Realismo Político: Sé realista y acertarás - Runrun


Víctor M. Mijares

El realismo político fue convertido en una teoría por las pretensiones científicas de la modernidad, aunque ya existía en la mente de los clásicos en todas las culturas avanzadas como una fuerte corriente de pensamiento. Algunas veces vista como una explicación de la realidad concreta, y otras veces como una receta para el éxito, los principios de la tradición realista han ocupado un lugar preponderante en la interpretación de los fenómenos del poder, dentro y fuera de los confines de las sociedades constituidas. Corriendo el riesgo de ser mezquinos, pero ajustándonos al espacio de la columna, estos principios pueden resumirse en tres presunciones: en primer lugar, todos los individuos que actúan políticamente lo hacen motivados por la ambición, el deseo de imponer su voluntad sobre el resto es una constante en la interacción humana. En segundo lugar, quienes dirigen sociedades enteras, o desean hacerlo, actúan con arreglo a intereses racionalmente diseñados y sistemáticamente perseguidos. Y en tercer lugar, los jugadores políticos saben que la adquisición de instrumentos que les brinden ventajas psicológicas o fiscas frente a sus adversarios es fundamental para realizar sus intereses y satisfacer su ambición. Todo ello se enmarca en un juego estratégico, es decir, los actores políticos, individuales o colectivos, saben que las tres presunciones se aplican a sus contrapartes, lo que les obliga a considerar la voluntad del contrario en sus cálculos en la lucha de poder.

Esta visión del mundo político ha sido cuestionada casi desde el inicio. Escuelas de pensamiento contrarias han surgido y sucumbido ante la crudeza del realismo, pero ello no ha impedido que esta tradición esté siempre acompañada por el cuestionamiento y la crítica. Cuando no se le acusa de pesimista, el realismo es tildado de reduccionista, e incluso de estéril forma de pensar. Tomando dos fuentes de la realidad política internacional contemporánea, podemos mostrar como las presunciones realistas tienen un efectivo eco en la realidad. Nos referimos a los cables de Wikileaks y al reciente análisis que sobre los datos de los discos duros de alias Raúl Reyes, rescatados por el ejército colombiano y certificados por Interpol, hicieron especialistas del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres (IISS por sus siglas en inglés). En ambos casos es posible percibir una falta de sorpresa por parte del público informado.

Que una superpotencia como los Estados Unidos llevase a cabo, a través de sus misiones diplomáticas, informes de inteligencia que involucren hasta la intimidad y salud de los líderes políticos extranjeros, que se contemple la ayuda a grupos de oposición a gobiernos hostiles, o que el Estado venezolano haya considerado a las Farc como un “aliado estratégico” y haya prometido financiamiento a su causa contra el gobierno colombiano, así como las Farc se lo habrían otorgado a Correa en su campaña por la presidencia de Ecuador, son algunos ejemplos que encajan en la lógica de la tradición del pensamiento realista. Aunque el impacto real de Wikileaks sea limitado, y se deba esperar un cambio en las relaciones de poder en Venezuela para que los efectos del informe del IISS se hagan patentes, el resultado inmediato es que el realismo político, una vez más, se reivindica como la principal herramienta de análisis en un sistema que tiende, cada día más, a la complejidad y la incertidumbre.