Nobel de la Paz: Un enfoque crítico por Omar Hernández - Runrun
Nobel de la Paz: Un enfoque crítico por Omar Hernández

Sin duda alguna el Premio Nobel de la Paz, de todos los galardones Nobel que son anunciados en esta época del año, es el que despierta mayor atención internacional e interés mediático. Las razones son múltiples pero podrían fundirse en esta meridiana verdad: la paz es una aspiración universal y no solo un objetivo de los organismos mundiales, slogan de las organizaciones no gubernamentales o cliché discursivo de esa diplomacia que en muchos casos nos parece ajena.

Curiosamente el creador de estos reconocimientos, Alfred Nobel, químico e ingeniero, no era precisamente un adalid de la promoción de la paz, ese concepto tan etéreo como impreciso pero que las sociedades que carecen de ella o la ven peligrar, saben con precisión de qué se trata y conocen además su interrelación con otros conceptos más tangibles: el desarrollo socioeconómico, el desarme, la seguridad y el respeto de los derechos humanos.

Nobel, de origen sueco, fabricaba y vendía explosivos. De hecho la Guerra de Crimea se peleó en buena parte con sus creaciones y en 1867 inventó la dinamita, lo cual le valió muchos elogios, sobretodo en el ámbito militar. Pero, cosas de la vida, dos décadas después firmó su testamento en el que establecía unos premios anuales entregados sin distinción de nacionalidad. El quinto premio que se preveía en dicho documento era uno a «aquella persona o sociedad que rindiera el más grande servicio a la causa de la fraternidad internacional, la reducción o supresión de los ejércitos o, el establecimiento o desarrollo de congresos de paz».

Naturalmente, hay que entender que el contexto que rodeó a Nobel no es el mismo de ahora. De allí que quizás algunas de las decisiones del Comité Nobel de la Paz (cuyos miembros son nombrados por el Parlamento noruego), hayan sido objeto de polémica a lo largo de más de un siglo. Galardonados que no debieron ser tales y omisiones imposibles de aceptar por muchos, son parte de las críticas hacia el Comité que año tras año recibe entre 150 y 250 postulaciones de todos los rincones del mundo. En teoría, la persona o personas, o la organización premiada, debería representar el ideal Nobel o, si vamos más allá, el ideal de la paz en su sentido más amplio y contemporáneo.

Este año, el Comité se ha decantado por una organización. No es la primera vez que lo hace. El Sistema de Naciones Unidas acumula en su haber 8 premios (la propia ONU, la Agencia Internacional de Energía Atómica, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, las Fuerzas de Mantenimiento de la Paz de la ONU, el Fondo de la ONU para la Infancia, la Organización Internacional del Trabajo y Alto Comisionado ONU para Refugiados -este último, dos veces-). El Comité Internacional de la Cruz Roja ha sido galardonado tres veces. Y ONGs como Amnistía Internacional y Médicos sin Fronteras, llevan uno cada una.

Ahora bien, premiar a la Unión Europea en tiempos de incertidumbre como estos es una apuesta riesgosa. La Unión Europea como concepto y modelo está siendo sometida a una exigente prueba debido a la vigente crisis económica y financiera que afecta a varios de sus miembros. La cohesión al interior de este mecanismo de integración que se ha intentado emular en otros rincones parece resquebrajarse en lo inmediato. Y el loable intento de llevar la Unión al máximo posible, la unión política y jurídica, ha enfrentado escollos de toda índole donde los nacionalismos aderezados de soberanía han hecho su parte.

La razón del Comité para dar el premio a la Unión Europea fue que ésta, ha permitido consolidar la democracia y los derechos humanos, así como un escenario de paz y reconciliación en un continente que fue devastado por dos guerras de gran impacto. Yo iría más allá. La Unión Europea es lo que ha permitido que las libertades fundamentales estén más garantizadas en el viejo continente que en cualquier otro espacio del planeta. Veamos solo la expansión hacia el este, hacia quienes vivieron el oscurantismo de regímenes ya caídos en desgracia y notaremos la evidencia de esto.

El continente más desarrollado, más prospero y más pacífico es Europa. Y la labor de la Unión Europea es indudable en este sentido. En ningún otro espacio convergen tantas culturas y lenguas en un territorio tan exiguo. Y sin embargo, el mecanismo comunitario va por encima de eso adoptando un criterio de convergencia que no pretender crear un espacio homogéneo y construyendo a la vez, incipientes instituciones que llevan la supranacionalidad de lo abstracto a lo concreto. Toda una envidia sin duda de este lado del mundo, donde tantos ensayos de integración han nacido y muerto y donde una pléyade de modelos coexiste sin mayor éxito.

Este premio pondrá más responsabilidad sobre los hombros de quienes llevan la voz cantante de la Unión Europea y de las autoridades de alto nivel de la propia organización y sus órganos de decisión. Poner más énfasis en lo social en las medidas para aplacar la crisis en curso. Promover el disfrute y ejercicio de los derechos de las minorías religiosas y de los inmigrantes. Reforzar una postura inequívoca y unánime respecto de situaciones fuera de Europa que afectan la paz internacional o la vulneran, como el conflicto en Siria, la situación en Palestina, el programa nuclear de Irán o los derechos humanos en Cuba. La Unión Europea ha hecho mucho en varias décadas pero debe justificar tan importante premio en momentos complejos como los que nos toca atestiguar a los de esta generación.

Omar Hernández
Internacionalista