Cada vez más, los cubanos se refugian en la fe - Runrun

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En la esquina de la Calzada de 10 octubre y Acosta, en la populosa barriada de La Víbora, a 25 minutos del centro de La Habana, un antiguo caserón deshabitado fue transformado en un templo de culto evangélico. Todos los fines de semana, por las noches, el lugar se llena de vecinos de barrios aledaños, que al compás de prédicas clamorosas y música rock, rezan versículos de la Biblia.

Es usual observar actos de sanación milagrosa o a un expresidiario que con voz calmada, sentado en una pequeña tribuna, cuenta su reconversión. Orlando fue un delincuente precoz.

“Desde los 13 años estuve recluido en reformatorios por robar en viviendas ocupadas. Siempre estaba metido en broncas con armas blancas. Era marihuanero y alcohólico. Comencé a practicar el evangelio en la cárcel. Mi vida ha dado un vuelco.

Hoy me dedico a predicar la fe entre jóvenes desempleados, violentos y proclives a cometer actos delictivos. He crecido como persona.”, señala a la salida de una sesión evangélica. Al templo de la Calzada de 10 de octubre asisten exjineteras, maridos que golpeaban a sus esposas y gente hastiada de una vida gris, cargada de promesas y consignas desde hace 55 años.

En este verano caliente, refugiarse en alguna religión o logia es casi una moda en Cuba. Yosbel es un babalawo con dos décadas de experiencia. Tiene un centenar de ahijados, negros, blancos, mestizos y extranjeros. Entre ellos, delincuentes, profesionales exitosos y militares de tres estrellas.

“Lo peor de la actual crisis económica no es la escasez sino la pérdida de valores humanos, educativos y de respeto hacia el prójimo, incluida la familia, mujeres y ancianos. Costará muchos años recuperar esos valores.

La santería se ha convertido en un refugio. Allí encuentras de todo, desde estafadores que han convertido la santería en un negocio hasta personas que consideran que haciéndose ‘santo’ pueden lavar los delitos cometidos. Tengo ahijados que son oficiales de alta graduación y practican la santería por temor a lo que pueda suceder en el futuro. Extranjeros que vienen a ‘protegerse’ y hacerse ‘santo’”, afirma Yosbel.

En las calles habaneras, es usual encontrar mujeres y hombres predicando o haciendo proselitismo religioso. Nora intentó suicidarse un par de veces. Desesperada, una tarde entró a un recinto en El Vedado que le cambió su vida. Ahora reparte volantes de esa congregación y ofrece sermones a transeúntes por las calles. “Algunos se burlan de mí. Otros ni caso me hacen. Pero con uno que me escuche estoy salvando un alma cautiva”, dice.

La Habana se ha convertido en una auténtica babel de religiones. Hace 30 años, entrar a una iglesia católica o practicar religiones afrocubanas, era censurado por el régimen y te inhabilitaba para ingresar en la universidad.

Tras la caída del Muro de Berlín y la pérdida del generoso cheque en blanco girado desde el Kremlin, Fidel Castro dio un vuelco a su política represiva contra las creencias religiosas. La autocracia verde olivo puso sus reglas. Se podía orar y creer en los milagros pero sin atentar contra el sistema político.

Seguidores de Sai Baba, ñáñigos (miembro de la sociedad Abakuá), masones y espiritistas, siempre que predicaran sin criticar al Gobierno, eran autorizados a abrir sus santuarios por parte de una comisión del Partido Comunista que atiende los asuntos religiosos. Entonces florecieron sinagogas judías y en espacios arruinados se edificaron con premura templos diversos.

Dentro de la amplia religiosidad actual, existen tendencias oficiosas y disidentes. A un costado del hotel Saratoga, a poca distancia del Parque de la Fraternidad, en el corazón de la capital, se encuentra la sede de la Asociación Yoruba de Cuba. La institución ha sido visitada por el delfín del general Raúl Castro, Miguel Díaz-Canel.

“Es un tipo simpático, hasta tira su pasillo de baile afrocubano en nuestras procesiones”, dice un trabajador del centro. En la Asociación hay una tienda que vende herrajes, collares y adornos de santería en moneda dura. Y un café que oferta sandwiches y cerveza.

El primer día de enero emiten la letra del año, que de un tiempo acá se trasmite por la radio nacional. Mientras esta sede de religión afrocubana es consentida por el régimen, en la Calzada de 10 de octubre, entre las calles Josefina y Gertrudis, en una casona de portal amplio radica una sede alternativa de religión yoruba que se considera al margen del Estado. Su letra del año es más crítica, no rezan por la libertad de tres espías cubanos presos en Estados Unidos, ni hacen ofrendas a una ceiba plantada el 13 de agosto de 2009 por babalawos oficialistas en el reparto Bahía, al este de la ciudad, para “recoger todo lo malo” y orar por la salud de Fidel Castro. “No tenemos el mismo trato por parte de las autoridades.

Estamos convencidos que la religión no es un vehículo para entrar en componenda con la política. Si en Cuba la cosa está jodida, se debe al sistema aplicado y al Gobierno que rige”, dice un Carlos, babalawo del templo yoruba alternativo.

Entre los jóvenes marginales, es habitual habaneros que se acojan a logias masónicas o sectas abakuá. En estas últimas, “hay diversos plantes. Es una religión que proviene de Calabar, Nigeria, y sólo se practica en La Habana y Matanzas.

Años atrás propugnaba un estilo de vida decente: ser buen padre, esposo y amigo. Primaban las buenas conductas. Ahora se ha desvirtuado. Muchos plantes son un especie de cofradías de delincuentes peligrosos”, asegura Armando, ñáñigo desde hace 50 años.

Luis y Sara son un matrimonio que cada mañana toca a las puertas de cualquier vecindario para predicar sobre Jehová. “Se debe tener alguna fe. De lo contrario, la vida de las personas sufre un vacío y se vuelve complicada. Desde hace 12 años somos Testigos de Jehová. No somos bien vistos por el Gobierno, pero nos sentimos purificados. Creemos que tenemos una misión, la de compartir nuestra esperanza con quienes no tienen ninguna”, aseguran.

 

Diario Las Américas