Bomba de odio, aún hay tiempo - Runrun
A. Nieto Abr 10, 2014 | Actualizado hace 10 años

Venezuela

 

 

El 1° de marzo de 2012 publiqué un artículo titulado “Bomba de odio”. Alertaba sobre la acumulación de odios políticos en el país y sobre el peligro de un desenlace violento. Por las circunstancias del  país que ya tiene 40 muertos que lamentar les presento de nuevo el alerta en las líneas a continuación:

“Beatriz entra en mi oficina hecha un mar de lágrimas. Tiene sólo dos semanas trabajando con nosotros. Se le contrató al igual que a otros muchachos para la jornada especial de Registro Electoral. Entre sus sollozos termino entendiendo que pasó el día al frente de su módulo de actualización del RE en un centro comercial de Caracas. Durante todo el día fue acusada de tramposa, de fraudulenta, de chavista de porquería. Al irse calmando me explicó que la mayoría de la gente fue amable. Que algunos le hacían preguntas que ella no tenía idea de cómo responder, sobre temas diferentes de su trabajo. Pero que de vez en cuando llegaba alguien con gesto feroz; algunos que sólo la miraban con desprecio, otros le vociferaban insultos y ofensas. Beatriz renunció.

“Bruno trabaja en mi Rectoría. Tiene una cuenta personal en Twitter. Retuitea mi información de que la fecha del 7-O no será modificada. También que los 3 millones de votos de las primarias opositoras son certificados por el CNE. Recibe una andanada de descalificaciones de parte de chavistas enloquecidos: traidor, vendepatria, pitiyanqui, fascista, golpista; que se cuide, que lo conocen, que renuncie, que está manchando la institución”.

Dos partes del país se ven entre sí con odio profundo, feroz, animal. Son partes pequeñas, cierto: la mayoría de los venezolanos no destila ese veneno lacerante; pero en las dos pequeñas partes el odio es profundo, creciente, peligroso. Es una bomba de tiempo que si no se desarma estalla, tarde o temprano.

El odio tiene su historia, con dos caras: golpes de Estado, listas Tascón, despidos públicos humillantes con silbato en mano, colas enormes para comprar gasolina, cierre de medios, medios devenidos en actores políticos, marchistas y contramarchistas asesinados, insultos televisados, cadenas presidenciales abusivas y ventajistas, deseos de muerte al paciente enfermo desde las redes digitales, decir que el cáncer es de oposición y que se le dará el mismo tratamiento.

Desactivar la bomba de odio no es fácil, pero se puede; y es un deber. Todos los que amamos la paz, con justicia y libertad, tenemos que poner el hombro. Las responsabilidades no son iguales, pero las consecuencias de no hacerlo sí son para todos por igual. El Estado, los medios de comunicación, la élite de los partidos y los formadores de opinión tenemos la carga principal. Hagámoslo.

Debemos ir encontrando un camino para que, sin abandonar creencias y principios, se comience a desmontar paso a paso esa bomba de odio que olvida que los venezolanos tenemos más cosas en común que diferencias, y que éstas se pueden administrar en paz y en democracia. Reconocer que el otro existe no es suficiente, hay que internalizar que es imprescindible que exista. La presencia de uno evita los extremos del otro.

Sería un tremendo ejemplo si los protagonistas de la historia en desarrollo se sentaran en una mesa a conversar, a pesar del fragor de la campaña electoral. Conversar no es claudicar. La agenda, una sola: “remover el odio y sus causas de esta tierra de Gracia”.

A pesar de lo que hemos vivido la bomba de odio no ha estallado. Con suerte no estallará. La protesta en la calle cuando es pacífica envía un mensaje que debe ser escuchado. La mesa de dialogo genera esperanzas. Pero deben escuchar la calle. Y la calle tiene dos aceras. Hay que escucharlas a ambas. Hay que relanzar la democracia. Es el único camino. Nuevos árbitros y reglas justas. Prensa libre. Ese es el camino.

Vicente Díaz

@VicenteDz

El Nacional