La pólvora del fundamentalismo por Isaac Nahón Serfaty - Runrun
La pólvora del fundamentalismo por Isaac Nahón Serfaty

Cuando uno escucha a Maduro y su combo parece que estuviéramos frente a unos fundamentalistas que están dispuestos a todo para salvar a la humanidad de la corrupción y decadencia de esta civilización occidental, capitalista y degradada moralmente. Sus arengas contra las cadenas de comida rápida, sus constantes apelaciones al Profeta de los profetas (no debo recordarles su nombre), y su pretendida pureza étnico-social (una especie de racismo al revés) darían a entender que estamos ante unos talibanes neo-marxistas. Pero no hay que dejarse llevar por las primeras impresiones. Como en muchas otras cosas, este fundamentalismo criollo es tan auténtico como el ascetismo revolucionario de los boliburgueses. Es más una impostura a la que juega una parte de la sociedad, pues el fundamentalismo paga.

¿Quiere decir esto que no hay tomarse en serio este discurso del odio? ¿Las palabras se las lleva el viento y no terminan por perfilar y justificar conductas? ¿Tanto martillar que los “blancos” y los “ricos” son los culpables de todos los males que aquejan al país no tendrá algún efecto en ciertos sectores? No hay duda que una minoría radical compra ese discurso, no desde la posición de la transacción sino del convencimiento ideológico. En sitios web como Aporrea sobran los ejemplos de análisis y opiniones que recurren a las más delirantes teorías de conspiración y los más ilógicos argumentos para justificar las barbaridades de la revolución. Esta minoría está activada y en algunos estamentos también está armada (armas que directamente o indirectamente le ha facilitado el régimen). Ese fundamentalismo hay que tomarlo en serio.

Después está el fundamentalismo “loco”, para usar la palabra del propio Diosdado Cabello, el que se usa para intimidar en época electoral, el que dice “nosotros ó el caos”. Estos predicadores de la “locura”  tipo Cabello no solamente juegan con las palabras. En el fondo muestran las garras del poder que podría eventualmente servirse de los fundamentalistas auténticos, la minoría ideologizada, como fieras para amedrentar a opositores e incluso a sus propios seguidores si en algún momento expresan alguna duda.  El argumento de los “locos amarrados” que podrían desprenderse de sus camisas de fuerza no es sólo una bravuconada. Es una clara amenaza de violencia psicológica y física como ejercicio de prospectiva cruel pero eficaz políticamente.

Finalmente están los fundamentalistas a medias, los que creen pero no tanto, que están dispuestos a secundar la lucha por la pureza de Maduro y sus aliados siempre que arrimen algo al mingo. Son los que el duelo les duró hasta el primer feriado, los que no ven con buenos ojos tanta ley seca, y los que un día, ya hartos de la exagerada idolatría, se vuelven iconoclastas y se unen a la pita generalizada durante el minuto de silencio. Son impredecibles.

La novedad de la situación venezolana está en que la variable fundamentalista ha entrado en la dinámica socio-política. Estos catorce años han servido para nutrir una retórica con efectos variables sobre la sociedad, pero que ha ido haciendo su trabajo de sembrar la idea según la cual de un lado están los “puros” y del otro están los “otros” (escuálidos, majunches, burguesitos, apátridas). Ahora el fundamentalismo criollo tiene sus templos y altares, sus días de guardar, y un mártir. Por cierto, es de notar que recientemente han querido diluir la imagen del mártir sufriente por la de un espectro más benevolente que se aparece en forma de pajarito.

La opinión optimista dice que este fundamentalismo durará poco y que se diluirá por el hedonismo y la indisciplina que nos caracteriza. ¿Quién ha visto talibán bonchón? La opinión pesimista argumenta, por el contrario, que la semilla ha sido sembrada y que nuestro integrismo ha comenzado a dar sus primeros retoños.

Los procesos sociales tienen vida propia. Creer que se trata de una máquina que se puede controlar y dirigir hacia una determinada dirección es iluso y peligroso. Quienes han jugado a la impostura fundamentalista han esparcido la pólvora. Piensan, erróneamente, que ellos podrán amarrar y soltar a sus “locos” a necesidad, sin que la explosión que causarían se les pudiera ir de las manos. La pólvora fundamentalista está allí, y la siguen regando día a día. Una chispa puede inflamar los espíritus de los fundamentalistas, de los “locos”, los verdaderos creyentes. Desarmar esta bomba es una tarea imprescindible para la reconciliación entre los venezolanos.

Isaac Nahón Serfaty

* Venezolano, periodista y profesor de la Universidad de Ottawa (Canadá).