nada al respecto. Gabo y yo lo que hicimos fue rezar por esa pobre alma.

También has comentado que te impactó la solidaridad de los presos…

Así es. En la primera celda que entramos, por ejemplo, había gente acusada por robo, homicidio, violación, y uno entra con prejuicios y sin saber qué le puede pasar, pero fue todo lo contrario, fue un recibimiento solidario. Nos abrieron un pequeño espacio, nos dieron jabón, pasta de dientes. A la mañana siguiente sólo tenían arroz blanco para desayunar, y nos dieron doble ración de arroz para demostrar su solidaridad. Al decir que éramos presos políticos, la solidaridad era inmediata. Esos actos de solidaridad y dignidad, en un ambiente tan cruel, me impactaron mucho.

¿Qué viste que no conocías del sistema penitenciario de Venezuela?

Yo lo sabía y tenía la información pero vivirlo en carne propia es otra cosa. Es un tema vivencial. No había nada nuevo a nivel de información. Quizás no sabía lo amplio, común y reiterado que es la tortura hacia los presos políticos. En el fondo, es indescriptible, porque lo que uno siente, no hay manera de expresarlo en palabras. Es muy difícil explicar lo que uno siente cuando alguien intenta robarte tu dignidad.

¿Sientes odio hacia quienes te hicieron esto?

No siento odio, lo último que siento es odio. Hay dolor, hay cosas que me impactaron y me transformaron pero odio no siento. Todo lo contrario: esto no se lo deseo a nadie, y no quiero que pase más nunca en Venezuela. Tampoco sentí que fui objeto de odio personal, pero sí que era un preso, y para ellos, uno no es persona.

Hablas de los custodios, pero ¿y las altas esferas de poder?

Uno termina siendo una ficha en su juego político. La decisión de meterme preso, no fue porque querían fregar a Francisco Márquez, sino “él es jefe de despacho de David Smolansky, una figura política destacada de Voluntad Popular, y quiero hacerle daño a ese partido”. Es un odio hacia lo que representamos.

¿Por qué después de graduarte en Harvard y con oportunidades en el exterior decidiste regresar a Venezuela?

Porque Venezuela es mi hogar, en todo el sentido de esa palabra. Es donde yo quiero hacer familia, donde tengo mis amistades, donde quiero vivir, donde tengo mis raíces, mi idioma. Me rehúso a permitir que un gobierno nefasto y dictatorial me arranque el hogar. No quiero permitirlo. Quiero en un futuro.

Regresé en 2012 porque tenía la esperanza de que íbamos a ganar la elecciones de ese año, y no ocurrió, pero continúa la lucha. Estamos en la parte final de este capítulo horrible, para comenzar uno nuevo. Los países mejoran, eso es así y la historia lo demuestra. El tema es cuándo y éso es lo que juega con nuestras ilusiones y nuestras esperanzas.

¿Por qué estás tan convencido de que el cambio está cerca?

Cuando el propio aparato de represión de seguridad se queja constantemente de Maduro, altos funcionarios, te das cuenta que esto no tiene vuelta atrás, la gente quiere un cambio, eso viene, aunque la espera pueda ser frustrante. El final es claro, es el cambio.