Un Gabo con unas alas enormes - Runrun
Luisana Solano Abr 21, 2014 | Actualizado hace 10 años

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Después de vaivenes y rumores, de rectificaciones y declaraciones recibimos el doloroso golpe de realidad: Gabo ha muerto. No sabemos si fue neumonía o cáncer pues fueron numerosas las hipótesis ventiladas. Pero ya no importa. Lo cierto es que su cuerpo no aguantó más y dejó de funcionar después de 87 años vividos a plenitud.

En este momento deben estar tecleando en simultánea cientos de teclados de computador de periodistas, artistas, políticos que buscan rememorar momentos personales con el nobel colombiano. Saldrán incontables metros de papel periódico en torno a ese costeño simpático de cejas tupidas y bigote desordenado que se inventó una Colombia que terminó suplantando a la real.

Intentarán rescatar con sus textos a este hombre considerado semidiós que murió dejando un país entero de lectores huérfanos. Nos quedan sus libros, que es su inmortalidad atrapada en dos tapas de cuero. Nos queda su Úrsula, sus Aurelianos, sus niños que se ahogaron con esa luz que era como el agua.

¿Cómo definir a este hombre que nos cogió el alma y la dejó patas arriba? ¡Ese hombre que recibió el mayor galardón de la literatura planetaria en guayabera y no dudó en hacerles pistola a los conquistadores en su discurso?

Se apagó Gabriel García Márquez, nos queda Gabo. Porque así le decimos todos, incluso los que no éramos cercanos a él. Nos sentíamos conectados con él a través de sus libros, como si las hojas de sus textos fueran un jardín común entre su casa y las nuestras. Así lo leímos, así lo reeleremos y así lo recordaremos.

Pasarán años antes de que comprendamos lo que pasó y de que nos reconciliemos con la idea de que murió el hombre de los pescaditos de oro.

María Antonia García de la Torre

@Caidadelatorre

El Tiempo