Libia y la seguridad internacional por Víctor Mijares - Runrun

Libia es comúnmente llamada Estado norteafricano, y los vínculos que Gadafi cultivó con mayor esmero fueron aquellos que lo relacionaban con el mundo africano. Mas esa definición y esos vínculos resultan engañosos, y la realidad demanda una mayor acuciosidad si queremos comprender el rol de Libia en la seguridad internacional. Libia es un Estado del Magreb, lo que le brinda una íntima vinculación étnica y cultural con la rama árabe de la civilización islámica, pero vista desde una perspectiva geoestratégica, este Estado es un importante pivote geopolítico del complejo de seguridad regional del Mediterráneo occidental. Esta aproximación nos permite establecer una relación más cercana entre la Europa latina y Libia, al tiempo que nos explica el limitado papel que Trípoli ha jugado en la dinámica de Oriente Medio.

Como pivote geopolítico del Mediterráneo occidental, la Libia de Gadafi pasó por varias etapas políticas que le llevaron a jugar distintos roles en materia de seguridad regional. En su fase revolucionaria inicial, Libia consiguió un progresivo apoyo soviético que se tradujo en armamento y en una garantía para la supervivencia del régimen, a cambio de esto la URSS contaba con una poco confiable pero incómoda pieza en el vientre blando de la OTAN. Pero mientras Moscú iniciaba su último ensayo de expansión con la invasión a Afganistán, y se incrementaban los problemas económicos de la superpotencia, Libia entró en una etapa bélica, involucrándose desde 1978 en la guerra civil de Chad, su vecino del sur, y activando entre 1986 y 1987 la llamada “Guerra de los Toyota” (dado el masivo empleo de vehículos pickup marca artesanalmente artillados con los que los rebeldes chadianos enfrentaron con éxito a los carros de combate libios, siempre con la ayuda del poder aéreo francés). El periodo entre los bombardeos de retaliación ordenados por Ronald Reagan en 1986 (en lo que muere una niña, hija adoptiva de Gadafi), y el atentado del avión de PanAm sobre Lockerbie, Escocia, en 1988 –y sus correspondientes sanciones-, representó el clímax en esta etapa de confrontación, coincidiendo con el declive soviético y la pérdida de garantías para Libia. La tercera etapa arranca casi de modo sincronizado con la post-Guerra Fría y la corta era de indiscutible primacía global americana. Gadafi aísla a Libia y se concentra en un proceso de consolidación del poder bajo un esquema totalitario que ya no tiene a la guerra externa como factor de cohesión de las fuerzas internas. Las amenazas de desmembración lo obligan a profundizar como nunca antes el proceso de desprofesionalización militar, con miras a evitar golpes de Estado. Los atentados del 11 de septiembre, la invasión a Afganistán e Irak, y la persecución, captura, juicio y ejecución de Saddam Hussein, crearon una fuerte impresión en el líder libio, quien promueve una cuarta etapa en el rol de seguridad regional de Libia, buscando la aproximación con Occidente. Estos acontecimientos consiguieron al Estado petrolero sin capacidad defensiva apropiada, por lo que antes que pensar en un proceso de rearme y modernización (y reprofesionalización) militar, resultaba más sencillo una reconciliación con los antiguos enemigos. La entrega de los autores materiales de Lockerbie, la indemnización de las víctimas, y la apertura petrolera, fueron las medidas más evidentes en esta nueva fase de seguridad. Pero además, Gadafi ofrecía a los Estados mediterráneos europeos cumplir con labores de defensa avanzada contra la migración ilegal africana. Esta etapa de colaboración culminó con los levantamientos de 2011, eventos actuales que quebraron la relación con Occidente, que defenestraron a Gadafi, y que suponen una nueva etapa en el rol de seguridad de la Libia republicana.

Sería ingenuo pensar que el saliente régimen libio confiaba plenamente en sus socios europeos. La distensión con la OTAN fue una primera etapa, más de carácter diplomático y económico. La fase siguiente era la modernización de las fuerzas de defensa, y para eso Rusia iba a proveer los sofisticados sistemas antiáereos S-300 (no hay datos fidedignos sobre cuantos; Venezuela cuenta con cinco de estos sistemas) y una docena de aviones de combate Sukhoi SU-35, cuatro SU-30MK (Venezuela posee 24 de estos cazas) y seis Yak-130. Pero la revuelta no permitió el rearme libio y Gadafi enfrentó al poder de la OTAN con obsoletos sistemas antiaéreos que no lograron derribar ni a una aeronave, y a los rebeldes con una fuerza pretoriana que apenas era ligeramente superior a sus enemigos.

La pregunta es: ¿cuál será el rol en la seguridad regional de la nueva Libia? Se estima que, de alcanzar el CNT fórmulas de acuerdo para la difícil gobernabilidad en una sociedad inexperta en la negociación democrática, el rol de seguridad libio sea una continuación de la última etapa de Gadafi, pero con una mayor participación de la OTAN. Ya el CNT ha declarado que no albergará bases de la alianza atlántica en su territorio, pero dadas las condiciones de dependencia económica, con respecto a los organismos financieros internacionales, y militar, frente a la misma OTAN, parece previsible una estrecha cooperación. La Organización mantiene acuerdos con Estados no-miembros. En la región se tiene el “Diálogo Mediterráneo”, una forma de asociación y coordinación de seguridad que integra a Argelia, Egipto, Israel, Jordania, Mauritania, Marruecos y Túnez, a la cual se podría unir Trípoli. La Libia post-Gadafi está llamada a jugar un papel central en el complejo de seguridad regional del Mediterráneo occidental, pero todo dependerá de la capacidad política y la cohesión de esa dispar confederación que es el CNT.

Víctor Mijares

@vmijares