Vueltos leña por Carolina Jaimes Branger
Vueltos leña por Carolina Jaimes Branger
Venezuela1
Regreso a España luego de tres años sin venir. Vine, literalmente, para «agarrar aire». Y es que la situación en Venezuela es insoportable. Si es verdad lo que dijo Maduro de que «intentaron asesinar a Rodríguez Torres y a Diosdado Cabello» sólo imaginarme el estado de indefensión en el que nos encontramos los ciudadanos de a pie que no tenemos escoltas armados ni automóviles blindados, me para los pelos de punta me pone a temblar.
Aquí me encuentro de frente con la relatividad de las cosas: no es lo mismo una crisis en un país desarrollado que en un país subdesarrollado. España, no me queda duda, saldrá de la crisis. Y saldrá fortalecida. En cambio, no veo cómo Venezuela podrá salir de la suya, al menos en el corto plazo. La lección que hemos debido haber aprendido hace rato es que cada vez podemos estar peor. Nuestro fondo no tiene fondo…
España está en crisis económica, pero aquí todo funciona. Las clases más desposeídas están protegidas por la Seguridad Social. No hay invasiones a propiedades privadas, salvo por algunos grupos de gitanos de Europa del este quienes son rápidamente desalojados. A pesar del alto índice de desempleo, prácticamente no se ve gente pidiendo limosna en la calle. Los supermercados están llenos, la escasez es un concepto absolutamente ajeno a los españoles. Las autopistas, carreteras y calles están impecables. Si uno quisiera buscar un hueco tendría que recorrer kilómetros y kilómetros para encontrarlo. Yo he manejado casi mil kilómetros y no he encontrado ni uno. La gente es respetuosa de las normas. Uno puede atravesar un paso de peatones sin voltear, con la seguridad de que nadie lo va a atropellar (intente hacer eso en Venezuela para que vea lo que le pasa). A nadie se le ocurre circular por el hombrillo, ni sobrepasar el límite de velocidad, mucho menos estacionarse en un puesto de discapacitados. Nadie abusa de nadie, no se colea, hay respeto por el prójimo.
Ese respeto se siente en todas las instancias de la vida ciudadana. Desde los reyes,  el presidente y los presidentes de las regiones, quienes cumplen con su deber de manera impecable, hasta los vecinos de cualquier barriada popular. ¿Cadenas televisivas? ¡Por favor! Eso NO existe. Y resulta difícil que le crean a uno que el presidente de la república se encadena a diario a hablar por horas sin decir nada trascendente ni importante, siguiendo el modelo que implantó Hugo Chávez.
Y es que la diferencia entre desarrollo y subdesarrollo es que en el desarrollo nadie se las quiere dar de vivo. En Venezuela consideramos que quien sigue las normas, acata las leyes, paga impuestos y cumple con sus deberes, como dijo Arturo Uslar Pietri, es un redomado pendejo. Es verdad que las comparaciones resultan odiosas, pero nosotros que tenemos un alto porcentaje de herencia española -porque a fin de cuentas, fuimos conquistados por españoles- deberíamos vernos en el espejo de quienes decidieron cambiar de paradigmas para poder insertarse en el desarrollo y lo lograron. No es que no podemos. Es que no queremos. El subdesarrollo es una elección. Y es un eje transversal a la sociedad. No tiene que ver con nivel económico ni educativo… Eso explica que alguien que tiene un PhD o que maneja un Porsche en ocasiones se comporta como un perfecto salvaje.
Un gobierno como el que tenemos se mantiene gracias al subdesarrollo. El desarrollo es su peor enemigo. Por eso no le conviene que viajemos, porque sí salimos de Venezuela podemos comparar y que comparemos es una pesadilla. El otorgamiento de dólares para viajeros de Cadivi fue un tiro por la culata. No pensaron que los alegres viajeros que salieron a aprovechar sus dólares se dieron cuenta de que la mayoría de los países está mucho mejor que Venezuela, aún sin tener una PDVSA «del pueblo». Por eso le conviene mantenernos en un estado de anarquía permanente, donde no vivamos, sino sobrevivamos. Sobreviviendo no podemos ocuparnos en insurgir. Tienen porque sí que mantenernos vueltos leña…