Crimea, La Perla Del Mar Negro Por Abel Veiga - Runrun

Crimea

La península de Crimea. Entre el mar Negro y el mar de Azov. La última frontera. La frontera postsoviética. Todo se ha precipitado, todo se sucede a velocidad de vértigo. La calle derribó a un régimen, pero solo a un rostro. Rusia ha reaccionado. Primero el tacticismo. Luego lo encubierto. Después la caída de la máscara. Sentimientos e intereses, cultura y etnia. Rusos, prorrusos, ucranios y tártaros. Tensión y alto voltaje. Flota rusa y gas. Y el ‘puzzle’ está concluido.

Rusia sabe que la partida se gana por los hechos. La fuerza de los hechos. La audacia de la brutalidad y la irrelevancia de toda ilegalidad internacional. Sabe que nadie hará nada. Ni Estados Unidos ni una inoperante y tremendamente errática Unión Europea en todo este proceso. El jaque ruso, amén del órdago encubierto en cientos de soldados sin identificar esparcidos por toda Crimea, está planteado. ¿Cómo reaccionará el mundo? No hará nada. Nadie quiere la guerra. Ni siquiera Moscú, menos Washington. La impotencia de Obama la acabamos de ver en unas declaraciones que suenan a pasividad. La partida es algo más que influencias y espacios. Algo más que un Estado en realidad binacional y con dos almas. Atrapadas sin embargo entre el pasado y la historia. Tablero incendiado. Máxima tensión.

Los hechos se precipitan por momentos. Hechos concluyentes, la diplomacia fáctica, la que gana tiempo y espacio con base en el silencio elocuente y la violencia armada. La sensación de vacío y falta de estabilidad está latente a cada instante. Todo puede pasar, y todo depende de las reacciones. Kiev no puede hacer nada. Máxime cuando Rusia no respeta la integridad territorial ni las decisiones del propio pueblo ucraniano. Violación territorial, soldados armados en otro país y presión a las bases militares ucranianas. Pero nada sucede, nada pasa, porque el mundo ni quiere ni puede hacer nada. Cinismo e hipocresía a partes iguales. Ucrania, cuyo gobierno carece de la legitimidad de la democracia y las urnas, y solo la presión de la calle y el dictado de las plazas, llama a la defensa y Occidente.

Incertidumbre en las calles, miedo y deriva. Soldados rusos propician una escalada prebélica. Lo han ensayado antes. Georgia en 2008. Osetia y Abjasia. Siempre se ha dejado hacer al zar que sueña con restaurar el pasado efímero, el espacio y el tiempo. Frialdad y cálculo. Estrategia y fuerza bien para sentar las bases del futuro en la península de Crimea y proteger los intereses rusos, bien para recuperar un territorio que en 1954 fue ‘regalado’ a Ucrania por Rusia dentro de aquel edificio vacuo y totalitario que fue la URSS.

Pero no son los tiempos de Catalina la Grande ni los Romanov. Son los tiempos de Putin que juega y presiona, que amenaza y actúa. El de la ambición y el esperpento. Declaraciones diplomáticas, declaraciones de urgencia, medidas y simples. Amenazan con aislamiento a Rusia, pero nada más. Rusia se reserva el derecho de proteger sus intereses sin importarle lo más mínimo los intereses de poblaciones, sociedades y territorios que no son suyos.

La crisis de Ucrania eleva su tensión. No hay diálogo ahora mismo. Solo táctica y fuerza, amenaza y chantaje, violación de la legalidad internacional e impunidad absoluta para un Moscú crecido y experto en manejar a su antojo todo lo que fue soviético y ahora sueña con recuperar el poder perdido. Ucrania tiene dos almas dispuestas a no mirarse a la cara. Y esta es la tragedia. En la que algunos aprovechan para colmar y saciar sus intereses. Todo puede ir a peor, incluso para las minorías. Nacionalismo, xenofobia y odio empiezan a abrirse paso al tiempo que los hechos dibujan un panorama que no invita al optimismo.

Rusia poco a poco traza con cinismo las líneas fronterizas del imperio postsoviético. No le hace falta esta vez ni escuadra ni cartabón, solo la fuerza de los hechos y las decisiones imperturbables. No va a renunciar a su área de influencia, a sus espacios y menos si hay intereses tanto económicos como militares. Crimea es la puerta al Mediterráneo, la que vigila y controla a la VI Flota Americana. Esa es la fuerza de Sebastopol y la bandera de San Andrés.

Tiempos de incertidumbre y relativismo, tiempos de audacia y mezquindad donde las personas y las sociedades no importan o importan poco. Pasado y cultura rusa entremezclada de Ucrania y tártara componen un ‘puzzle’ que debe optar pero que no quiere elegir. Entre occidente y el este ruso. Esa es la encrucijada a la que Moscú quiere limar aristas y vías. Ucrania se debate entre lo interno, la división y fractura social y la amputación oportunista o autonomista de una parte de su territorio, y está sola. Lo sabe y lo saben en Europa y en Estados Unidos por mucho que se llame a la calma y se amenacen con sanciones, sanciones que poco importan a Rusia. Es consciente y maneja la partida de ajedrez. Y por ahora la está ganando. Veremos el coste.

Abel Veiga

El Tiempo