El 19 de febrero la policía mexicana capturó a Joaquín Guzmán, narcotraficante, líder del cartel de Sinaloa, conocido como el Chapo, responsable directo del asesinato de cientos de personas y de la destrucción de muchas vidas por la droga que lo enriqueció. Su red para lavar dinero está integrada por 288 empresas y 230 operadores claves en diez países de América y en España, según datos del Tesoro de los Estados Unidos. Para la revista Forbes es uno de los hombres más ricos del mundo.
El edificio donde fue capturado en Mazatlán y sus distintos departamentos y casas se han convertido, después de su captura, en lugar de visita de turistas que quieren conocer los lugares donde vivía o se escondía. Las casas con gran número de cámaras de seguridad y monitores por todos lados, que le permitían vigilar el exterior; las bañeras que tenían un especial sistema hidráulico que las levantaba en cinco segundos para darle paso a túneles que lo llevaban a las alcantarillas y por ellas a otras casas de refugio, son ahora centros de atracción y hasta veneración. Las reservaciones de hoteles han aumentado, dicen los hoteleros.
El riesgo es convertirlo en leyenda y en ejemplo negativo, que jóvenes inseguros y ambiciosos quieran imitar. El caso llama a la reflexión de padres, educadores y comunicadores que deben contribuir a colocar su memoria en el lugar que le corresponde entre los azotes de la sociedad.
